Mi
divorcio con el cigarro
Laura
Vega
Hoy
comienza la última etapa de mi divorcio con el cigarro. Muchos se
preguntarán ¿por qué tomé la decisión de dejarlo después de 18
años? Y no como fumadora social, sino como una verdadera
profesional, ya que diariamente fumaba una cajetilla.
Muchas
pudieron ser las razones para dejar de fumar. Hace 20 años por
ejemplo te veías cool si fumabas, tomabas y hasta te drogabas. Hoy
lo cool es el running, los maratones, los triatlones, comer bien, ser
vegano, todo lo orgánico, el alga espirulina, las dietas, las
proteínas, los frutos rojos, el yogur griego, ir al nutriólogo,
amar tu cuerpo, el ejercicio en pocas palabras. Sin duda esa razón
se convirtió en parte de mi vida, porque todo eso me encantó desde
que lo probé por primera vez, pero seguía sin ser suficiente.
El
año pasado había probado mi cuerpo corriendo 21 kilómetros y sólo
reduciendo mi ingesta de cigarrillos temporalmente a cuatro por día.
Así que si mi cuerpo resistía eso, podría continuar así.
Otra
razón: la ley. Desde que en México se prohíbe fumar en lugares
cerrados, los fumadores fuimos vistos como apestados, incluso por los
niños que nos regañan cuando nos ven fumar. Ese motivo también era
fuerte, pero no suficiente.
Lo
que verdaderamente me asustó y mucho fue la muerte de mi abuela por
enfisema, al verla asfixiarse con sus propias flemas que ni siquiera
podía expulsar debido a la neumonía que lo complicó todo.
Mi
miedo cobró mayor fuerza cuando pasé varias noches de hospital
junto a ella. Al sostenerle la mano y recostarme a sus pies, su
respiración era tan intensa que estremecía hasta el último pedazo
del colchón.
Ya
nos habían dicho que uno de sus pulmones estaba totalmente destruido
por el tabaquismo, así que después de 16 días, tres semanas
después de mi boda donde prácticamente la había visto bailar,
reír, fumar hasta el cansancio y comer como años atrás, el otro
también colapsó.
El
domingo que murió seguí fumando al igual que el lunes que fue el
servicio fúnebre. Pero el martes 14 de marzo todo cambió, tomé la
decisión, planifiqué un esquema de tratamiento personal de acuerdo
a mis miedos, motivaciones y personalidad, al pasar de cinco cigarros
una semana hasta llegar a cero.
Cierto
que ha sido difícil por la ansiedad, el enojo, comer de más, no
tener ganas de nada, sentir que he ganado kilos, hacer más ejercicio
para evitar aumentar de peso pero de pronto sentirme hinchada,
molesta. Incluso una amiga ayer me dijo que estaba más maldita que
nunca, y es que traigo el humor negro.
Pero
lo más difícil ha sido el vacío, la tristeza que ocasiona no
tenerlo, y ver que me acompañaba más de lo que pensaba: en el baño,
de camino al trabajo, después del desayuno, al tomarme una taza de
café, al redactar, luego de la comida, con mi esposo, en una gira de
trabajo, en un concierto, en una cena, en mi boda, con amigos, sin
ellos, en la soledad de mi casa, con una copa de vino, viendo la
tele, viendo tocar a Piyo, leyendo un libro, en un bar, en una
fiesta, en Navidad, Año Nuevo, cumpleaños, caminando, cantando, en
casa de mis padres, en todos lados, incluso después de hacer
ejercicio, así de mal estaban las cosas. Y de pronto era como si lo
hubiera perdido. El cigarro estaba muerto al igual que mi abuela.
El
método que utilicé me lo recomendó mi padre, algo muy simple y
difícil a la vez: déjalo poco a poco para que tu cerebro y tus
células, que necesitan inevitablemente la nicotina, dejen de sentir
la necesidad y no te enfades todo el tiempo, ya que quien me conoce
sabe que soy irascible. Pero para que esto funcione, como ocurre en
la vida misma, se requiere disciplina y motivación.
La
disciplina la he logrado en otros momentos, como mi nutrición, pero
el cigarro sobrepasaba todo, así que necesitaba otro grado de
inspiración. Además de la muerte de mi abuela, lo cual ya fue un
shock fuerte, decidí tener otro motivo. Correr mejor, más rápido y
con mayor distancia. Y es que un fumador no puede correr mucho, y si
lo hace, se corren riesgos muy altos como un ataque cardíaco.
El
año pasado decidí correr los 21 kilómetros y puse mi cuerpo por
primera vez a prueba, primero me realicé un electrocardiograma en
reposo, y como no encontraron nada, me sentí invencible. Pero si
quiero alcanzar más kilómetros, fumar sí podría representar un
signo de alerta.
Dejar
de fumar para nada ha sido fácil, todo lo contrario, a veces odio
haber tomado esta decisión, me enojo conmigo misma y con quien se
atraviese, no sé qué hacer en los tiempos muertos sobre todo de
giras de trabajo donde veo a mis compañeras fumar y no me queda más
que robarles con un suspiro de nostalgia las bocanadas que expulsan,
llegar a casa y ponerme a hacer todo el quehacer, lavar los trastes,
tender camas, planchar ropa, barrer el patio y a veces ni así calmar
la ansiedad.
Recuerdo
cómo me enojaba cuando me decían que dejara de fumar o todos
aquellos que manoteaban cuando les llegaba mi humo, y ahora me da
miedo convertirme en uno de ellos, de esos fumadores conversos como
alguna vez una amiga los nombró. También recuerdo que cuando me
amenazaban con enfisema o muerte, mi respuesta tonta y sencilla era:
de algo nos tenemos que morir, sólo que aquí yo estoy eligiendo. Y
sí claro, estoy eligiendo asfixiarme al morir si es que muero de
ello.
Otro
de mis argumentos justamente era mi abuela, a quien presumía por
tener 90 años y seguir fumando una, dos cajetillas al día, tomar
coca cola y no agua y comer poco. Ahora que la vi morir con problemas
en los pulmones, en los riñones y una fuerte anemia, me arrepiento
de todo lo que dije.
Odio
tanto dejar de fumar, pero odio más no poder dejar de hacerlo, ser
tan dependiente, sufrir al dejarlo. Todavía paso a lado de algún
fumador y me robo su humo con un suspiro.
Sin
embargo, no todo ha sido fatal, de pronto llegan los momentos donde
agradezco haberlo dejado, sobre todo cuando corro y ya no jadeo, ya
no tengo que correr más lento para recuperar el ritmo cardíaco,
cuando veo que aumento de velocidad sin preocupaciones, cuando llego
a casa, me quito la ropa y huele a perfume todavía, al subir las
escaleras y no asfixiarme, al nadar y sentir que todavía puedo
continuar otros 100 metros más, al concentrarme más en mis
objetivos, al saludar a alguien o entrar en una elevador y saber que
no les doy asco, al percibir un mejor aliento, al oler mis manos con
crema aún, al saber que no envejeceré prematuramente, al ver mi
piel y sentirla más tersa, al ver mi cabello y verlo con brillo, al
degustar los olores de la calle o asquearme con los más fétidos, al
probar la comida y reconocer de nuevo sus sabores, al estar más
tranquila y disminuir considerablemente mi colitis nerviosa.
Ha
sido muy difícil este proceso. Soy adicta y el adicto nunca deja de
serlo, así que a buscar otra adicción: ir por los 42 kilómetros en
Ciudad de México, Monterrey, Nueva York, donde sea, puede ser una de
las opciones o un pretexto nada más, quizás, la verdadera razón es
simplemente vivir sin ataduras, sin dependencias, ser libre de ellos,
el que alguna vez fuera mi amigo incondicional: el tabaco; y mi mejor
amiga: la nicotina.
Van
dos meses de la muerte de mi abuela, dos meses de la muerte del
tabaco.
Una sabia decisión, tengo muchos amigos, incluyendo a mi esposa, que lo lograron, yo no he podido, pero al leer tu texto vuelvo a encontrar razones para hacerlo. Ánimo y mucha suerte !!!
ResponderEliminarPerdon por el retraso, he estado meditando todos esos días...
ResponderEliminarPara llegar a la conclusión de que, si yo lo lograra, dejaria de ser yo.
Ya lo siento.
Es muy difícil, pero si te empeñas lo conseguirás
ResponderEliminarEs difícil dejar de fumar, también lo es escribir un buen relato. Tú has hecho ambas cosas. ¡A por el maratón!
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