El
jardín de los algarrobos
Julio Sánchez Mingo
A los que ya no están
J. S. M. |
Ahora, los que ya no están, no podrían
disfrutar de su sombra, su cobijo, de su bella presencia, de la magia
que transmitía su humilde rusticidad, tan mediterránea. Fueron
cuatro soberbios ejemplares de algarrobo, coetáneos de los que
subsisten vigorosos en la huerta colindante, gracias al mimo y
cuidados de sus propietarios. Sólo resta uno, con una rama herida,
con la traza en cuña de una sierra asesina. Eran la esencia y la
joya de lo que fue un magnífico, florido y oloroso jardín, al que
acaban de dar la puntilla con una pretenciosa pérgola y un plástico
verde, tan repelente electrostáticamente como de dudoso gusto, y una
tala innecesaria. Desaparecieron los jazmines y buganvillas que
tapizaban las feas paredes de los locales comerciales, nuestros
infames vecinos, la dama de noche que inundaba con su perfume el
portal de la torre y el singular hibisco bajo el ventanal de Laura,
nombre de reminiscencias petrarquianas, que a todos nos pareció una
venganza a lo Capuletos y Montescos. Aquellos geranios de profundo
aroma y gigantescas flores, que el señor Manuel, nuestro querido y
añorado jardinero, cuidaba con primor, dieron paso a la foránea e
invasiva cortaderia, vulgo plumero, que el ministerio competente y
varias administraciones autonómicas quieren erradicar. El señor
Manuel era un andaluz de campo, enjuto, de poca talla, de humildad
señorial, con una sempiterna media sonrisa en el rostro, serio en su
comportamiento, cordial, de pocas palabras, trabajador incansable y
silencioso, siempre tocado con una boina, de una paciencia infinita
con nosotros, los chavales. Regaba a mano, recortaba a mano, podaba a
mano, barría a mano, sin aspavientos. Mi eterno reconocimiento a su
labor y mi permanente agradecimiento.
Ahora estamos recogiendo el fruto de la
desidia y la dejadez de casi todos y su correspondiente falta de
exigencia, la ignorancia de bastantes, ciertos intereses espurios,
incompetencia profesional, sucesivas malas administraciones,
irregularidades económicas, extralimitaciones de funciones, pobreza
de espíritu, falta de sensibilidad, con el aderezo de unos toques de
soberbia. Hay quien no alcanza a entender que recoger algarrobas crea
horas de trabajo y es una tarea más gratificante que desatrancar
arquetas de bajantes taponadas por toallitas humedas o vaciar
papeleras con todas nuestras inmundicias.
Nuestro jardín ha perdido siete árboles
que no han sido repuestos. No es de extrañar que el autor chileno
Luis Sepúlveda, que esta primavera la Covid-19 se llevó, escribiera
que la obra maestra del hombre civilizado es el desierto. Desde la
Amazonía hasta el enésimo alcorque vacío de Madrid, el proceso es
imparable.
Algo tienen los árboles. El único
consuelo de Ana Frank en su encierro era la contemplación del
castaño del jardín de la manzana de casas, rodeada de canales,
donde vivía en el Jordaan de Amsterdan. Y escribió: "Miramos
el cielo azul, el castaño sin hojas con sus ramas de gotitas
resplandecientes, las gaviotas y demás pájaros que al volar por
encima de nuestras cabezas parecían de plata. Y todo esto nos
conmovió y nos sobrecogió tanto que no podíamos hablar".
¿Qué hubiera sentido Juan Marsé,
recientemente desaparecido, si hubieran talado el algarrobo del
jardín de su casa en Calafell?
Afortunadamente, a pesar de todo, este
verano aún rechinan ensordecedoras las chicharras.
Me gusta mucho tu descripción del jardín, he podido oler las flores y escuchar las chicharras, pero el jardinero Manuel, incansable y silencioso me ha impresionado mas
ResponderEliminarMe hace saber el yerno de uno de los arquitectos de la torre que el emplazamiento de ésta se eligió para preservar los algarrobos que había en la finca.
ResponderEliminarUn relato,que por encima de todo, es conmovedo.
ResponderEliminarUn tributo a la naturaleza, que el hombre, en su siniestro afán destructor,ha olvidado de honrar y reconocer como la continuidad de su existencia.
ResponderEliminarLa tala de árboles,como los que comentas y otros muchos ,se hace sin control para en su lugar levantar cualquier monigotada sin sentido.Que más más verán nuestros hijos y nietos???
ResponderEliminarDesafortunadamente el hombre va a acabar con la riqueza que la naturaleza nos da
ResponderEliminarMuy sensorial tu descripción del jardín y de Manuel nos hemos creado una imagen todos.
ResponderEliminarUna anécdota personal: cuando vendimos la casa que habitamos durante 25 años, los nuevos propietarios se cargaron todas y cada una de las encinas del jardín,una de ellas centenaria.
La falta de sensibilidad, la pobreza de espíritu, el mal gusto y la ignorancia hacen estragos.
EliminarQue sensibilidad, que amor tan grande por la naturaleza se desprende a lo largo de todo tu escrito, lo he leido muchas veces, está lleno de belleza.
ResponderEliminarLeí, hace tiempo, que el algarrobo en los países andinos se le considera el árbol de la vida y del conocimiento y un medio a través del cual transmitir el sentido cultural a los pueblos.
El arquitecto construyó cuidando de los algarrobos, a él si le habían transmitido el amor y el valor de nuestros árboles pero claro, no todo el mundo tiene esa sensibilidad que pena.
Muy bonito, y tan triste que talen arboles. Tu escrito pone bellas palabras con las que me identifico. Amo la Naturaleza, los arboles son oxigeno, ademas de regalarnos sus bellos y diferentes colores. Gracias
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