Obra ganadora del XI Concurso de Terror y Fantasía del Festival de la Ánimas 2025 de Soria (España)
La cena
Roberto Omar Román
Juan Oviedo conocía la obsesión de Emmanuel Astorga por la caza. Por ello, recomendó a Dara, su esposa, no ponerse el vestido de jaguar para la cena en casa del matrimonio. Adujo el temor de abrir alguna cicatriz en el alma del anfitrión, a quien, hacía un par de años, un león melena negra le había engullido, sin misericordia, el brazo derecho durante un infortunado safari. Y aunque Emmanuel Astorga mostró una tenacidad a prueba de sensatez –aprendiendo a manejar, con admirable habilidad, un revólver automático con la mano izquierda–, ahora sólo le tiraba, con más suerte que puntería, a los viejos y reumáticos patos del lago. La caza de grandes felinos había sido siempre su pasión vital.
Dara amenazó con no acompañar a Oviedo si persistía en hacerla cambiar de atuendo. Su soberbia rebasó los límites al imponer que él vistiera el traje beige de lana. Oviedo amaba a Dara, aceptó las condiciones, pidiéndole únicamente, a cambio, no mencionar el tema de la cacería. Dara emitió un pícaro gruñido de aprobación y, mordisqueando juguetona los labios de Oviedo, prometió devorarlo esa noche como a un borreguito.
El afable matrimonio Astorga recibió a los Oviedo a medias luces. Emanuel usaba un traje de piel de tigre de bengala; su mujer, un vestido largo de piel de pantera.
A los pocos minutos, Dara y los Astorga iniciaron una cruenta conversación carnívora, esquivando alusiones directas a la cacería. Oviedo se sintió abrumado e incómodo por la crudeza de los conceptos. Mirando alrededor, notó en el lóbrego comedor la falta de platos y cubiertos sobre la mesa, y la ausencia de sirvientes. Su inquietud aumentó cuando los anfitriones y Dara comenzaron a mostrar excitación: sus voces resonaban cavernarias y guturales. Se arrebataban la palabra como si disputaran un fiambre.
Emanuel Astorga, con la mirada puesta en una imaginaria lejanía selvática y ademanes vesánicos, relató inefables ataques a humanos perpetrados por hambrientas fieras. Dijo haber aprendido a cabalidad la agresividad, y amado con religioso fervor el majestuoso salvajismo de éstas. Que, en absoluto, le disgustaba la idea de comer carne humana –incluso la de sus fieles sirvientes–, bromeó. Dara y la señora de Astorga rugieron de entusiasmo. Los tres babeaban. La mortecina iluminación calcaba sobre la pared violeta las sombras de sus manos, emulando zarpas prontas a destazar.
Dara respetó la recomendación de no mencionar el tema de la cacería durante la cena. Y también cumplió la promesa de devorar a Oviedo. Omitió agregar que convidaría a los Astorga.

¡¡¡Formidable, Roberto!!! Nunca nos decepcionas.
ResponderEliminarTienen buen gusto en Soria.