31 agosto 2018


Verano en Soria
Carmen Picazo
Recuerdo muy bien algunas cosas puntuales de aquel verano, a pesar de que por entonces yo tendría, como mucho, cinco o seis años.
Mi tía, hermana de mi madre, quiso llevarme unos días con ella y su marido a la tierra de él, Soria, a un pueblo, Bayubas de Abajo, cercano al de él , Quintanas de Gormaz. Luego, andando los años, me enteraría de que mi bisabuelo materno también había nacido en Quintanas, aunque se hubiera ido de joven a Madriguera, en Segovia, y allí se hubiera casado.

Todavía no sé cómo pudo mi padre acceder a que me llevaran mis tíos con ellos de veraneo, era poco aficionado a que yo me marchara con nadie. Supongo que mi madre le convencería, pero eso es otra historia.

Recuerdo que llegamos al pueblo por la tarde, en lo que entonces se llamaba el coche de línea, es decir, un autocar que salía de Madrid e iba parando en todos los pueblos del recorrido. Al bajar del autocar vi que prácticamente todo el pueblo estaba en la plaza esperando su llegada. Era, al parecer, el único entretenimiento que tenían. Yo me sentí como una extraterrestre al ver cómo nos observaban, sobre todo mi ropa, que era de lo más común en Madrid pero totalmente exótica en aquel pueblito en aquellos tiempos sin televisión ni Internet. Me avergoncé hasta de mis calcetines de perlé y mis zapatitos blancos. Mi madre no había consentido que fuese a un lugar tan frío como Soria, ¡en pleno verano!, en sandalias.

Nos afincamos en una casa de una especie de parientes de mi tío, que nos alquilaron una habitación, estando comprendida la alimentación, desayuno, comida y cena. Para las dos comidas principales ponían un cuenco muy grande en el centro de la mesa y todos metían la cuchara, excepto mi tía y yo. A nosotras nos ponían plato y nos servían aparte. A la hora de la merienda llegaba el momento de avergonzarme de nuevo, porque mientras yo tomaba un bollo y una onza de chocolate, una niña de la casa que merendaba al tiempo que yo se comía un trozo de cebolla con pan. Por cierto, la niña iba vestida todo el tiempo con una especie de sayón y un delantalito.

Un buen día, a mi tío se le ocurrió la idea de visitar su pueblo, a unos siete kilómetros de distancia atravesando el pinar, lo he averiguado buscándolo en Internet, y me dijo que me fuera con él. Nos prepararon en la casa una hogaza con unas magras con tomate y nos pusimos en camino. No recuerdo en qué pasamos el día en Quintanas desde que llegamos hacia mediodía, supongo que mi tío saludaría a algunos parientes que le quedaban en el pueblo. Y ya, a media tarde, nos despedimos y pusimos rumbo a Bayubas, de nuevo atravesando el pinar.

Caminar por un pinar siempre ha sido algo casi mágico para mí. Ver esos altos pinos que parece que te cobijan de todo mal es una experiencia maravillosa, casi mística. Así que anduvimos, anduvimos, anduvimos… hasta que mi tío confesó que nos habíamos perdido.

En ese momento yo recordé todos los cuentos que conocía de niños perdidos en el bosque, todas las Caperucitas, los Hansel y Gretel, etc. se me vinieron a la cabeza. Estaba muy cansada porque en lugar de los siete kilómetros debimos hacer dos o tres más intentando que mi tío encontrase el camino de vuelta. En un momento dado tuvo que subirme sobre sus hombros porque yo ya iba rendida.

Cuando ya desesperábamos de llegar, vimos a lo lejos una luz que era ¡¡¡¡el reloj del Ayuntamiento de Bayubas de Abajo!!!! Estábamos salvados…

Hoy, recordando aquello, he querido buscar en la red ese reloj, que representó para una niña pequeña como yo era entonces el símbolo de la salvación. Y lo he encontrado, aunque hoy día el edificio es una Oficina Comarcal de la Junta de Castilla y León. No sé si de noche seguirán iluminando el reloj y si le ha servido a alguien más de orientación nocturna como nos ocurrió a mi tío y a mí en aquella noche de hace tantos años. Pero me ha dado mucha alegría comprobar que mis recuerdos se conservaban intactos y que aquel bendito reloj existía. Y que siga existiendo por muchos años.

Bayubas de Abajo (Soria).



2 comentarios:

  1. ¡Ay, Soria! Los pinares, la mantequilla, Navaleno, San Leonardo, el Cañón del río Lobos, Machado…
    El chico de mi vida, mi padre, se quería ir a Soria de jubilado , pero no le dio tiempo. Igual me voy yo...

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