Il
fiume scorre lentamente…
Eduardo
Fernández Galán
Diciembre
2015
Hace
unos años, uno de mis mejores alumnos de la clase de Lengua Española
AP, la que cursan los estudiantes más avanzados del instituto y
que, si obtienen buena nota en el examen a nivel nacional, les
permite convalidar dos años de lengua extranjera en la universidad,
se quejó del tema que tenían que tratar en un trabajo de redacción.
Creo recordar que debían dar su opinión sobre una reforma de la ley
de inmigración, que afectaba a los hispanos en los Estados Unidos.
En
clases previas ya habíamos leído artículos, visto vídeos y
discutido sobre el asunto. Estos alumnos eran brillantes estudiantes
de nuestra lengua, capaces de argumentar en español sin grandes
problemas, expresandose con condicionales y pluscuamperfectos de
subjuntivo. Así y todo, a este estudiante el objeto del trabajo le
“parecía difícil”.
-
¿Difícil?
– le contesté. Y le hablé del primer tema
o redacción que tuve que escribir en clase de Lingua
Italiana
en el Liceo, en mi primer año en la Scuola
Media,
lo que en España equivaldría al sexto grado de básica. Vamos, a
los once o doce años de edad. El título del tema
era
tan sugerente como amedrentador: Il
fiume scorre lentamente e porta via i miei pensieri…
-
¡Eso sí que es difícil! – exclamé. Escribir en tu segunda
lengua, a esa edad, durante casi dos horas – recuerdo que teníamos
dos clases seguidas de italiano una vez a la semana – sobre algo de
lo que sólo tienes un título que apenas entiendes. ¿De qué vas a
hablar? ¿Del cabreo que te agarraste el domingo tras la enésima
derrota de tu Atleti a manos del odioso Real Madrid? ¿De lo que te
gustaría darle un beso en todos los morros a Begoña
González-Tablas? ¿De los bocatas que trae todos los días Luis De
Prada – sobre todo los de croquetas – y que comparte contigo
porque a ti tu madre te ha dado 1,50 pesetas para comprarte un Donut
en la panadería camino al colegio y te lo has zampado durante el
recorrido?...
Además
teníamos que escribir el tema
en esos enormes folios dobles rayados que se doblaban a su vez de
manera que en el margen de la derecha el profesor pudiera anotar y
comentar tus errores. ¡Y lo difícil que era sacar un 6!. Recuerdo
que el 5 era aprobado en los colegios españoles pero en el Liceo
había que sacar 6. ¡Eso era difícil!
He
sido profesor de enseñanza media y universitaria durante casi toda
mi vida laboral, tanto en la escuela pública como en la privada,
incluidas escuelas de la élite de los Estados Unidos como The
Lawrenceville School, el College Saint Exupery de Madrid, o la
Escuela Española de Portobello en Londres. No creo que ninguna de
ellas llegara a las tres cuartas partes del rigor académico,
especialmente en las disciplinas humanísticas, existente en el Liceo
Italiano de Madrid de mi generación.
Y
ello sin tener en cuenta otros detalles como hacernos escribir con
plumines –i
pennini -
en la Scuola
Elementare ,
todos usando la misma caligrafía.
Ni
estilográficas ni mucho menos bolígrafos o lápices. Recuerdo a los
6 años la angustia que pasé una noche que me quedé sin tinta para
acabar unos deberes y mezclé la poquita que restaba con agua para
que diera más de sí…Las palabras pasaban del azul marino al
celeste y del celeste al claro…Yo escribía en mi cuaderno
aterrorizado por la bronca que me echaría al día siguiente la Sra.
Novaira, al descubrir el cambio cromático en mi compito.
Recuerdo
que en Seconda
Elementare ya
nos hacían una evaluación oral y escrita para ver si teníamos
problemas con la adquisición de la segunda lengua. Al final de la
Quinta
Elementare había
un examen de corte y a los chavales españoles que no podían con el
sistema les sugerían matricularse en otro colegio donde empezar el
bachillerato.
En
la Scuola
Media nuestros
libros de texto estaban escritos por Homero, Virgilio, o Dante
Alighieri. Además usabamos una voluminosa antología poética que
nos acompañó durante los primeros tres años. Recuerdo que los
comentarios de la edición de la Eneida que teníamos, escrita en
Italiano romance, eran de un tal Giovanni Notte , ¡nuestro profesor
de italiano!
A
los catorce años un deber normal era “leed
los versos 25 al 48 del Canto III del Infierno”.
Si solamente fuera leerlos…Al día siguiente había que estar
preparado para ser llamado por el profesor – Fernández
Galán…A conferire – y
allí, en pie, frente a toda la clase, explicar el significado de
alegorías, metáforas o ironías de dichos versos, escritos, para
más inri, en italiano del Siglo XIII.
Tal
vez el italiano no sea exactamente la lengua del futuro. Posiblemente
la educación recibida en el Liceo no fuese tan completa, sobre todo
en la parte científica, como la del Colegio del Pilar. Seguramente
algunos de los docentes que tuvimos eran más personajes de Amarcord
de
Fellini que profesores modernos, preparados en las últimas técnicas
pedagógicas. Pero yo me fui del Liceo con una magnífica base
humanística que me ha ayudado toda mi vida. Incluso el saber
italiano fue clave para ser contratado un par de veces como profesor
en Estados Unidos.
Desconozco
el nivel del Liceo estos días – ya sentí no poder haber asistido
al 75 aniversario de su apertura – pero espero que, a pesar de las
décadas transcurridas, de las innovaciones tecnológicas en
educación – me imagino que ya no es obligatorio el uso de los
pennini
para escribir – y de los profundos cambios en nuestra sociedad, se
mantenga esa calidad de enseñanza donde se prima la capacidad de
análisis del alumno en vez de la memorización y se inculque ese
sentido de autodisciplina académica de la que en estos días carecen
todavía muchas de nuestras escuelas.
-
¡Eso sí que es difícil…!
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