18 mayo 2018


Mi divorcio con el cigarro

Laura Vega

Hoy comienza la última etapa de mi divorcio con el cigarro. Muchos se preguntarán ¿por qué tomé la decisión de dejarlo después de 18 años? Y no como fumadora social, sino como una verdadera profesional, ya que diariamente fumaba una cajetilla.

Muchas pudieron ser las razones para dejar de fumar. Hace 20 años por ejemplo te veías cool si fumabas, tomabas y hasta te drogabas. Hoy lo cool es el running, los maratones, los triatlones, comer bien, ser vegano, todo lo orgánico, el alga espirulina, las dietas, las proteínas, los frutos rojos, el yogur griego, ir al nutriólogo, amar tu cuerpo, el ejercicio en pocas palabras. Sin duda esa razón se convirtió en parte de mi vida, porque todo eso me encantó desde que lo probé por primera vez, pero seguía sin ser suficiente.

El año pasado había probado mi cuerpo corriendo 21 kilómetros y sólo reduciendo mi ingesta de cigarrillos temporalmente a cuatro por día. Así que si mi cuerpo resistía eso, podría continuar así.
Otra razón: la ley. Desde que en México se prohíbe fumar en lugares cerrados, los fumadores fuimos vistos como apestados, incluso por los niños que nos regañan cuando nos ven fumar. Ese motivo también era fuerte, pero no suficiente.

Lo que verdaderamente me asustó y mucho fue la muerte de mi abuela por enfisema, al verla asfixiarse con sus propias flemas que ni siquiera podía expulsar debido a la neumonía que lo complicó todo.

Mi miedo cobró mayor fuerza cuando pasé varias noches de hospital junto a ella. Al sostenerle la mano y recostarme a sus pies, su respiración era tan intensa que estremecía hasta el último pedazo del colchón.

Ya nos habían dicho que uno de sus pulmones estaba totalmente destruido por el tabaquismo, así que después de 16 días, tres semanas después de mi boda donde prácticamente la había visto bailar, reír, fumar hasta el cansancio y comer como años atrás, el otro también colapsó.

El domingo que murió seguí fumando al igual que el lunes que fue el servicio fúnebre. Pero el martes 14 de marzo todo cambió, tomé la decisión, planifiqué un esquema de tratamiento personal de acuerdo a mis miedos, motivaciones y personalidad, al pasar de cinco cigarros una semana hasta llegar a cero.

Cierto que ha sido difícil por la ansiedad, el enojo, comer de más, no tener ganas de nada, sentir que he ganado kilos, hacer más ejercicio para evitar aumentar de peso pero de pronto sentirme hinchada, molesta. Incluso una amiga ayer me dijo que estaba más maldita que nunca, y es que traigo el humor negro.

Pero lo más difícil ha sido el vacío, la tristeza que ocasiona no tenerlo, y ver que me acompañaba más de lo que pensaba: en el baño, de camino al trabajo, después del desayuno, al tomarme una taza de café, al redactar, luego de la comida, con mi esposo, en una gira de trabajo, en un concierto, en una cena, en mi boda, con amigos, sin ellos, en la soledad de mi casa, con una copa de vino, viendo la tele, viendo tocar a Piyo, leyendo un libro, en un bar, en una fiesta, en Navidad, Año Nuevo, cumpleaños, caminando, cantando, en casa de mis padres, en todos lados, incluso después de hacer ejercicio, así de mal estaban las cosas. Y de pronto era como si lo hubiera perdido. El cigarro estaba muerto al igual que mi abuela.

El método que utilicé me lo recomendó mi padre, algo muy simple y difícil a la vez: déjalo poco a poco para que tu cerebro y tus células, que necesitan inevitablemente la nicotina, dejen de sentir la necesidad y no te enfades todo el tiempo, ya que quien me conoce sabe que soy irascible. Pero para que esto funcione, como ocurre en la vida misma, se requiere disciplina y motivación.

La disciplina la he logrado en otros momentos, como mi nutrición, pero el cigarro sobrepasaba todo, así que necesitaba otro grado de inspiración. Además de la muerte de mi abuela, lo cual ya fue un shock fuerte, decidí tener otro motivo. Correr mejor, más rápido y con mayor distancia. Y es que un fumador no puede correr mucho, y si lo hace, se corren riesgos muy altos como un ataque cardíaco.

El año pasado decidí correr los 21 kilómetros y puse mi cuerpo por primera vez a prueba, primero me realicé un electrocardiograma en reposo, y como no encontraron nada, me sentí invencible. Pero si quiero alcanzar más kilómetros, fumar sí podría representar un signo de alerta.

Dejar de fumar para nada ha sido fácil, todo lo contrario, a veces odio haber tomado esta decisión, me enojo conmigo misma y con quien se atraviese, no sé qué hacer en los tiempos muertos sobre todo de giras de trabajo donde veo a mis compañeras fumar y no me queda más que robarles con un suspiro de nostalgia las bocanadas que expulsan, llegar a casa y ponerme a hacer todo el quehacer, lavar los trastes, tender camas, planchar ropa, barrer el patio y a veces ni así calmar la ansiedad.

Recuerdo cómo me enojaba cuando me decían que dejara de fumar o todos aquellos que manoteaban cuando les llegaba mi humo, y ahora me da miedo convertirme en uno de ellos, de esos fumadores conversos como alguna vez una amiga los nombró. También recuerdo que cuando me amenazaban con enfisema o muerte, mi respuesta tonta y sencilla era: de algo nos tenemos que morir, sólo que aquí yo estoy eligiendo. Y sí claro, estoy eligiendo asfixiarme al morir si es que muero de ello.

Otro de mis argumentos justamente era mi abuela, a quien presumía por tener 90 años y seguir fumando una, dos cajetillas al día, tomar coca cola y no agua y comer poco. Ahora que la vi morir con problemas en los pulmones, en los riñones y una fuerte anemia, me arrepiento de todo lo que dije.

Odio tanto dejar de fumar, pero odio más no poder dejar de hacerlo, ser tan dependiente, sufrir al dejarlo. Todavía paso a lado de algún fumador y me robo su humo con un suspiro.

Sin embargo, no todo ha sido fatal, de pronto llegan los momentos donde agradezco haberlo dejado, sobre todo cuando corro y ya no jadeo, ya no tengo que correr más lento para recuperar el ritmo cardíaco, cuando veo que aumento de velocidad sin preocupaciones, cuando llego a casa, me quito la ropa y huele a perfume todavía, al subir las escaleras y no asfixiarme, al nadar y sentir que todavía puedo continuar otros 100 metros más, al concentrarme más en mis objetivos, al saludar a alguien o entrar en una elevador y saber que no les doy asco, al percibir un mejor aliento, al oler mis manos con crema aún, al saber que no envejeceré prematuramente, al ver mi piel y sentirla más tersa, al ver mi cabello y verlo con brillo, al degustar los olores de la calle o asquearme con los más fétidos, al probar la comida y reconocer de nuevo sus sabores, al estar más tranquila y disminuir considerablemente mi colitis nerviosa.

Ha sido muy difícil este proceso. Soy adicta y el adicto nunca deja de serlo, así que a buscar otra adicción: ir por los 42 kilómetros en Ciudad de México, Monterrey, Nueva York, donde sea, puede ser una de las opciones o un pretexto nada más, quizás, la verdadera razón es simplemente vivir sin ataduras, sin dependencias, ser libre de ellos, el que alguna vez fuera mi amigo incondicional: el tabaco; y mi mejor amiga: la nicotina.

Van dos meses de la muerte de mi abuela, dos meses de la muerte del tabaco.

Laura Vega es periodista mexicana.





4 comentarios:

  1. Una sabia decisión, tengo muchos amigos, incluyendo a mi esposa, que lo lograron, yo no he podido, pero al leer tu texto vuelvo a encontrar razones para hacerlo. Ánimo y mucha suerte !!!

    ResponderEliminar
  2. Perdon por el retraso, he estado meditando todos esos días...
    Para llegar a la conclusión de que, si yo lo lograra, dejaria de ser yo.
    Ya lo siento.

    ResponderEliminar
  3. Es muy difícil, pero si te empeñas lo conseguirás

    ResponderEliminar
  4. Es difícil dejar de fumar, también lo es escribir un buen relato. Tú has hecho ambas cosas. ¡A por el maratón!

    ResponderEliminar

Los comentarios de este blog están sujetos a moderación. No serán visibles hasta que el administrador los valide. Muchas gracias por su participación.