¿La mayor preocupación de los españoles?
Julio Sánchez Mingo
Paseo de la Reforma. Ciudad de México. Octubre de 2024. J. S. M. |
¿De dónde sale la inmigración? De las guerras, las persecuciones políticas, el hambre, la sed o la pobreza. Por todo ello migraciones, invasiones o conquistas son tan viejas como la humanidad. Según la encuesta del mes de septiembre del CIS, Centro de Investigaciones Sociológicas, el instituto público español de estudios de opinión y encuestas, la inmigración ocupa el primer lugar en la lista de las preocupaciones de los ciudadanos españoles. ¿Por qué? Creo que por temor a perder el propio estatus, a la ignorancia y la incultura, al miedo al y a lo desconocido, al racismo, el clasismo, la aporofobia y el egoísmo, vicios tan enraizados en la sociedad española. Todo ello salpimentado con la falta de información veraz proveniente de fuentes fiables independientes, libres de intereses espurios los cuales contribuyen a fomentar temor y preocupación en una población muy manipulable. Según nos recordaba recientemente Antonio Muñoz Molina: “… A Cervantes, que lo había visto todo en esta vida, le fascinaba la extraña capacidad humana para no ver lo que se tiene delante de los ojos, y para empeñarse en ver lo que no existe, y dejarse engañar por las mentiras y las fantasías de otros. La locura de don Quijote es en gran parte un empecinamiento fanático en no ver lo evidente, y más tarde una voluntad de aceptar las mentiras que otros han urdido para manipular su conducta o tan solo para burlarse cruelmente de él… “. Las redes sociales también contribuyen a enrarecer y envenenar el ambiente en lo relativo a la llegada de extranjeros al país, por no hablar de ciertos partidos políticos o asociaciones y agrupaciones confesionales que, paradójicamente, no respetan las doctrinas cristianas, en particular las católicas. El papa Francisco declaraba el pasado 21 de octubre que no se puede cerrar la puerta a la inmigración y que el migrante debe ser acogido, acompañado e integrado.
¿Qué argumentan en España los acérrimos contrarios a cualquier tipo de inmigración para oponerse a ella? Según ellos aumenta la delincuencia y la criminalidad y disminuye la seguridad ciudadana, se sobrecargan los servicios públicos, especialmente los sanitarios, crece la conflictividad social, los foráneos acaparan las ayudas públicas, aumenta el desempleo y se pierde la identidad cultural. Nada más lejos de la realidad. Las tasas de criminalidad en España llevan estancadas muchos años, en las consultas de los centros de salud solo hay viejos nativos como yo o niños pequeños de origen extranjero cuyos padres —gente joven que no enferma— trabajan y cotizan a la Seguridad Social, apuntalando nuestras menguadas pensiones del futuro y colaborando en mantener las tasas de crecimiento demográfico en niveles aceptables. Contribuyen, en definitiva, a la riqueza nacional.
En lo relativo al empleo, de fuera vienen porque hay trabajo. ¿Quién cultiva la fresa, nos sirve en el bar o el restaurante, levanta los nuevos Camp Nou o Bernabéu, nos hace la reforma de la casa, repara sus goteras, la limpia y friega, cuida de nuestros niños y acompaña a nuestros mayores?
Los inmigrantes apechugan con las tareas pesadas que los españolitos no queremos desarrollar. Y somos tan ingratos que los despreciamos y los ignoramos, aunque estemos todo el día en contacto con ellos, como hacemos con las señoras del servicio doméstico, con las miles de jovencitas que como dependientas copan el pequeño comercio o nos atienden en la hostelería, donde monopolizan las cocinas y se las ve regresar a su morada a medianoche en el metro, agotadas, derrotadas, a viviendas de barrios populares o del extrarradio, donde muchas comparten, incluso, habitación. Ellos, con sus bolsas y mochilas a las espaldas, llenan los coches del subterráneo para ir o volver del tajo. Ahora, en la obra, los operarios cualificados son rumanos y otros ciudadanos de los países del Este incorporados a la UE —que hasta hace pocos años fueron inmigrantes— y refugiados de la guerra de Ucrania.
Hablo de Madrid, que es lo que conozco y veo, pero imagino, por lo que leo en la prensa, lo que es el campo en Murcia o Almería, bajo el plástico de los invernaderos. Y siempre me acuerdo de una escena que presencié hace unos pocos veranos: una cuadrilla de negros, altos, fuertes, musculados, de cabeza redonda y maciza, marchando, sonrientes, bajo el abrasador sol de Vera, en pleno julio, camino del sembrado donde al poco los vi recolectando sandías, que este agosto pasado se pagaban en el supermercado a 70 céntimos de euro el kilo.
Con los magrebíes, centroafricanos o bangladeshíes nos cebamos y descargamos nuestra xenofobia. Así, renegamos de todos ellos, del mantero sin papeles al que compramos las camisetas de Mbappé en el metro o en la Gran Vía, o del refugiado sirio que vagabundea por Lavapiés y los asociamos a la delincuencia. Una delincuencia de poca monta que, cierto es, encuentra su caldo de cultivo con más facilidad entre los marginados y los desarraigados. Porque la criminalidad de altos vuelos, la que mina un país, esta acaparada por individuos genuinamente españoles: empresarios, políticos o terratenientes, como los que roban y esquilman el agua de los acuíferos de Doñana.
Por lo que se refiere a nuestra identidad cultural, hace ya muchos años que la venimos perdiendo a manos de los medios de comunicación de masas USA, pagando por ello para más inri. No cesan de bombardearnos con sus productos con lo que venimos adaptando nuestro modo de vida y de comportamiento a lo que nos muestran día a día, imitándolos en todo. El lema que la marca española Pronovias muestra en el escaparate de una de sus tiendas en Ciudad de México, la capital de un país donde ciento veinticinco millones de personas hablan español, está redactado en inglés.
Ciudad de México. Octubre 2024. J. S. M. |
Ahora, mientras termino de escribir estas líneas, unos chavales inmigrantes —muy afortunados ellos— protagonizan el Clásico, el Madrid-Barça de la Liga. A ellos, los aficionados madridistas y culés los adoran.
Paseo de la Reforma. Ciudad de México. Octubre de 2024. J. S. M. |