06 septiembre 2025

 

La clase media

Julio Sánchez Mingo



Pepe heredó de sus progenitores un bonito apartamento en la costa, en un edificio en primera línea de playa, rodeado de jardines. Su padre era funcionario del ministerio de Hacienda y completaba sus ingresos llevándole la contabilidad a algunos tenderos del barrio. Su madre nunca trabajó fuera de casa y, a pesar de todo, veraneaba dos meses largos en aquel lugar con sus tres hijos. Su marido iba solamente sus treinta días reglamentarios de vacaciones al año, al volante de su 1430, además de traerlos y llevarlos a principio y final de la temporada veraniega. Era frecuente, cuando estaba el cabeza de familia, ir a comer paella a alguno de los locales o chiringuitos más acreditados de la zona.

Pepe es profesor de Ciencias en un colegio religioso concertado. Su mujer, Clara, trabaja como administrativa en Iberdrola. Tienen dos hijos, la parejita, chico y chica, que estudian en sendas universidades privadas. No ayudan en casa. Él se gasta lo que no tiene saliendo de copas con los amigotes y ella no para de comprarse pingos en las grandes cadenas de venta de ropa de moda que no aguanta dos lavados. Incluso hay prendas que ni siquiera ha estrenado.

Como la economía familiar hace aguas, desde algunos años atrás, Pepe y su mujer utilizan el apartamento de la playa sólo veinte días en verano. El resto del año intentan rentabilizarlo alquilándolo en las condiciones que el mercado permite para un inmueble de sus características, incluso ofertándolo como piso turístico en plataformas de Internet, de una forma más o menos legal. Gran parte de sus vecinos hacen lo mísmo. Sus vástagos ya no aparecen por allí y su hija, en concreto, se fue este verano a Cracovia, a hacerse selfies con unas amigas. Hay que aprovechar el fenómeno de los vuelos baratos de punto a punto, aunque la arquitectura medieval de la ciudad polaca te traiga al pairo. Sale más caro acudir a las afamadas fiestas de Villarrubia del Condado, donde el precio de una habitación por noche está disparado y las litronas en vaso de plástico ni te cuento.

Nuestro protagonista también heredó de sus padres un buen piso de entreguerras en el barrio de Chamberí. Aparca su gigantesco SUV en un estacionamiento para residentes promovido por el ayuntamiento hace treinta y tantos años. Encajar semejante armatoste en su plaza de aparcamiento requiere pericia y habilidad. Como casi todos los usuarios están en la misma situación, las grescas entre ellos son habituales, dada la imposibilidad de maniobrar o abrir la puerta del vehículo. Pero claro, manda la presunción, el postureo.

Ahora hay que renovar los tres ascensores del inmueble y Pepe no puede dormir pensando en las derramas que se le vienen encima. Se queja del gobierno, de la inmigración —tienen una asistenta siria, sin dar de alta en la SS, sin la que su mujer no podría vivir. El portero de la finca es un peruano simpático y eficiente, que ayuda, asiste y saca del atolladero a los vecinos más ancianos. Los propietarios más jóvenes quieren prescindir de él y poner en alquiler su vivienda del semisótano. La fruta la compran en un establecimiento de su manzana regentado por dos silenciosos bangladesíes—. También echa pestes de los muchos herederos de la vivienda colindante que la tienen alquilada por habitaciones a estudiantes, donde a sus hijos les gusta refugiarse. ¡Y quiere denunciar a los del 3º A porque arriendan su propiedad como piso turístico! Pobre Pepe, ¿morirá de un infarto o llegará a anciano hecho unos zorros?

20 junio 2025

Obra ganadora del IX Premio de Escritura Breve de Diario de Madrid

 

La última entrevista

Beatriz Ledo Trujillo


Gonzalo Silván Lago. Acrílico sobre tabla. Trofeo para la ganadora.

Sentada en la cama del hospital, mientras mi padre bebía los últimos sorbos de su existencia, recordé con cariño los preciosos momentos de nuestra vida. Retazos de lucidez en forma de fotografías mentales donde observar mis primeros pasos junto al hombre que me vio crecer.

Varias décadas antes, me afanaba en entender su profesión, tan práctica para él como misteriosa para mí.

Papá ¿qué es el periodismo?

Bueno, cariño, es como cuando le cuentas a tus amigos cómo fue el partido si no pudieron ir.

Entonces ¿puedo contarle los partidos a cualquier persona?

Los partidos y todo lo que se te ocurra. Pero debes saber contarlo bien. Es un arte.

Mi padre sí sabía. Te explicaba con palabras precisas lo necesario para poder entender cualquier tema. Aún recuerdo esa conversación. Me decidió a dedicarme a esta gran carrera.

¿Alguna pregunta más? —La voz me pilló en plena ensoñación.

No. Eso es todo. Muchas gracias por su amabilidad —me disculpé mientras le daba la mano al músico de jazz del año.

Ahora realizo entrevistas a gente de todo el mundo. Me permite conocer durante un momento a la persona detrás del personaje. Es emocionante. Pero no es sencillo. Saber dar con el botón de cada uno. A veces te llevas sorpresas curiosas, divertidas. Otras, decepciones del tamaño del piano de la entrevista de hoy.

Llevo una época bastante despistada. Las marañas del tiempo ocupan mi cerebro como las madejas de lana el cesto de mi abuela. Todos esos recuerdos deambulan sin permiso por mi mente. Su enfermedad no me deja pensar con claridad. Me obnubila, lastra mi ánimo.

¿Cómo sigue tu padre? —La pregunta me pilla, una vez más, desprevenida.

Ya lo conoces. Poco a poco —respondí tímida.

Es tan cabezón como tú —comentó con un guiño—. Mantenme informado.

Mi jefe encaró el pasillo de vuelta a su despacho, pero no lo dejé dar un paso más.

¿Qué te parece si me tomo unos días? —solté a bocajarro.

Me parece bien. Haz lo necesario. Y dale recuerdos a tu padre de mi parte —sonrió bondadoso tras una pausa.

Me encaminé como cada día al hospital, esta vez más ligera. Había dejado parte de la pesada carga en la oficina. Tenía por delante unos momentos únicos, bálsamo de serenidad ante la necesidad apremiante.

¡Papá, ya estoy aquí! —exclamé con alegría contenida.

En la cama, rodeado de tubos, mascarilla de oxígeno, sábanas impolutas, yacía mi alma gemela. Sonrió desde sus ojillos de ratón. Siempre sonreía.

¿Qué haces aquí a estas horas?

Me he tomado unos días libres —susurré cogiéndole de la mano.

Su sonrisa lo dijo todo. A veces tomas decisiones que lamentas toda tu vida. Otras, no te das cuenta de tu acierto hasta mucho tiempo después.

Al día siguiente comenzamos una rutina. Llegaba temprano, justo para el desayuno. Luego jugábamos un poco a las cartas, le comentaba lo escrito la noche anterior. Mi proyecto de novela parecía entusiasmarlo. Repasábamos las tramas, los personajes. A media mañana nos echábamos los dos una siesta del burro. De vez en cuando abría un ojo y lo veía dormir. Con su boca abierta, aquella cara de ancianito asomaba a su rostro sin dentadura… Me inundaba una ternura inusitada. La certeza de la vulnerabilidad inevitable. El deseo de cuidarlo siempre. Escuchaba su respiración acortada por esos pulmones que ya no cumplían. A veces un sueño agitado lo revolvía y yo quería abrazarlo como a un bebé. Decirle al oído: «No te preocupes. Estoy aquí». Pero era incapaz de moverme, respirar siquiera. Solo lo observaba en silencio, congelada sin remedio. Todos terminaremos marchándonos antes o después, esa idea me paralizaba.

¿Por qué me miras así? ¿Tan feo soy? —comentó un día divertido.

Sabía perfectamente qué me pasaba, lo afrontaba con humor, quitándole importancia como quien desempolva una sábana vieja.

¡Anda, vámonos de farra! —Esta ridícula capacidad mía para cambiar de tema…

Menudos paseos nos dábamos por los pasillos. Conocíamos cada papelera, cada esquina rota, cada cartel en aquel barullo de hospital, laberinto de enfermedades y pruebas.

Un día me confesó que estaba cansado, ya no salimos más. Los días pasaban en esa habitación desinfectada, anuncio triste de lejía casera. Pero no perdíamos el ánimo. Las partidas al cinquillo se volvieron habituales durante las tardes. Mientras tirábamos cartas, recogíamos ideas absurdas, arreglábamos el mundo. Ese empeñado en seguir girando como si nada sucediera.

Mis vueltas a casa eran cada vez más angustiosas. Anhelaba las horas vividas en su compañía. Decidí quedarme cada noche. Él no estaba de acuerdo, pero no tuvo fuerzas para negarse.

¿Qué nos aguarda después, papá?

A ti, yo.

Sus respuestas, siempre sabias, siempre enigmáticas.

Atesoro aquellos días como lingotes de El Dorado. Momentos tranquilos, llenos de paz. Hablamos. Hablamos mucho. Surgieron mil temas imposibles, con esa urgencia de quien conoce su fecha de caducidad. El tiempo a su lado se agotaba como las campanadas de medianoche para la Cenicienta. Lo sentía en mis entrañas: gotas de lluvia escurriéndose por mi rostro sin poder retenerlas en medio de la tormenta.

Cuando se fue, lo agarré con fuerza de la mano para impedir su marcha a toda costa. Lo retuve lo posible, pero las almas buenas siempre vuelan alto.

Fue su última entrevista. Yo tuve la exclusiva. Gracias, papá.

 

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Los trabajos finalistas han sido, por orden alfabético de título:

- Afines, de María Ruiz
- El hijo de Juan, de Jorge Navarra
- El llamativo e instructivo empleo... , de David San Juan
- La lista, de Juan Rodrigo
- La negra, de Sergio Albornoz
- La última entrevista, de Beatriz Ledo
- Pido perdón, de Felipe Gornes
- Raíces aéreas, de Manuel Alejandro Urbín
 

 

29 mayo 2025

 

Offener Brief an das deutsche Volk

 

Es hat den Anschein, als ob das deutsche Volk heute, im Jahr 2025, immer noch Schuldgefühle für die vom Dritten Reich (1933-1945) begangenen Gräueltaten empfindet. Einige Verbrechen wurden durch Handeln begangen, andere durch Unterlassen, durch Wegschauen, durch Nichtreagieren auf diese Barbarei, derer sich damals jeder in Deutschland in gewisser Weise mehr oder weniger bewusst war. So sehr, dass heute in Ihrem Land - dem Kern, dem Rückgrat Europas - jeder, der den palästinensischen Völkermord verurteilt, als Antisemit gebrandmarkt wird.

Aber das sollte nicht der Fall sein. Die deutschen Bürger des 21. Jahrhunderts sind nicht schuld an den Fehlern ihrer Eltern oder Großeltern und sollten nicht in die Falle der zionistischen Opferrolle tappen. Israel ist heute ein völkermordender Staat. Seit vielen Jahren massakriert und vernichtet es das palästinensische Volk mit der Komplizenschaft vieler, insbesondere der USA, unter Bruch von Pakten und Abkommen und unter Verletzung des Völkerrechts. Die endgültige Verwüstung des Gazastreifens und die Angriffe im Westjordanland, die nach dem Hamas-Anschlag vom 7. Oktober 2023, einem abscheulichen terroristischen Akt, entfesselt wurden, sind in keiner Weise gerechtfertigt oder durch irgendein Gesetz geschützt. Terrorismus wird auf viele Arten bekämpft, aber nicht durch die Vernichtung eines unschuldigen Volkes oder die Vertreibung aus seinem Land oder die Finanzierung krimineller Gruppen, wie Israel es getan hat, das seit 2018 Zahlungen an die Hamas aus Katar genehmigt hat, wie Netanjahu am Mittwoch, dem 21. Mai, zugab, wie EFE am folgenden Tag aus Jerusalem berichtete.

Deutsches Volk: Wir brauchen dich, um die Tragödie in Gaza zu beenden. Wenn Sie uns nicht helfen, wird Deutschland zum Komplizen eines Völkermordes. Sie müssen lautstark Ihre Stimme gegen die verbrecherische Politik der derzeitigen zionistischen Regierung Israels erheben, dem Nazi-Staat des 21. Jahrhunderts.

Ich danke Ihnen sehr.

Julio Sánchez Mingo

PS. Von hier aus möchte ich meine Solidarität und Unterstützung für die vielen Juden - seien sie nun Juden aufgrund ihrer ethnischen Zugehörigkeit, ihrer Kultur oder ihrer Religion - in der ganzen Welt, einschließlich in Israel selbst, zum Ausdruck bringen, die das derzeitige Verhalten des hebräischen Staates, der übrigens, das muss man ganz klar sagen, sie nicht vertritt, anprangern und kritisieren.

 

Carta abierta al pueblo alemán

 

Parece como si todavía a estas alturas, 2025, el pueblo alemán arrastrara sentimiento de culpa por las atrocidades perpetradas por el III Reich (1933-1945). Unos crímenes cometidos por acción y otros por omisión, por mirar hacia otro lado, por no reaccionar ante aquella barbarie de la que, de alguna manera, todos en Alemania en aquellos tiempos fueron más o menos conocedores. Tanto es así que ahora, en vuestro país núcleo, columna vertebral de Europa a quien condena el genocidio palestino se le tilda de antisemita.

Pero no debiera ser así. Los ciudadanos alemanes del siglo XXI no son culpables de las faltas de sus padres o abuelos y no deberían caer en la trampa del victimismo sionista. Israel es ahora un estado genocida. Desde hace muchos años masacra y extermina al pueblo palestino con la complicidad de muchos, especialmente los EEUU, incumpliendo pactos y acuerdos alcanzados y violando el Derecho internacional. La devastación última de Gaza y los ataques en Cisjordania, desatados a raíz del ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023, un execrable acto terrorista, no están en absoluto justificados ni amparados por ninguna ley. El terrorismo se combate de muchas maneras, pero no aniquilando un pueblo inocente o expulsándolo de su tierra o permitiendo la financiación de grupos criminales como ha hecho Israel, que autorizó desde 2018 pagos a Hamás desde Catar, según admitió Netanyahu el pasado miércoles 21 de mayo, de lo que informó EFE desde Jerusalén al día siguiente.

Pueblo alemán: te necesitamos para acabar con la tragedia de Gaza. Si no nos ayudas, Alemania se convertirá en cómplice de un genocidio. Debes levantar clamorosamente tu voz contra las políticas criminales del actual gobierno sionista de Israel, el estado nazi del siglo XXI.

Muchas gracias.

Julio Sánchez Mingo

PD. Desde aquí quiero expresar mi solidaridad y apoyo a tantos judíos —ya lo sean por etnia, cultura o religiónrepartidos por el mundo, incluso en el mismo territorio de Israel, que censuran y critican el comportamiento actual del estado hebreo, que, por cierto, debemos tener muy claro que no les representa.


 

 

 

 


27 mayo 2025

Pepe

Joaquín Lozano Torres

 

elobservador.com.uy

Ese querido país llamado República Oriental del Uruguay, una nación deliciosa y entrañable como pocas, en la que, aunque haya cambiado bastante en los últimos años, pues es imposible permanecer ajeno a la enorme influencia de los dos colosos que la abrazan por el norte y por el sur, aún se disfruta esa sensación amable de la tranquilidad, del aprecio por lo que ya pasó de moda, del asadito con leña…

A veces, cuando algún amigo del otro lado del charco me preguntaba acerca de cuál consideraba que pudiera ser mi lugar favorito para vivir, yo contestaba que, aunque no creía probable que me moviera de Sevilla, podía citar varios, casi todos en América, y entre ellos, ni que decir tiene, siempre nombraba al Uruguay.

Esa aparente decadencia, esa dignidad y solera de su gente mezcla de una esencia española con una buena proporción de sangre italiana, la naturalidad y aplomo con la que se acomete la solución para cualquier problema, “¡Vamoarriba!”, la certeza de haber llegado a la otra cara de nuestra misma moneda, treinta y tantos grados de latitud norte o los mismos de latitud sur, que hacen encontrarte con esos paisajes de costa tan parecidos a Doñana o con ese enorme y caudaloso río, turbio como lo es en su último tramo el nuestro, más pequeño, sí, pero que a mí me parece que son de una misma familia. En fin, no sé, que siempre me sentí bien allá.

Sería el año 2012 ó 2013, andaba yo de visita por Montevideo donde llevaba un par de días, y al llegar por la mañana a nuestras bonitas oficinas de la calle Piedras, Manuel, mate grande en mano, me pregunta si tengo muchos compromisos para la mañana.

Pues ninguno especial, seguir viendo cosas de la compañía contigo y acercarnos después al muelle a echar un vistazo a los barcos. Más nada que yo recuerde. ¿Por qué me preguntas?

Ta, ta… No, era para que después nos acerquemos al centro, que quiero que conozcas a una persona.

Estupendo, tú me avisas.


Y a media mañana tomamos su auto, aparcado en el garaje contiguo que guardaba con celo aquel enorme perro de aspecto fiero y noble corazón que siempre mostraba su cariño colocándome sus enormes patorras encima. Y aunque la culpa era mía, porque yo fui quien le dio la confianza, se ganaba la automática riña del encargado del galpón; que eso no se les hace a los jefes, le decía.

Como quiera que Manuel no mostró mucho empeño en decirme a quien íbamos a ver, tampoco pregunté demasiado pues seguíamos comentando acerca del día a día, con los problemas que nunca faltaban.

Cuando vi que estábamos en la plaza de la Independencia, supuse que nos dirigíamos a ver a nuestra escribana, pues era allí mismo en donde tenía su despacho. Sin embargo, no era aquel nuestro destino, sino el moderno edificio llamado Torre Ejecutiva, sede de la Presidencia de la República.

Pero, bueno, Manuel, ¿a dónde vamos?

A ver a Pepe.

¿Al presidente?

Claro, a Pepe Mujica.

Hombre, me tenías que haber dicho y hubiera venido con corbata y en condiciones.

Ta, Ta…, aquí no tenés que llevarla.


Y así era, ninguna formalidad y ambiente bastante relajado, sin apenas los habituales controles férreos de seguridad que suelen existir en estos lugares.

Anunciamos que íbamos a la presidencia y enseguida nos acompañaron a un ascensor que nos condujo a los pisos más altos. Allí, una amable secretaria, que creo recordar era familia de Manuel, nos dijo que iba a anunciar enseguida al presidente que estábamos allí.

Apenas después de unos cuantos minutos de espera, nos acompañó hasta la puerta de un despacho amplio, bastante minimalista, con los muebles justos de este tipo de estancia, mesa ovalada de juntas, sofá moderno y generoso de color claro y una mesa de despacho también grande y con pocas cosas y papeles encima. Allí estaba Pepe, con su aspecto que podría parecer algo dejado, pero que a mí me recordó a cualquier buen aldeano del norte de España, transmitiendo la espontaneidad y confianza de alguien que no buscaba distancias ni frialdad sino solamente normalidad y naturalidad. Así, se levantó para recibirnos y saludar a Manuel, a quien llamó por su apellido.

¿Cómo seguís, Varela?

Todo bien, todo bien. Aprovechando que estaba por acá Joaquín y pensé que era buena idea que vos lo conocieras.


Nos sentamos y enseguida entramos en conversación más allá de los clásicos formalismos, pues si a algo invitaba enseguida este señor era a lo cercano y distendido. Le interesaba conocer de nosotros, con ese nombre para nuestra corporación1, tan llamativo en Uruguay, pero que, si le había sorprendido en algún momento, estaba ya más que naturalizado.

Se trataba de una visita informal y él, me dio la impresión, no quería sacarla de ese formato. Me decía que le contara cosas de nuestro trabajo, de nuestra impresión acerca del Uruguay, que le contara de España… Y así, charlando, como si nos conociéramos desde hacía tiempo, pasó un buen rato, tanto, que yo un poco apurado porque estaba seguro de que este señor tendría mucho que hacer, le dije que por nada del mundo queríamos robarle más tiempo siendo que, para mi sorpresa, me contestó que él, lo que tenía que hacer en ese momento, precisamente, era estar charlando con nosotros —… así que quedá tranquilo que no hay apuro, que esto también es laburo, de manera que aún seguimos otro rato más comentando de las cosas más normales.

Antes de despedirnos, me dijo que al día siguiente él volaba a España, mitad visita oficial y mitad para conocer la tierra vasca de sus mayores y, como quiera que también yo volaba de regreso en el mismo vuelo de Iberia, quedamos en que nos veríamos de nuevo a bordo.

Y así fue, cuando se retiró el finger y ya todo el mundo estaba acomodado en sus asientos, entraron al avión por una escalera de acceso que montaron en la parte delantera de estribor. Lo acompañaban en su viaje unos cuantos de sus ministros y un tipo alto y rubio con cara de pocos amigos y pinta de militar alemán, encargado de su seguridad, que no se separaba ni un momento de su jefe. Y como, naturalmente, me levanté para saludarlo y agradecerle de nuevo el tiempo que nos había dedicado el día anterior, para mi sorpresa, me dijo: “Hombre, Boluda, vos sentate aquí, junto con fulano, que es mi ministro de Economía y sabe mucho de todas esas cosas. Preguntá, preguntá todo lo que querés saber”.

Ni que decir tiene que el ministro respiró tranquilo cuando le dije que para nada iba a molestarlo, pues, en esos vuelos y a esa hora, hacía mucho tiempo que tenía claro que la mejor manera de aprovechar el tiempo era durmiendo.

Poco más recuerdo de aquellos encuentros, pero sí me sirvieron para despertar en mí una curiosidad que antes no sentía por el personaje, pues, seguramente fruto de mis propios prejuicios, no había reparado en que había muchas cualidades detrás de aquel señor.

Desde luego había una característica en aquel hombre, virtud sin duda, que llamaba poderosamente la atención. Era su absoluto desinterés por lo crematístico, por el consumo desaforado y por la arrogancia. Transmitía humildad y amor por la tierra y su gente. Seguía viviendo en su estancia de siempre, en la misma chacra de Rincón del Cerro, con el mismo bocho que tantas veces se negó a vender y defendiendo convencido su manera de vida, sobria decía él, porque no necesitaba nada más y porque así vivían la inmensa mayoría de sus compatriotas. No le gustaba que le llamaran pobre y una y otra vez contestaba que pobre era el que necesitaba mucho y ese no era su caso.

Qué extraño, me parecía a mí, que un hombre con un pasado tan complicado y borrascoso, que a tanta gente le hacía desconfiar, hubiera evolucionado hasta convertirse en ese personaje tranquilo y amable que yo conocí, abierto a reconocer con naturalidad aquellas cuestiones en las que él mismo decía no haber acertado. Qué lejos de los soberbios políticos al uso empeñados siempre en imponer su criterio y jamás reconocer errores propios.

Pero a Pepe le habían diagnosticado un cáncer muy agresivo de esófago del que no le importaba hablar con naturalidad y, sabiéndose bien acompañado por su mujer, Lucía, solo quiso vivir ese último tramo con más ganas que nunca, integrarse más y más en esa tierra de la que nunca se había desvinculado, a la naturaleza simple de sus gallinas, sus crisantemos y sus perritos, aunque ya no estuviera Manuela, su preferida, con ellos. Tanto quería Pepe a Manuela que pidió que sus cenizas fueran enterradas junto a ella, bajo la secuoya que destaca en su chacra.

En una ocasión en que le preguntaron por enésima vez por los detalles de su azaroso pasado, él simplemente dijo: “Yo no tengo la culpa de haber tenido una vida de novela, pero dicho eso, qué me quiten lo bailao”.

Descanse en paz, Pepe Mujica.

1 Grupo Boluda.


20 mayo 2025

1940 y 2025. Nazis y sionistas

Julio Sánchez Mingo


Heidi Levine. TWP.

El periodista sevillano Manuel Chaves Nogales escribía el 6 de febrero de 1940:

Los relatos de atrocidades cometidas por los alemanes en Polonia, están demostrando algo que el mundo se resistía a creer. Que la dominación hitleriana se asienta, no en el sometimiento y explotación del vencido, no en la imposición de la ley más o menos dura del vencedor, sino en el aniquilamiento total del adversario y su extirpación radical merced al progreso mecánico moderno para suprimir a masas enormes de humanidad y reducir a la esclavitud total a los supervivientes.

Esta realidad actual es tan monstruosa que es de difícil comprensión, porque nunca antes había sido posible ni siquiera en épocas más luctuosas, más bárbaras. Los grandes caudillos bárbaros de la antigüedad no eran más piadosos que los nacionalsocialistas, pero por mucha que fuera su crueldad, tenían un límite: el de la imposibilidad física de asesinar o esclavizar a muchedumbres ilimitadas. Se podía pasar a degüello a una guarnición, cargar de cadenas a los habitantes de una ciudad, de un país, pero no había el modo físico de aniquilar a pueblos enteros de millones de habitantes”.

Si cambiamos Polonia por Gaza, Alemania por Israel y nazismo por sionismo, ¿esas líneas no las podría estar firmando estos días cualquier corresponsal destacado en Jerusalén? ¿No estamos asistiendo al mismo cruel e inhumano espectáculo en las tierras palestinas?

Y continuaba Chaves Nogales en su artículo:

Los nacionalsocialistas están haciendo esto en Polonia, sistemáticamente, científicamente. Para esto sirve la ciencia humana. El estado moderno, con su vasta organización policíaca, sus armas automáticas y sus campos de concentración, ha proporcionado a la barbarie nacionalsocialista un instrumento de dominación ideal con el que habría soñado Gengis Khan.

El mundo incrédulo se resiste a creerlo; cuando se habla del terror nazi en Polonia, las gentes ingenuas se imaginan sencillamente escenas dramáticas de ocupación por un ejército victorioso, como tantos otros casos de conquista registrados en la historia de la edad moderna.

Siempre hubo matanzas, deportaciones en masa de judíos, siempre se ha perseguido a intelectuales rebeldes y siempre se ha fusilado a los patriotas vencidos. Ha sido necesario que el Vaticano, prescindiendo de su cautela política, lance al mundo, por medio de la radiodifusión, un grito agudo de horror para que empiece a entreverse la horrenda verdad. Pero los sacerdotes fusilados por docenas, como los patriotas ejecutados a millares, no representan la máxima crueldad del nazismo. Lo espantoso es el pensar en los cientos de miles de hombres deportados, encerrados en campos de concentración, traídos y llevados como ganado, desposeídos de todos sus bienes y separados de sus familias. Para poner una barrera a esta barbarie nazi, está la guerra, y solo quienes sigan haciéndose vanas ilusiones sobre el verdadero sentido de la dominación hitleriana, pueden desinteresarse de la contienda europea. Quienes sabemos, por dolorosa experiencia, lo que el nazismo significa, no admitimos esa opción”.

¿No le parece a mi estimado lector que se repite la Historia? ¿Somos conscientes de la tragedia de los miles de refugiados y desplazados gazatíes o de los miles de prisioneros palestinos inocentes recluidos sin juicio en las cárceles de Israel? Ahora el papa Francisco y León XIV, como ya hizo entonces el Vaticano, denuncian las monstruosidades que se cometen en Oriente Medio.

El comprensible, pero no justificable, terrorismo de Hamás debe ser combatido con los medios legales que se ponen a disposición de cualquier estado, no cometiendo un genocidio contra todo un pueblo. ¿Nos imaginamos lo que hubiera sido si para erradicar a ETA del País Vasco o IRA del Ulster se hubiera aplicado la misma política criminal de Netanyahu en Gaza y Cisjordania?

Primo Levi, superviviente de Auschwitz, siempre trató de que los crímenes del nazismo fueran conocidos para que no se volvieran a repetir hechos abominables similares en otros momentos y circunstancias. Sin embargo, asistimos al atroz espectáculo de Vietnam, al genocidio del pueblo camboyano a manos de los jemers rojos o a las matanzas indiscriminadas de los refugiados palestinos de los campos de Sabra y Chatila. Levi no contó con la condición humana, que en días transmuta a un pobre diablo en el más criminal y sanguinario asesino. Curiosamente, en sus textos, cita repetidamente casos de personajes que siguieron esa trayectoria. Es una inconcebible paradoja que los hijos y nietos de las víctimas de Hitler y sus acólitos se hayan convertido en los verdugos de un pueblo cuyo único delito ha sido habitar pacíficamente hasta 1946 un territorio que unos iluminados reivindicaban como su Tierra Prometida y que las potencias aliadas, con el apoyo y la aquiescencia alemana, les adjudicaron para lavar sus malas conciencias por sus comportamientos criminales, por acción u omisión, durante el III Reich y la II Guerra Mundial.

Chaves Nogales propugnaba la guerra, como puede leerse más arriba, para terminar con la pesadilla y el delirio nazi. Ahora mismo, para acabar con el genocidio palestino perpetrado por los sionistas, bastaría que el empresario delincuente y corrupto sentado en la poltrona de Washington diera un manotazo sobre la mesa y forzara a Netanyahu y sus esbirros a parar sus campañas de exterminio. Pero hay muchos plutócratas interesados y las grandes masas de la población mundial se muestran indiferentes ante los crímenes del estado terrorista de Israel. Somos nosotros mismos quienes con nuestra apatía, desapego, impasibilidad e insensibilidad ya hemos terminado con la vida de al menos quince mil niños gazatíes.

16 mayo 2025

Ramón no sabe cantar



¡Hola, pequeño gran lector! ¿Te gusta cantar? Es muy divertido, ¿verdad? Te presentamos a Ramón, el protagonista de Ramón no sabe cantar. Le da un poco de vergüenza cantar, porque piensa que lo hace mal. ¿Te gustaría saber si Ramón aprendió a entonar sus canciones preferidas?
Acompáñanos a descubrirlo y seguro que te divertirás.
¡Ah, se nos olvidaba! Trae tus lápices de colores, porque hay una sorpresa esperándote
al final del libro, cuando acabes de leerlo.

Nos explica Anabelle Moreno, autora de Ramón no sabe cantar, sobre este libro infantil para pequeños de, aproximadamente, 3 a 7 años:

 El cuento se lo escribí a mi hijo, cuando el tenía unos 6 años ahora es un mozalbete que estudia 2º de la ESO, con la intención de ayudarle en el aprendizaje de la pronunciación de la r, cuyo fonema me cuesta a mí también pronunciar. De niña viví en Alemania y allí la r se pronuncia de otra manera. Además, en el cuento también se pueden aprender las notas musicales e introducir a los niños en materia musical. Es mi primer libro y estoy muy ilusionada con su publicación”.

Las características del libro: es de tapa blanda, con dimensiones de 20x20cm, aproximadamente. El relato se narra a lo largo de 50 páginas, con dibujos a todo color en 25 de ellas y con letras grandes para facilitar su lectura. Además, cuenta al final con 25 páginas de dibujos en blanco y negro para colorear.

Título: Ramón no sabe cantar
Autor: Anabelle Moreno Sánchez
ISBN: 
979-13-87532-97-0
Número de páginas: 86
Tamaño: 200 mm x 210 mm

A la venta en librerías y en la página web de la editorial: https://www.avanteditorial.com/libro/ramon-no-sabe-cantar-edicion-de-la-obra-en-papel/

El libro será presentado el próximo jueves día 22 de mayo, a las 18:00h, en la Biblioteca Municipal Pablo Neruda de Arganda del Rey (Madrid), calle Tiendas, 8.

La autora os invita a acudir a todos con hijos, nietos, sobrinos y amiguitos de todos ellos.

J. S. M.


30 abril 2025

El bizum

Argimiro Rubio Cuadrado



Borja García-Sotomayor Gómez del Río estaba lo que se dice tieso. Hacía tiempo que se había pulido la mayor parte de la herencia que a él y a sus hermanas les habían dejado sus padres. Una parte no pequeña se había esfumado en doce años de pleitos con sus cuñados, precisamente por la herencia. La finca que le quedaba en Extremadura apenas le daba para cubrir los gastos de la propia explotación y para el mantenimiento de la casa de Madrid, un piso de 237 m2 en la calle Hermosilla , donde habían vivido sus padres y que heredó junto con la antigua criada que los había visto nacer a todos y que , como era como de la familia, no tenía un sueldo como tal, ni estaba dada de alta en la Seguridad Social.

Pero Josefina, si tú eres como de la familia, si aquí no te falta de nada y, además, nos vas a enterrar a todos le decía cuando la mujer le pedía un sueldo en nómina y que la diese de alta para poder tener una paguita el día de mañana.

Borja García-Sotomayor Gómez del Río había estudiado Derecho sin mucho empeño y había colgado los estudios a falta de dos asignaturas para terminar la carrera. A sus 42 años, estaba de buen ver. Delgado y no mal parecido, frecuentaba el gimnasio y conservaba un pelazo, herencia genética de su padre, que cuidaba con esmero y con gomina, claro. Vestía al gusto y a la moda que impera en cada momento entre los de su clase y su barrio. Como complemento de su atuendo, no podían faltar, y no faltaban, un buen surtido de pulseras de lana con la bandera de España en su muñeca y unas gotas de colonia Terra, de Hermès.

Borja García… estaba tieso, sí, pero su tren de vida aparentaba ser alto. Salía todos los días de su casa de Hermosilla con 500 € en el bolsillo, lo malo es que siempre eran los mismos, un billete de 500 € nuevecito que administraba con notable maestría.

Su hábitat natural era lo que él llamaba el cogollito, cuatro calles del barrio de Salamanca donde frecuentaba los mismos lugares y a las mismas personas. Todos lo tenían calado, pero Borja se manejaba con la desenvoltura de los caraduras simpáticos de buena cuna y, eso hay que renocérselo, tenía don de gentes y le caía bien a todo el mundo.

Él sabía perfectamente en que sitios no tendrían cambio para un billete de 500 €, así que, a la hora del aperitivo con los amigos, llegada la hora de pagar las consumiciones sacaba su flamante billete, lo ponía sobre el mostrador y decía con soltura: Paco, cóbrate, que a esta ronda invito yo y claro, Paco, invariablemente, le contestaba: D. Borja, ¿no tendría usted un billete más pequeño? Es que a estas horas todavía no tengo cambio . Él decía que no, que lo sentía, que no tenía billetes más pequeños y, con fingida contrariedad, recogía su billete y dejaba que cualquier otro se hiciese cargo de la cuenta.

Este modus operandi llevaba funcionándole bastante tiempo, y pensaba que podría seguir funcionándole durante mucho tiempo más, pero se le truncó el día que Paco, el camarero, le dijo: Don Borja, no importa, háganos usted un bizum.

Nota del editor. Bizum es un medio de pago digital español. Ofrece transferencias de fondos instantáneas entre particulares y para pagos en comercios. Asocia el número de cuenta bancaria del usuario a su número de teléfono móvil. Es para pequeños importes y se opera desde el propio celular, donde basta indicar el importe y el número del destinatario.