El niño y sus juguetes
Julio Sánchez Mingo
J. S. M. |
Yo soy un niño y, claro, me gustan los
juguetes. Me agrada compartirlos, pero me llevan los demonios si un
manazas, de cuerpo o espíritu, me los rompe o deteriora.
Aún conservo el primero de ellos. Un
elefante de goma, para apretar, que emitía el correspondiente
silbido en la descompresión. Ahora está roto, el material cuarteado
y cristalizado. Por aquellos tiempos no se utilizaba el plástico.
¡Han pasado tanto años...!
Desde pequeño siempre pedí una
bicicleta. En su lugar me regalaron un patinete, que duró muy poco.
Se partió el eje del manillar por una soldadura, algo imposible de
arreglar. Porque, aunque parezca mentira, entonces los juguetes se
reparaban. La ansiada bicicleta no llegó hasta los ¡dieciséis
años!
Hoy en día la burra de acero es uno de
mis juguetes predilectos, que me trae y lleva, especialmente en
verano. Una de las vacaciones que recuerdo con mayor satisfacción es
la que disfrutamos en el valle del Loira, visitando castillos,
trasladándonos de uno a otro a lomos de nuestros velocípedos.
Los trenes
eléctricos y el Meccano,
un juego de construcción de piezas metálicas que se atornillan unas
a otras, me entusiasmaron, siendo el complemento ideal los unos del
otro. Siempre estaba ideando y tendiendo puentes para la línea
férrea.
La imaginación de
los chavales está siempre desbocada y no hay mejores juguetes que
aquellos que ellos mismos crean o los que hacen trabajar y
desarrollar su creatividad. Recuerdo una espada que me hice con unas
maderas que conseguí de los escombros de los decorados del rodaje de
Salomón
y la reina de Saba,
en Madrid, en los descampados donde ahora discurre la avenida de
Badajoz. El papel protagonista lo interpretaba Tyrone Power, que
murió entonces, de un infarto, y hubo de ser sustituido por Yul
Brinner, que para los críos tenía cara de malo. Eso sí, para dar
la réplica a una belleza explosiva como la Lollo
era mucho mejor que el ambiguo guaperas de Ohio.
En otra ocasión,
con unas piezas de leña para la calefacción de carbón, cuatro
clavos y unas gomas, fabriqué una ballesta de alcance y precisión
sorprendentes. Afortunadamente no atacaba a los amigos ni a los
perros vagabundos, tan abundantes entonces en Madrid.
Había que ver la
cara de satisfacción y felicidad de mi sobrino, un niño entonces,
cuando una mañana lo armé con un sable de verdad, una de esas armas
antiguas que ruedan por casa, heredadas de un tío mío, y nos fuimos
a comprar el periódico. Se debía sentir D'Artagnan, en la calle y
con una espada real, de acero toledano.
El pasillo de casa
fue el teatro de operaciones de encarnizadas batallas mantenidas por
dos bandos, capitaneados por mi hermana y por mí, respectivamente,
de figuras de indios, vaqueros, soldados de la Unión, mamíferos de
todo tipo —a
la leona enseguida le faltó el rabo—
y legionarios romanos. Con una pieza de madera de un juguete de
construcción había que derribar las unidades del enemigo. La gracia
del juego consistía en hacer gala de una excelente puntería y en
situar a los propios efectivos lo más resguardados posible, pero
siempre con un mínimo de exposición frente al adversario. Según
las reglas había que ofrecer la posibilidad de ser alcanzado. Con el
buen tiempo la contienda se trasladaba a la calle, cambiando a mi
hermana por los amigotes, la madera por una piedra y los refugios por
agujeros en la tierra, donde sólo asomaba el sombrero del sheriff
de turno.
Siempre me ha
perseguido la afición por la fotografía y captar imágenes es uno
de mis entretenimientos predilectos. En cuanto pude me compré una
magnífica réflex que jubilé con la aparición de la fotografía
digital, que ofrece gran versatilidad pero que ha matado un tanto la
emoción de hacer la foto perfecta. Unas vacaciones de una semana se
comían tres carretes de treinta y seis exposiciones. Ahora no bajas
de cien capturas al día, para desesperación de los sufridos
acompañantes.
El juguete más
grande, de tamaño, que he tenido ha sido un balandro de una vela. No
tengo capacidad para describir lo maravilloso que es navegar y el
ejercicio físico y mental que comporta enfrentarse al viento, las
olas y la corriente, sin ruido de motores, y desplazarse hasta el
punto deseado. Además, ofrece, cuando se hace en compañía, al
igual que los paseos por la montaña, la posibilidad de mantener
agradabilísimas conversaciones sobre todo lo divino y lo humano.
Ahora tengo un
juguete que me roba bastante tiempo pero que me produce grandísimas
satisfacciones. Lo comparto con muchísima gente, más de setenta y
siete mil veces se han recreado con él. Unos lo hacen de forma
pasiva y otros muy activamente. Me ha permitido hacer amigos, incluso
allende los mares, y con él se han entretenido en países cuya
existencia desconocía. He detectado que incluso robots gringos y
rusos juegan con él. Los muy ignorantes de sus gestores buscan
controlarnos, fiscalizando algo creado para uso y disfrute de las
personas.
Espero que me
acompañe hasta que la cabeza no me dé más de sí.
P.D. Hay dos
juguetes que se me ha olvidado mencionar. Los balones de fútbol, la
omnipresente redonda
que llamaba Di Stefano, y las pistolas de jugar a indios y vaqueros.
Apoyo la continuidad del tan agradable Diario de Madrid. Abrazo hasta allá, Julio. Eugenio
ResponderEliminarMe encanta Julio, que recuerdos, me has llevado a la lejana infancia, tan cercana a la vez. Porque los extremos parece que se juntan formando un bello circulo, diria que es la Vida. Y gracias por incluirme en tu precioso juguete, que me abre la mente y el conocimiento, y disfruto como una niña que han invitado a formar parte de aquellos juegos. Enhorabuena
ResponderEliminarAmigo Julio,con tus juguetes de la infancia,me has trasladado a momentos que viví con los juguetes,que aunque no fueran muchos,nos permitían pasar momentos inolvidables.Que tiempos aquellos y con qué poco nos conformamos gracias a nuestra creatividad
ResponderEliminarUnos privilegiados que, sin pertenecer a familias adineradas, tuvimos casa con calefacción, buena alimentación, juguetes, vacaciones en la playa y, lo más importante, estudios.
EliminarEs agradable leer sus artículos estimado Julio; permite trasladarnos al momento de los hechos relatados.
ResponderEliminarDurante la lectura he mirado con nostalgia tiempo atrás. He echado en falta las canicas y las chapas( mi favorita era una de un botellin de Bitter Kas), con las que pasé buenos momentos con los amigos del barrio. Un abrazo Julio
ResponderEliminarEn el escrito he repasado más juguetes que juegos. Por ello no he considerado, por ejemplo, las chapas, a las que dediqué más horas de partidos de futbol que de carreras ciclistas. Por cierto, el portero de mi equipo era también una chapa de Bitter Kas, que, a base de martillazos, hice cuadrada para que se mantuviera en pie.
EliminarMi Exin Castillos, aquel Scalextric heredado y la bicicleta plegable estamos contigo Julio. Gracias por tus recuerdos.
ResponderEliminarEn todas partes puede haber magia si tenemos la actitud apropiada
ResponderEliminarJulio gracias por inmortalizar esos recuerdos que yo soy incapaz de transformar en palabras. Al leer te veía en mi Sevilla jugando en mis lugares preferidos con la espada en mano subiendo el terraplén que separaba la Vega de Triana y Triana
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