21 diciembre 2015

Il fiume scorre lentamente…

Eduardo Fernández Galán
Diciembre 2015

Hace unos años, uno de mis mejores alumnos de la clase de Lengua Española AP, la que cursan los estudiantes más avanzados del instituto y que, si obtienen buena nota en el examen a nivel nacional, les permite convalidar dos años de lengua extranjera en la universidad, se quejó del tema que tenían que tratar en un trabajo de redacción. Creo recordar que debían dar su opinión sobre una reforma de la ley de inmigración, que afectaba a los hispanos en los Estados Unidos.
En clases previas ya habíamos leído artículos, visto vídeos y discutido sobre el asunto. Estos alumnos eran brillantes estudiantes de nuestra lengua, capaces de argumentar en español sin grandes problemas, expresandose con condicionales y pluscuamperfectos de subjuntivo. Así y todo, a este estudiante el objeto del trabajo le “parecía difícil”.
- ¿Difícil? – le contesté. Y le hablé del primer tema o redacción que tuve que escribir en clase de Lingua Italiana en el Liceo, en mi primer año en la Scuola Media, lo que en España equivaldría al sexto grado de básica. Vamos, a los once o doce años de edad. El título del tema era tan sugerente como amedrentador: Il fiume scorre lentamente e porta via i miei pensieri…
- ¡Eso sí que es difícil! – exclamé. Escribir en tu segunda lengua, a esa edad, durante casi dos horas – recuerdo que teníamos dos clases seguidas de italiano una vez a la semana – sobre algo de lo que sólo tienes un título que apenas entiendes. ¿De qué vas a hablar? ¿Del cabreo que te agarraste el domingo tras la enésima derrota de tu Atleti a manos del odioso Real Madrid? ¿De lo que te gustaría darle un beso en todos los morros a Begoña González-Tablas? ¿De los bocatas que trae todos los días Luis De Prada – sobre todo los de croquetas – y que comparte contigo porque a ti tu madre te ha dado 1,50 pesetas para comprarte un Donut en la panadería camino al colegio y te lo has zampado durante el recorrido?...
Además teníamos que escribir el tema en esos enormes folios dobles rayados que se doblaban a su vez de manera que en el margen de la derecha el profesor pudiera anotar y comentar tus errores. ¡Y lo difícil que era sacar un 6!. Recuerdo que el 5 era aprobado en los colegios españoles pero en el Liceo había que sacar 6. ¡Eso era difícil!
He sido profesor de enseñanza media y universitaria durante casi toda mi vida laboral, tanto en la escuela pública como en la privada, incluidas escuelas de la élite de los Estados Unidos como The Lawrenceville School, el College Saint Exupery de Madrid, o la Escuela Española de Portobello en Londres. No creo que ninguna de ellas llegara a las tres cuartas partes del rigor académico, especialmente en las disciplinas humanísticas, existente en el Liceo Italiano de Madrid de mi generación.



Y ello sin tener en cuenta otros detalles como hacernos escribir con plumines –i pennini - en la Scuola Elementare , todos usando la misma caligrafía. Ni estilográficas ni mucho menos bolígrafos o lápices. Recuerdo a los 6 años la angustia que pasé una noche que me quedé sin tinta para acabar unos deberes y mezclé la poquita que restaba con agua para que diera más de sí…Las palabras pasaban del azul marino al celeste y del celeste al claro…Yo escribía en mi cuaderno aterrorizado por la bronca que me echaría al día siguiente la Sra. Novaira, al descubrir el cambio cromático en mi compito.
Recuerdo que en Seconda Elementare ya nos hacían una evaluación oral y escrita para ver si teníamos problemas con la adquisición de la segunda lengua. Al final de la Quinta Elementare había un examen de corte y a los chavales españoles que no podían con el sistema les sugerían matricularse en otro colegio donde empezar el bachillerato.
En la Scuola Media nuestros libros de texto estaban escritos por Homero, Virgilio, o Dante Alighieri. Además usabamos una voluminosa antología poética que nos acompañó durante los primeros tres años. Recuerdo que los comentarios de la edición de la Eneida que teníamos, escrita en Italiano romance, eran de un tal Giovanni Notte , ¡nuestro profesor de italiano!
A los catorce años un deber normal era leed los versos 25 al 48 del Canto III del Infierno”. Si solamente fuera leerlos…Al día siguiente había que estar preparado para ser llamado por el profesor – Fernández Galán…A conferire – y allí, en pie, frente a toda la clase, explicar el significado de alegorías, metáforas o ironías de dichos versos, escritos, para más inri, en italiano del Siglo XIII.
Tal vez el italiano no sea exactamente la lengua del futuro. Posiblemente la educación recibida en el Liceo no fuese tan completa, sobre todo en la parte científica, como la del Colegio del Pilar. Seguramente algunos de los docentes que tuvimos eran más personajes de Amarcord de Fellini que profesores modernos, preparados en las últimas técnicas pedagógicas. Pero yo me fui del Liceo con una magnífica base humanística que me ha ayudado toda mi vida. Incluso el saber italiano fue clave para ser contratado un par de veces como profesor en Estados Unidos.
Desconozco el nivel del Liceo estos días – ya sentí no poder haber asistido al 75 aniversario de su apertura – pero espero que, a pesar de las décadas transcurridas, de las innovaciones tecnológicas en educación – me imagino que ya no es obligatorio el uso de los pennini para escribir – y de los profundos cambios en nuestra sociedad, se mantenga esa calidad de enseñanza donde se prima la capacidad de análisis del alumno en vez de la memorización y se inculque ese sentido de autodisciplina académica de la que en estos días carecen todavía muchas de nuestras escuelas.
- ¡Eso sí que es difícil…!


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