Sergei
Rachmaninov. Los años inciertos
En
el mercado editorial en español, la mayoría de los estudios sobre
la música rusa están disponibles en traducciones de otros idiomas.
Son escasísimas las obra escritas en nuestra lengua. Por ello, la
aportación del profesor Torcuato Tejada Tauste, con su obra de
reciente aparición Sergei
Rachmaninov. Los años inciertos
—con
prólogos
del pianista Josu de Solaun y del director de orquesta, Salvador
Vázquez—,
publicada
por la editorial
Medio
Tono,
marca un hito de valor inestimable.
Este
título pretende ser un primer acercamiento a la obra del músico
ruso a través de un relato que se centra en lo que los demás han
catalogado cómo años sombríos, llenos de incertidumbre e hipótesis
difícilmente verificables, clavando la pica en ese punto común
donde el análisis musical y la investigación histórica se dan la
mano para empezar a descorrer un velo que hasta ahora se había
considerado un muro. Ese espacio sonoro donde la música tiene más
que decir que las propias palabras.
“Rachmaninov
fue
un
músico que, a pesar de su aspecto distante y austero, su gesto
serio, su aparente seguridad y fuerte personalidad, fue capaz de
conmover a cualquier audiencia. Su música es el testimonio de todo
lo que dijo, pero no con palabras. De todo lo que llegó a hacer,
pero no con gestos. Es el eco de los pasos que dio sin que nadie los
escuchara”,
señala el autor. ¿Qué
ocurrió realmente en la vida de Sergei Rachmaninov entre la Sinfonía
nº 1
(1897) y el Concierto
para piano y orquesta nº 2, op.18
(1901)? ¿Nos pueden mostrar sus obras un testimonio que revele con
música lo que las palabras han callado durante más de un siglo?
¿Dónde está la línea entre, por un lado, la leyenda de una caída
irrefrenable y una recuperación imposible y, por otro, la normalidad
de un artista que simplemente había recibido un golpe vital
inesperado? ¿Qué intenta narrarnos el Concierto
nº 2?
¿Cómo puede calar tanto en el oyente un fragmento que apenas dura
un minuto? ¿Fue compuesto bajo hipnosis? El autor responde a estos y
otros interrogantes con un viaje desde lo meramente anecdótico a lo
puramente musical. En
este ensayo se bucea
en los años más inciertos del pianista, compositor y director ruso:
sus depresiones y silencios, su milagrosa recuperación a manos del
doctor Dahl y su resurgir creativo, con la composición de una de las
partituras más celebradas de la historia: el Concierto
para piano y orquesta nº 2, op. 18.
¿Quién
fue Sergei Rachmaninov?
Breve
semblanza biográfica por Torcuato Tejada Tauste
Sergei
Vasilyevich Rachmaninov fue un pianista, compositor y director de
orquesta ruso. Nació el 1 de abril de 1873 en Semyónovo, una finca
familiar situada en la región de Nóvgorod (Rusia) y falleció el 28
de marzo de 1943 en Beverly Hills (Estados Unidos). Es ampliamente
reconocido como uno de los últimos grandes compositores del
romanticismo tardío, abrazando la tradición centroeuropea, pero con
un profundo lirismo cargado de nostalgia y misticismo, una paleta
armónica exultante que apunta hacia la modernidad y una técnica
pianística deslumbrante. Su producción abarca obras sinfónicas,
conciertos, música de cámara, música coral, óperas... Aunque
donde realmente destacó fue en la composición centrada en el
instrumento que fue su compañero —a veces benevolente, a veces
despiadado— durante toda su vida: el piano. No en vano, fue
considerado como uno de los más virtuosos pianistas de su tiempo.
Rachmaninov
provenía de una familia noble con una fuerte vinculación militar.
Su padre, Vasily Arkadievich Rachmaninov (1841-1916), fue oficial del
ejército y pianista aficionado que provenía de una familia
acomodada. Sin embargo, fue su madre, Lyubov Petrovna Butakova
(1853-1929), quien lo introdujo en el mundo de la música. Ella fue
un apoyo emocional y musical desde el comienzo dándole lecciones de
piano regularmente desde los cuatro años, labor que fue continuada
por la maestra Ana Ornazkaya. Corría el año 1883 cuando Sergei
comenzó sus estudios en el conservatorio de San Petersburgo. Desde
el principio el carácter del joven Sergei encontró apoyo en su
abuela materna, Sofia Litvikova Butakova. Precisamente fue su abuela
quien contribuyó al desarrollo de un marcado sentimiento de
religiosidad en el joven Rachmaninov, encontrando en los cantos
litúrgicos de la iglesia ortodoxa y en los sonidos de las campanas
dos fuentes de inspiración tempranas que, a la postre, atravesarían
su obra de principio a fin.
Posiblemente
su apatía y falta de disciplina, sumados a todos los problemas
familiares, llevaron a su madre a consultar a su sobrino Alexander
Siloti, antiguo alumno de Franz Liszt (1811-1886). Este le recomendó
que enviara a su primo Sergei, de tan solo once años, a Moscú para
recibir clases de Nikolai Zverev (1832-1893), un profesor mucho más
estricto que lograría encauzar la carrera musical del joven, un
tanto descuidada e irregular hasta el momento. Zverev sería como el
primer padre real de Sergei, pues sus alumnos más prometedores,
hospedados en una especie de internado, no solo recibirían formación
musical sino también moral, inculcando valores y disciplina diaria.
Tras varios años bajo la atenta mirada de Zverev —etapa que, no
exenta de problemas y trifulcas, marcó de manera evidente su
desarrollo técnico y artístico—, comenzó a estudiar también
piano con Siloti, quien le ayudó a entrar en el Conservatorio de
Moscú, donde estudiaría contrapunto con Sergei Taneyev (1856-1915)
y composición con Anton Arensky (1882-1905).
A
los diecinueve años, en 1892, se graduó con honores en el
Conservatorio de Moscú presentando la que sería su primera gran
obra: Aleko, ópera en un acto basada en un poema de Alexander
Pushkin (1799-1837). Pero de esta época datan otras composiciones
como el Preludio nº 2 en do sostenido menor, op. 3, una de
las piezas más famosas de toda su carrera o la Suite para dos
pianos nº 1, op. 5. Si bien es cierto que
su popularidad aumentó —como promesa de la composición y como
pianista virtuoso—, el cuanto menos polémico estreno de su
Sinfonía nº 1 abrió una grieta relativamente nueva en su
mente: la duda en sus propias capacidades que, con tan solo
veinticuatro años, lo sumió en una larga sequía compositiva. Esta
crisis, una de las más estudiadas en la historia de la música, está
cubierta con un halo de misterio que las principales biografías no
consiguen aclarar del todo.
Rachmaninov
comenzó a recuperarse de este estado de apatía y de parón creativo
en 1900 gracias, en parte, a la ayuda del doctor Nikolai Dahl
(1860-1939), especialista en hipnoterapia y trastornos nerviosos. La
recuperación fue vista en su momento como algo casi milagroso dada
la profundidad de su crisis personal. Lo que es cierto es que,
gracias a su ayuda, el compositor volvió a escribir.
Y
no de manera paulatina y velada, sino como un torrente que se libera
tras años de cautiverio. La obra paradigmática de este nuevo
impulso creativo fue, sin duda, el Concierto para piano y orquesta
nº 2 en do menor, op. 18 (1901), dedicado precisamente al doctor
Dahl en agradecimiento por su apoyo. Esta pieza, una de las más
conocidas e interpretadas de su catálogo, supuso la vuelta triunfal
a la escena compositiva. Una propuesta creativa repleta de emoción y
esperanza, un reflejo de la victoria de la confianza y la ilusión —y
hasta cierto punto la fe— frente a la desesperación y el
abatimiento.
Rachmaninov
continuó explotando la tradición romántica, llevando el lirismo
apasionado y la armonía rica y exuberante hasta el límite: obras
como el Concierto para piano y orquesta nº 3 en re menor, op.
30, las Variaciones sobre un tema de Chopin, op. 22,
los Preludios, op. 23 y op. 32, la Sonata para piano
nº 2, op. 36, la Sinfonía nº 2, op 27, Vocalise (la
nº 14 de las Romanzas, op. 34) o Las campanas,
op. 35, entre muchas otras, dan testimonio de ello.
En
lo personal, se casó en 1902 con su prima, Natalia Satin, en una
ceremonia un tanto particular en la capilla de un cuartel, ya que la
consanguinidad de ambos dificultó su matrimonio por la iglesia
ortodoxa.
Rachmaninov
aceptó en 1904 el puesto de director del teatro Bolshoi en busca de
mayor solvencia económica, dirigiendo más de cincuenta
representaciones esa temporada. Un puesto que mantuvo hasta 1906
cuando el ambiente político complicó sus condiciones laborales más
allá de lo esperado, momento en el cual la familia se trasladó a
Dresde (Alemania), ciudad en la que estuvieron asentados hasta 1909.
Las giras y viajes no cesaron tomando parte, por ejemplo, en la
temporada rusa que Sergei Diaghilev (1872-1929) realizó en París en
mayo de 1907 o aceptando, como pianista y director, una nueva gira
por los Estados Unidos entre 1909 y 1910.
Sin
embargo, el inicio de la Primera Guerra Mundial provocó un cambio
drástico en la proyección internacional del músico. La Revolución
Rusa de 1917 marcó un punto de inflexión en la vida de Rachmaninov.
Ante la agitación política y la inseguridad, y considerando que su
finca en Ivanovka —donde había invertido la mayor parte de sus
ganancias— fue ocupada por un grupo del partido revolucionario, se
vio prácticamente obligado a abandonar Rusia con su familia,
llevándose consigo solo algunas partituras y recuerdos personales.
El exilio fue un golpe devastador para el compositor, quien siempre
se sintió profundamente arraigado a su patria. Sergei Rachmaninov
recibió la oferta de una gira por Escandinavia en calidad de
pianista, una petición que la familia aceptó encantada porque
significaba la excusa perfecta para obtener un permiso para salir del
país. De manera que, a finales de ese mismo año, tomaron un tren
hacia la frontera finlandesa que los llevó a Helsinki. Durante esa
temporada recibió varias ofertas de Estados Unidos. De manera que la
familia tomó un barco en Oslo en noviembre de 1918 para, casi dos
semanas después, llegar a Nueva York. Los Estados Unidos se
convirtieron en su base principal durante los años siguientes,
experimentando su carrera un resurgimiento en este nuevo mercado.
Incluso los constructores de pianos le ofrecían giras para
promocionar sus instrumentos valiéndose de su influencia y
popularidad.
Los
problemas económicos no cesaban pues el coste de la vida en Nueva
York era muy superior al que estaban acostumbrados. Por no mencionar
el impacto que la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión
tuvieron en la economía global y, por tanto, en los contratos de las
discográficas y los ingresos provenientes de los recitales. Pese a
todo ello, en 1920, Rachmaninov consiguió firmar un contrato que se
alargaría durante toda su vida con la discográfica RCA Victor.
En
sus últimos años, Rachmaninov continuó componiendo y realizando
giras, aunque a un ritmo más lento debido a, entre otros, unos
problemas cardiovasculares que limitaban el número de actuaciones y
que le llevaron a experimentar fatiga crónica, cansancio y estrés,
debido a los constantes desplazamientos y las presiones a las que
había estado sometido durante tantos años, además de la mella que
toda la carga emocional de su carrera había ido provocando desde su
juventud. La familia pasaba los veranos en una villa cerca de Lucerna
y el Lago de los Cuatro Cantones (Suiza), lugar en el que
construyeron una casa a la que llamaron Senar. Fue en aquel idílico
lugar donde completó la Rapsodia sobre un tema de Paganini (1934)
y la Sinfonía nº 3 (1936).
A
pesar de sus dolencias, su actividad nunca cesó del todo. Durante la
temporada de conciertos de 1932 realizó más de cincuenta recitales,
aunque su presencia internacional disminuyó. Buscando la mayor
tranquilidad y un clima favorable, trasladó su vivienda
definitivamente a comienzos de 1942 a Beverly Hills (California),
cerca de su amigo Horowitz. Rachmaninov ya había avisado de que la
temporada 1942-1943 sería la última como pianista, dedicándose
después por completo a la composición. Sin embargo, sus problemas
de salud fueron en aumento e impidieron que los conciertos se
desarrollaran como estaba planeado, abandonando en febrero de 1943.
Su salud se deterioró tan rápidamente que falleció en marzo de ese
mismo año a la edad de 69 años.
Lo
que en principio había supuesto una alegría —la reciente
obtención de la nacionalidad estadounidense— se convirtió en otro
revés del destino, otro más en su vida, ya que impidió que se
cumpliera una de sus últimas voluntades: ser enterrado en Moscú,
junto a Scriabin, Taneyev y otros muchos amigos y compatriotas.
Sergei
Rachmaninov. Los años inciertos,
de
Torcuato Tejada Tauste
-
El título.
En palabras del autor,
Torcuato Tejada Tauste,
con el título
Sergei Rachmaninov. Los años inciertos
se intenta abrir y
transmitir una doble vía de análisis. Por un lado, la propia
incertidumbre del compositor cuando, tras el estreno de la Sinfonía
nº 1 y su
consiguiente fracaso, empezó a ver que su seguridad y lo que parecía
un futuro muy prometedor como pianista y compositor, comenzaron a
tambalearse. Y, por otra parte, se pretende reflejar el misterio que
rodeó su vida en esos años (entre 1897 y 1901, año del estreno del
famoso Concierto para
piano y orquesta nº 2),
un apagón interior que se decidió mantener fuera de los focos
biográficos y mediáticos, como así lo demuestran la mayoría de
las fuentes documentales y libros dedicados al famoso músico ruso.
El libro indaga y muestra
hasta qué punto la obra del propio autor es capaz de revelarnos esos
datos ocultos que permitan a los amantes de su música ir más allá
de lo que él mismo quiso contarnos.
“La
figura de Rachmaninov siempre ha provocado cierta fascinación tanto
en aquellos que se adentran en su biografía como en quienes se
exponen a su música. Con este texto se propone un viaje a una región
poco explorada de su vida. Un periodo que, como se ha visto, presenta
más preguntas que respuestas. Un tiempo del que él mismo, sus
familiares y sus amigos prefirieron no hablar. Un pequeño hueco
historiográfico sobre el cual las principales biografías pisan con
cautela con teorías, propuestas y suposiciones. Una crisis profunda.
Una recuperación milagrosa. Un vacío creativo. Una explosión
compositiva. Una obra paradigmática”, escribe el autor.
“Un texto que pretende ser un primer acercamiento a la obra del
músico ruso a través de un relato que se centra en lo que los demás
han catalogado como años sombríos, llenos de incertidumbre e
hipótesis difícilmente verificables, clavando la pica en ese punto
común donde el análisis musical y la investigación histórica se
dan la mano para empezar a descorrer un velo que hasta ahora se había
considerado un muro. Ese espacio sonoro donde la música tiene más
que decir que las propias palabras”.
-
La figura de Rachmaninov. Comenta
el autor que la personalidad de Rachmaninov es como la de muchos
músicos que vivieron a caballo entre los siglos XIX y XX: un
“todoterreno”. Pianista (virtuoso), director de orquesta, pero,
sobre todo, compositor porque fue en esta faceta donde encontró la
vía para expresarse más allá de las palabras o el contacto con
otros seres humanos. “Un hombre alto, muy alto. Y delgado,
muy delgado. Con unas manos descomunales que medían alrededor de
treinta centímetros. Solitario, reservado y tímido. Con un corte de
pelo casi militar y un gesto facial neutro, distante, como si las
vicisitudes le atravesaran. Sin una vocación clara. Parecía uno más
de los muchos los pianistas rusos de su época con potencial para
aspirar a todo, pero que a la larga no llegarían a nada. Nada más
lejos de la realidad”.
Al
ser una persona retraída y ciertamente oculta, a él le costaba
expresar sus sentimientos o necesidades. Y esto lo consiguió a
través de dos vías principales: las cartas a su familia, a sus
amigos y a colegas de profesión, en las que exteriorizó con más
intensidad y menos prudencia sus opiniones, pero, principalmente, a
través de su capacidad creativa como compositor.
En
concreto, el Concierto
nº 2 tiene una gran
carga emotiva por haber estado tanto tiempo sin componer dada la
crisis existencial que le invadió. En palabras de Josu de Solaun,
“Sergei
Rachmaninov no fue un compositor del presente —ni de su presente—,
ni siquiera del pasado reciente. Su música parece haberse forjado en
la vasta y opaca noche de los tiempos, en un espacio donde la muerte
y el renacer se enredan como las mareas que se adentran en las rocas
para regresar al océano, dejando tras de sí huellas apenas
perceptibles. Y es en ese vaivén de ecos antiguos donde podemos
rastrear su verdadera esencia: un poeta de los tonos que, con cada
nota, arrastra el peso de los siglos, del dolor acumulado, del amor
perdido, de la esperanza que siempre queda postergada, relegada a los
rincones de una eternidad imperfecta”.
-
El concierto para piano y orquesta nº
2, op.18.
Salvador
Vázquez, actual director de la Orquesta de Córdoba, escribe en su
prólogo Transitando
el alma
que “la aureola que envuelve a su persona es prácticamente
indisoluble a aquella que rodea al Concierto
nº 2,
el cual se encuentra en la lista de los conciertos más interpretados
y grabados de la historia destacando las grabaciones que nos dejó el
propio compositor (en el año 1924) con la Orquesta de Filadelfia y
Leopold Stokowski. Su extraordinaria belleza melódica, su fuerza y
su profundidad emocional hicieron que este concierto resultara un
éxito sobresaliente.
Más
allá de su triunfo artístico, esta composición representa uno de
los mayores logros personales de Rachmaninov ya que, gracias a ella,
consiguió salir de una de las etapas más oscuras de su vida. Afirma
el autor que, “[…] en efecto, la catarsis que produce escuchar
esta partitura es única e hipnótica. Amplias y bellas melodías, un
diálogo constante entre solista (el piano) y la orquesta, equilibrio
armónico, influencia de raíces populares… Algo que en Rachmaninov
cobra mayor importancia, si se atiende al aspecto psicológico que
consiguió inocular en la obra tras despegar de toda negatividad. Es
entonces que la belleza de esta obra consigue atrapar a cualquiera
como te atrapa un suceso inesperado o un trauma que queda instalado
durante mucho tiempo hasta que llega el momento de la liberación, es
decir la llegada al punto culminante del Concierto”.
La
popularidad de la pieza no ha hecho sino crecer. Se trata de
una muestra de la capacidad del músico de estructurar con eficacia
una obra monumental en la que, además, existe cierto nivel de
transferencia de material entre movimientos. Es la antesala de una
nueva etapa creativa de Sergei Rachmaninov, mucho más madura y en la
que alcanzará un nivel de maestría muy superior al mostrado hasta
ese momento. De la mano de esta partitura, el pianista ruso se libera
de muchos pesos, miedos, inseguridades y depresiones creativas para
embarcarse en un futuro brillante y prometedor. La obra no es solo el
final de una recuperación, sino la propia narración de dicha
recuperación. Es un diario del camino que recorrió el compositor
desde las primeras sombras de una crisis compositiva hasta la
catarsis final que lo liberó.
-
En esos años inciertos... Aunque
el
Concierto
para piano y orquesta nº 2,
op.18
es, claramente, la culminación de un proceso vital y creativo aún
hoy en día misterioso bajo muchos puntos de vista, es evidente que
el recorrido no estuvo exento de momentos y experiencias dignas de
analizar y valorar.
-
Sinfonía nº 1, op.13.
El 28 de marzo de 1897, poco antes de cumplir
veinticuatro años, un joven Sergei Rachmaninov escuchaba atónito
cómo Alexander Glazunov (1865-1936) machacaba su primera obra
escrita para el género sinfónico en la Sala de la Nobleza de San
Petersburgo. Su primera obra trascendente por su originalidad y
dedicación se convertiría en una pesadilla tal que el compositor, a
pesar de estar ya fuera del teatro, no pudo evitar taparse los oídos.
El estreno de esta partitura fue una de las mayores calamidades de su
trayectoria profesional debido a un cúmulo de problemas de diferente
índole. Además, por si esto no fuera poco, este fracaso fue
utilizado por un porcentaje del público y la crítica, dispuestos a
aprovechar cualquier mínima grieta para avivar la discordia entre
los músicos de San Petersburgo y de Moscú. El papel del gran
Glazunov fue objeto de una tremenda polémica, ya que, por un lado,
se certificó que le dedicó muy poco tiempo a los ensayos de la obra
de Rachmaninov a la que consideraba de muy bajo nivel y con la que se
permitió realizar algunos cambios en la orquestación, y, por lado,
muchos de los presentes, entre ellos la mujer del joven Sergei,
Natalia Satina, certificaron el estado de embriaguez del propio
Glazunov en el momento de dirigir. No en vano, a través de su alumno
Shostakovich, el maestro escondía una botella de alcohol debajo de
su escritorio del Conservatorio, mientras impartía clase. Otras
opniones negativas sobre la calidad de la partitura vinieron del gran
Rimsky-Korsakov quien comentó que “no encuentro la obra agradable
de ninguna manera” o de su maestro, Taneyev quien ya le había
avisado del bajo nivel de sus melodías.
No
queda del todo claro si este fracaso fue uno de los motivos que más
contribuyó a la depresión por la que estuvo apartado en sus
procesos creativos. Aunque por las palabras del propio Rachmaninov no
debió ser así porque la pieza no se convirtió en ningún tabú
para él.
-
Los encuentros con Tolstoi. La princesa Alejandra Lievin, gran amiga
de Rachmaninov, se puso en contacto con el famoso escritor ruso Lev
Tolstói para que pudiera conocerlo argumentando que “el muchacho
va hacia la ruina. Ha perdido la fe en su capacidad. Trate usted de
ayudarle”. Tolstoi, autor de Guerra y paz o Ana Karenina
acababa de publicar ¿Qué es el arte? Su carácter era de
sobra conocido como arisco y rudo con las personas. Quizás no era un
buen momento para encontrarse con este genio de las letras, pero
Rachmaninov lo veneraba como a un dios y consiguió tener dos
encuentros con él. El primero de ellos fue trivial, sin interés. El
literato no parecía muy interesado en tener conversación. Y en el
segundo consiguió tocar una nueva pieza, Destino, que apenas le
gustó siendo bastante arisco con él: el viejo escritor más tarde
pidió disculpas alegando su vejez y cansancio.
-
Rachmaninov toca fondo. Tras
el estreno de la Sinfonía nº 1, Rachmaninov encontró cierto
consuelo en la bebida. Sus allegados estaban muy preocupados por él
y decidieron que visitara a Nikolai Dahl, neurobiólogo, psicólogo y
psiquiatra ruso, gran amante de la música, cuya especialidad era
curar a través de la hipnosis. Los resultados fueron excelentes.
Acabó repudiando el alcohol, entablaron una sana y estrecha amistad
ambos y su capacidad creativa volvió a florecer como flor de mayo.
Sus encuentros se convirtieron en auténticas tertulias sobre vida y
arte, lo que ayudó mucho a crear un clima satisfactorio para que el
compositor y pianista aceptara iniciar y completar el tratamiento.
Fue
el propio doctor Dahl quien en alguna de sus veladas musicales con
amigos y con el propio Rachmaninov presente pronunció la frase:
“Usted empezará a escribir su concierto…Usted lo escribirá con
gran facilidad…El concierto será de excelente calidad”.
Parece
que Nikolai Dahl, independientemente del, hipotético, método
hipnótico, debió usar algún tipo de proceso catártico para
liberar la psique de Rachmaninov. Específicamente la catarsis
alopática: liberar la mente usando lo contrario de lo que aflige,
induciendo la virtud opuesta al vicio por eliminar. Frente al
desastre o la mala respuesta hacia sus estrenos, la promesa del
éxito. Ante su necesidad de reconocimiento externo, la seguridad de
contar con su propia aprobación como juez último. Tras la sequía
compositiva, la fecundidad en ideas. Del miedo y el dolor de sus
desengaños amorosos, al valor y alegría de pedir en matrimonio a su
prima Natalia Satina. El doctor Nikolai Dahl se mostró como un
profeta bastante certero. La obra objeto de su letanía, el Concierto
para piano y orquesta nº 2, op.18, le
reportaría un rotundo éxito.
Más
información
Sobre
el autor
Torcuato
Tejada Tauste (1985) es natural de Guadix (Granada). Es Titulado
Superior de Piano y Composición (Premio Extraordinario Fin de
Carrera) y Doctor en Historia y Artes por la Universidad de Granada
con su tesis El Trío con piano en España en los siglos XIX y XX.
Obtiene la mención internacional tras su estancia en el departamento
de «Music and Music Technology» de la Universidad de Huddersfield,
cerrando su investigación con la conferencia titulada The
composition itself determines this culmination’ (Sergei
Rachmaninov). An analytical, historical and
psychological approach to Rachmaninov’s Piano concerto nº 2, op.
18 (1901). Su trabajo Conrado
del Campo’s String Quartet Nº 12 in B flat major (1948): An
Approach to his Compositional Technique ha sido publicado por la
prestigiosa editorial Peter Lang.
Entre
sus composiciones estrenadas, cabe mencionar su Concierto para
piano y orquesta nº 1 o la música incidental para el teatro El
jardín de las estrellas, así como el himno coral para la
Asociación Internacional de Profesores de Lengua y Literatura Rusas
«Mapryal», pasando por arreglar para ensemble la ópera Los
siete pecados capitales de Kurt Weill y Bertolt Brecht o adaptar
y dirigir The wind remains de Paul Bowles. En colaboración
con el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, ha
compuesto las bandas sonoras para las piezas de videodanza
Corpúsculos, Permanecí efímera y Dasein.
Su poema sinfónico El Amanecer: tras una lectura de Pedro Antonio
de Alarcón fue un encargo del XXVII Festival Internacional de
música «Guadix Clásica» y estrenada en el Auditorio Manuel de
Falla de Granada.
No
obstante, su actividad creativa no se circunscribe únicamente al
ámbito nacional, habiendo realizado varios estrenos en el Mahaney
Center for the Arts del Middlebury College (Vermont, EE.UU.),
destacando Santa Compaña para SATB e Interludios para una
opereta para piano solo.
Es
funcionario del cuerpo de Profesores de Música y Artes Escénicas en
la especialidad de Fundamentos de Composición, aunque actualmente
desarrolla su labor docente en el Departamento de Improvisación y
Acompañamiento del RCSM Victoria Eugenia de Granada.
Ficha
técnica de la obra
Título:
Sergei
Rachmaninov. Los años inciertos
Autor:
Torcuato
Tejada Tauste
Editorial:
Medio Tono Editorial (www.mediotonoeditorial.com)
ISBN: 9788412790115
Idioma:
Español
Número
de páginas: 144
Encuadernación:
Tapa blanda con solapas
Fecha
de lanzamiento: 24 de enero de 2025
Año
y lugar de edición: 2025, Madrid
Alto: 23 cm
Ancho: 15 cm
Grueso: 1,1 cm
Peso: 250 gramos
Precio:
20 €