31 julio 2020



El día de la libertad

Roberto Omar Román


Montaje de Carmen Mares, www.decopared.com, sobre La ejecución del emperador Maximiliano, de Édouard Manet.

Llegó a tiempo para presenciar el fusilamiento. Cinco hombres vestidos con bermudas a cuadros rojos con rombos amarillos, playeras negras y zapatos de minero apuntaban sus carabinas al pecho de su padre. Y otro, con insignias de coronel en el desteñido saco verde oliva y un machete en alto, estaba inmediato a gritar la orden de ¡Fuego!, pero al verlo llegar hizo un enfadoso ademán de pausa.
Nervioso, pasó con lentitud frente al destacamento, sintiendo la cara estallar de vergüenza. Los espectadores de la primera fila, los que pagaron boletos más caros, en su mayoría sexagenarios ávidos de crueldad, maldijeron y lo siguieron con mirada rencorosa hasta que tímido ocupó un lugar en las gradas superiores, justo donde un vendedor ofrecía calaveritas de chocolate con el nombre de su padre grabado con letras verdes de azúcar. Tres hileras abajo divisó a su hermanita sentada en las piernas de su madre, lamiendo una paleta de caramelo. En las butacas centrales reconoció a los vendedores de muebles a domicilio, junto a los abarroteros de la colonia, observando con binoculares. Los recordaba por sus violentos reclamos de abonos atrasados y víveres fiados, cada quincena. A unos vecinos que odiaban a su padre por haberles robado, aunque nunca quedó demostrado, un par de gallinas criollas, los localizó en palcos de segunda, filmando.
Miró a su padre: pálido, flaco, erguido con dificultad, atado de manos a la espalda, con los ojos vendados y sosteniendo en los labios temblorosos un cigarro encendido. El coronel sacó un pañuelo mugroso y se enjugó con brusquedad el sudor de la cara. Consultando despreciativo el reloj, se talló las sienes hasta enrojecerlas. Tenía prisa en terminar y largarse a tomar cerveza.
El comando ejecutor: cinco tipos enclenques de bajo perfil castrense, debían pararse en las puntas de los pies para alcanzar la altura reglamentaria en un fusilamiento. Sostenían carabinas de museo, remendadas con emplastes de madera y caucho.
Temía que su padre no muriera de inmediato y tuvieran que rematarlo a cuchillo como a un perro. La cláusula principal especificaba en el contrato de ejecución una descarga de cinco disparos al pecho. Y, en caso de sobrevivencia, decretaba la ultimación con arma punzante infligida por su familia, con la penalización de ser considerado como un homicidio consensual. Por otra parte, de no morir a tiros, lo familia se obligaba a devolver al público defraudado el doble del importe de las entradas y a enfrentar cargos por perjuicio moral a terceros, aunado a que la viuda heredaba las deudas del condenado.
La voz insulsa del vendedor de dulces le recordó cuando su padre lo premiaba con pastelillos y frituras por obtener buenas calificaciones. Y él, en realidad lo que deseaba era dinero para comprar cigarros y fumarlos a escondidas con sus amigos en el baño de la escuela.
El dinero siempre escaseó en casa; en cambio, las frecuentes discusiones de sus padres abundaron en insultos y soeces reproches. La madre, histérica, con los puños en alto juró a sus hijos la liberación.
El coronel exigió silencio raspando corajudo la punta del machete en el piso y aprisa concluyó el protocolo de fusilamiento.
Luego de un breve silencio de admiración, los asistentes aplaudieron. El clamor se intensificó cuando, en cumplimiento a la última cláusula del contrato, el hijo retiró el cigarro del cadáver y terminó de consumirlo. Los eufóricos vendedores de muebles a domicilio lo abrazaron y le mostraron catálogos de aparatos electrónicos, los abarroteros le ofrecieron paquetes de cigarros a crédito. La jubilosa viuda se paró sobre su butaca, y soltando un par de gallinas flacas ocultas bajo su faldón gris, gritó a toda voz ¡Que viva la libertad!
Antes de despedirse, uno de los tiradores arrebató una calaverita al vendedor de dulces y la obsequió a la hermanita. La madre besó la mejilla del coronel, le arrancó las insignias y coqueta le preguntó si le invitaba una cerveza.

2 comentarios:

  1. Me he sentido en la Edad Media o no tanto en algunos países las ejecuciones tienen espectadores y algunos incluso son voluntarios para disparar.

    ResponderEliminar
  2. Me he sentido en la Edad Media o no tanto en algunos países las ejecuciones tienen espectadores y algunos incluso son voluntarios para disparar.

    ResponderEliminar

Los comentarios de este blog están sujetos a moderación. No serán visibles hasta que el administrador los valide. Muchas gracias por su participación.