Hoja
suelta del diario que nunca existió
Fernando
Moya
R. Vázquez: Faro de Vigo. |
Son
días difíciles para los escolares. Se acercan los temidos exámenes
de las distintas asignaturas. Las bibliotecas públicas se llenan de
ellos en un último esprint que les conduzca a la victoria total o
parcial.
En
mi labor docente, como jefe de departamento he participado en la
elaboración exámenes de evaluaciones parciales, de muchas pruebas
finales de junio y las correspondientes pruebas extraordinarias de
septiembre.
Voy
a compartir con los lectores de este blog la visión particular de un
alumno de segundo de bachillerato LOGSE de un examen final de
recuperación de la asignatura de matemáticas de primero de
bachillerato, en la convocatoria ordinaria de junio. Este alumno, no
cursaba matemáticas en el curso de segundo, porque se había pasado
al bachillerato humanístico. Había aprobado todo el curso y le
quedaba pendiente la asignatura de matemáticas de primero que le
impedía poder examinarse de Selectividad. Era el examen de
recuperación final de junio. Si suspendía, tendría otra
oportunidad en septiembre.
No
creo que las preguntas del examen fueran particularmente difíciles
ya que se habían consensuado con los profesores del departamento,
intentando que fueran reflejo de los contenidos mínimos que el
estudiante debe demostrar conocer para pasar de curso o superar su
etapa escolar final. No obstante, el concepto de difícil o fácil es
algo muy subjetivo que muchas veces depende de si conocen o no las
respuestas.
A
continuación, transcribo lo que el alumno en cuestión contestó,
sin añadir ni quitar los oportunos signos ortográficos como comas,
punto y coma... dejando el documento tal como llegó a mis manos.
Hoja
suelta del diario que nunca existió
17:30.
Me encontré en un aula inmensa con centenares de mesas uniplaza con
silla incorporada, casi todas vacías, menos 10, incluida la mía.
Tres profesores para diez poco aplicados alumnos que deberían
responder ocho de 10 preguntas para aprobar las matemáticas.
Se
dejaban notar todos aquellos que habían estudiado, como también lo
hacían los que no se la habían preparado demasiado bien; no solo
porque ellos no centraban los sentidos en aquellos problemas
irreales, sino que incluso hubo alguien que se puso a escribir su
folio blanco, para dar a luz un diario inoportuno. Quizá porque esas
letras con símbolos, signos y números perdidos le parecían chino,
o porque su propia frustración le exigía no dejar pasar el tiempo
en blanco.
De
los profesores sólo uno era mujer, con el pelo corto, bajita y
vestida con ropa informal. De repente un chico levantó el dedo y
dijo con voz alta y nerviosa “Marisa ¿puedes venir?”, enseguida
la profesora se acercó presurosa a saciar sus dudas. Cuando hubo
terminado se fue a charlar con los dos hombres.
17:53.
Tengo la oportunidad de copiar de una compañera de clase, pero no lo
haré puesto que no lo encuentro honesto. ¡Qué tontería!, llegué
a pensar, tengo la oportunidad de aprobar, otros lo hacen y se
ahorran bastantes disgustos. No quiero engañarme, he decidido no
hacerlo.
A
mi derecha, dejando una silla con mesa incorporada vacía, se
encuentra Yoko,
la novia de mi amigo Keso.
De vez en cuando me mira y se queda con un gesto risueño y de
extrañeza a la vez, debe de pensar –Qué hace este tío
escribiendo en un examen de mates; en vez de intentar aprobar o de
copiar, se dedica tranquilamente a rellenar un folio-.
Yo
también lo pienso.
18:00.
He intentado hacer algún ejercicio, pero sólo he sido capaz de
plantear el número 6. Qué mal me siento…, pero pensándolo mejor
no se puede cambiar lo inevitable. A menos que estire el cuello hasta
hacerlo crujir y que mis ojos se desorbiten de sus huecos para
postrarse en otro examen.
18:10.
Qué tiempo más desperdiciado dirían mis padres, qué vago, qué
soñador, qué gilipollas. Aun así sólo puedo arrepentirme de lo
que no hago.
Hace
mucho calor, tanto que el boli se resbala entre mis dedos y mis
axilas dejan deslizar sus gotas refrescantes sobre mis frágiles
costillas. Me gustaría llegar aquí otro día, más lejano, pero
esta vez preparado e irme tan pronto como la chica de la gorra blanca
o la del jersey con lunares, también blancos.
En
septiembre seré el primero en marcharme, pero esta vez con la
sonrisa del satisfecho, con la veracidad de los versos de un poeta
muerto y decir hasta luego al profesor con el sentimiento irónico de
uno vivo.
18:15.
Acaba de sonar el timbre, estoy nervioso, quiero marcharme pero me da
pena dejar de escribir en tu cuerpo plano y frágil que tan poco
significa para otros.
Es
la primera vez que te conozco y probablemente sea la última. También
lamento que sea en una situación incómoda, inoportuna pero sincera.
Al
lado de la puerta a mano izquierda según entras hay una planta;
nunca me había fijado…cuántos exámenes habrá vigilado, cómo
habrá sentido el sudor frio de un alumno que se queda en blanco,
seguro que añora su rocío. Cuantas veces cómplices de alguna
chuleta, o de algún chivatazo, incluso de los nervios de algún
profesor con ganas de irse a casa.
Me
apetece un cigarrillo.
Se
me olvidaba, al entrar al examen me di cuenta de que mi calculadora
científica no se encontraba en el bolsillo pequeño de mi mochila,
perdida o robada. Tuve que pedir una a la conserje, pero era un
cacharro enorme que casi no me dejaba escribir en esas pequeñas
mesas uniplaza.
De
todos modos poco la he usado…
Epílogo.
El
alumno suspendió, por supuesto.
Días
después pude mantener una entrevista personal con él a fin de
averiguar sus problemas con las matemáticas. Era un muchacho del
montón que no destacaba particularmente en una clase y que cuando
comienzan las dificultades y no se subsanan a tiempo, se va creando
poco a poco una gran montaña de un grano de arena.
Me
ofrecí a ayudarle y ,tras aceptar, pude constatar que sus
dificultades se debían en gran medida al abandono de los alumnos que
van mal, producto de la masificación de las clases y de nuestro
sistema educativo, a lo que se añade la escasa o nula motivación
que tienen los escolares.
En
septiembre superó la prueba.
Pues yo encuentro muy meritoria la hoja suelta del diario que nunca existió... Me encantaría saber qué ha sido de ese alumno.
ResponderEliminarUn recuerdo de los lejanos exámenes durante mi juventud.
ResponderEliminarLo pasé mal cuando no aprobaba las matemáticas, pero no fui tan leal conmigo mismo como este alumno