Verano
en Soria
Carmen
Picazo
Recuerdo
muy bien algunas cosas puntuales de aquel verano, a pesar de que por
entonces yo tendría, como mucho, cinco o seis años.
Mi
tía, hermana de mi madre, quiso llevarme unos días con ella y su
marido a la tierra de él, Soria, a un pueblo, Bayubas de Abajo,
cercano al de él , Quintanas de Gormaz. Luego, andando los años, me
enteraría de que mi bisabuelo materno también había nacido en
Quintanas, aunque se hubiera ido de joven a Madriguera, en Segovia, y
allí se hubiera casado.
Todavía
no sé cómo pudo mi padre acceder a que me llevaran mis tíos con
ellos de veraneo, era poco aficionado a que yo me marchara con nadie.
Supongo que mi madre le convencería, pero eso es otra historia.
Recuerdo
que llegamos al pueblo por la tarde, en lo que entonces se llamaba el
coche de línea, es decir, un autocar que salía de Madrid e iba
parando en todos los pueblos del recorrido. Al bajar del autocar vi
que prácticamente todo el pueblo estaba en la plaza esperando su
llegada. Era, al parecer, el único entretenimiento que tenían. Yo
me sentí como una extraterrestre al ver cómo nos observaban, sobre
todo mi ropa, que era de lo más común en Madrid pero totalmente
exótica en aquel pueblito en aquellos tiempos sin televisión ni
Internet. Me avergoncé hasta de mis calcetines de perlé y mis
zapatitos blancos. Mi madre no había consentido que fuese a un lugar
tan frío como Soria, ¡en pleno verano!, en sandalias.
Nos
afincamos en una casa de una especie de parientes de mi tío, que nos
alquilaron una habitación, estando comprendida la alimentación,
desayuno, comida y cena. Para las dos comidas principales ponían un
cuenco muy grande en el centro de la mesa y todos metían la cuchara,
excepto mi tía y yo. A nosotras nos ponían plato y nos servían
aparte. A la hora de la merienda llegaba el momento de avergonzarme
de nuevo, porque mientras yo tomaba un bollo y una onza de chocolate,
una niña de la casa que merendaba al tiempo que yo se comía un
trozo de cebolla con pan. Por cierto, la niña iba vestida todo el
tiempo con una especie de sayón y un delantalito.
Un
buen día, a mi tío se le ocurrió la idea de visitar su pueblo, a
unos siete kilómetros de distancia atravesando el pinar, lo he
averiguado buscándolo en Internet, y me dijo que me fuera con él.
Nos prepararon en la casa una hogaza con unas magras con tomate y nos
pusimos en camino. No recuerdo en qué pasamos el día en Quintanas
desde que llegamos hacia mediodía, supongo que mi tío saludaría a
algunos parientes que le quedaban en el pueblo. Y ya, a media tarde,
nos despedimos y pusimos rumbo a Bayubas, de nuevo atravesando el
pinar.
Caminar
por un pinar siempre ha sido algo casi mágico para mí. Ver esos
altos pinos que parece que te cobijan de todo mal es una experiencia
maravillosa, casi mística. Así que anduvimos, anduvimos, anduvimos…
hasta que mi tío confesó que nos habíamos perdido.
En
ese momento yo recordé todos los cuentos que conocía de niños
perdidos en el bosque, todas las Caperucitas, los Hansel y Gretel,
etc. se me vinieron a la cabeza. Estaba muy cansada porque en lugar
de los siete kilómetros debimos hacer dos o tres más intentando que
mi tío encontrase el camino de vuelta. En un momento dado tuvo que
subirme sobre sus hombros porque yo ya iba rendida.
Cuando
ya desesperábamos de llegar, vimos a lo lejos una luz que era ¡¡¡¡el
reloj del Ayuntamiento de Bayubas de Abajo!!!! Estábamos salvados…
Hoy,
recordando aquello, he querido buscar en la red ese reloj, que
representó para una niña pequeña como yo era entonces el símbolo
de la salvación. Y lo he encontrado, aunque hoy día el edificio es
una Oficina Comarcal de la Junta de Castilla y León. No sé si de
noche seguirán iluminando el reloj y si le ha servido a alguien más
de orientación nocturna como nos ocurrió a mi tío y a mí en
aquella noche de hace tantos años. Pero me ha dado mucha alegría
comprobar que mis recuerdos se conservaban intactos y que aquel
bendito reloj existía. Y que siga existiendo por muchos años.
Bayubas de Abajo (Soria). |
¡Ay, Soria! Los pinares, la mantequilla, Navaleno, San Leonardo, el Cañón del río Lobos, Machado…
ResponderEliminarEl chico de mi vida, mi padre, se quería ir a Soria de jubilado , pero no le dio tiempo. Igual me voy yo...
Que lindo relato..... hermoso.
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