Incendios: ¿Inconsciencia, estupidez humana o intereses espurios?
Julio Sánchez Mingo
El incendio más leve es aquel que es sofocado antes de que se propague y alcance dimensiones muy dañinas, como en la torre Grenfell (Londres) o en Campanar (Valencia) o incluso dantescas, como estos días en el condado de Los Ángeles (California). Lo ideal es que ni siquiera se llegue a declarar. Por estas razones son tan importantes las normas y recomendaciones antiincendio, los sistemas de prevención de incendios y todas aquellas medidas, la mayoría de sentido común, el menos común de los sentidos, que evitan que se llegue a producir o, en el peor de los casos, que se frene su avance y se limite su extensión.
¿A quién se le ocurre tirar a la calle un cigarrillo encendido desde una terraza o una ventana? Yo mismo me he encontrado colillas en la terraza de casa, afortunadamente ya apagadas. Una vez, una de ellas había agujereado la colchoneta de un sillón de mimbre. El caso no fue a mayores. En verano, en la playa, es peor. Por la noche, el espectáculo, con el mar al fondo, de pavesas de pitillos, como luciérnagas en picado, es demasiado frecuente. Cuantas veces, circulando en coche, hemos visto cometer esa misma imprudencia desde algún vehículo que nos precede. Menos mal, en este sentido, que las ventanillas de los trenes ya no son practicables. Cuando yo era chaval era tremendo. Podía entrar por la abertura hasta un casco de gaseosa, vacío claro. Previamente habían dado cuenta de su contenido. Obvio.
Pero, ¿cómo combatir la inconsciencia y la estupidez humanas? A base de educación y de… palos. Después muchos se quejan de que tantas normas, que no dejan de ser medidas de autoprotección para los ciudadanos que dicta la Administración, nos asfixian y menoscaban nuestra libertad personal o que las multas son excesivas.
Precisamente, cuando nos saltamos leyes, reglamentos y recomendaciones se producen grandes tragedias. En el incendio de 2023 de las discotecas del polígono industrial de Murcia, no saltaron las alarmas y las salidas de emergencia estaban bloqueadas con cadenas y candados.
En casa, un inmueble de doce plantas sobre rasante, con cuatro viviendas por piso, más un sótano con cerca de cincuenta trasteros, las vías de evacuación son el portal o dos puertas situadas en la última planta, en el descansillo del montacargas, que dan acceso a la cubierta no transitable del edificio. Hace unos años, el presidente de escalera, un fatuo y soberbio abogado, entonces socio de uno de los mayores despachos de este país, con la excusa de que la chavalería charlaba, bebía y fumaba en dicho descansillo, no tuvo mejor idea que ordenar a la administración de la finca —para lo que según la ley carecía de competencias— la instalación de una reja con llave que impedía el paso a ese espacio, cegando así las dos salidas de emergencia superiores. El inconsciente y adulador administrador de la comunidad no le puso reparos e hizo instalar la cancela.
A pesar de las protestas de algunos vecinos y el correspondiente acuerdo adoptado en junta, los extintores de los descansillos de la escalera de mi casa no están a la altura sobre el suelo que marca la norma. Para no echar a esa joya de profesional, ciertos vecinos aducen que lleva muchos años con nosotros.
Una de las recomendaciones más extendida para casos de incendio es la de mantener la calma. Fácil de decir, pero difícil de cumplir. Aunque hay personas con un temple especial. En casa, mi madre apagó una sartén de aceite en llamas que llegaban al techo, poniendo, simplemente, un plato encima. Supongo que los obuses que lanzaban en la guerra desde el Cerro Garabitas contra el mismísimo centro de Madrid, donde ella vivía, la curtieron. Incluso la casa familiar fue alcanzada y uno de los artefactos, sin llegar a explotar, cayó en la cama de un tío suyo. La cocina voló y quedó sin techo, pues era el último piso. Afortunadamente todos ellos estaban en el sótano, que servía de refugio. Entonces tenía diecinueve o veinte años.
Es tremendo lo de la falta de seguridad creo que es lo más importante que hay que hacer
ResponderEliminarY lo de tu madre era una heroína
En Valencia, tras la Dana, el cableado eléctrico está defectuoso. No hay profesionales para arreglar, paredes, fontanería, electricidad…de tantos inmuebles por lo que cortocircuitan y algunas viviendas están sufriendo incendios. Y esto no lo cubre el seguro “ no es por la Dana”
ResponderEliminarTambién los cementerios de coches están siendo saqueados, cuando van con una sierra, saltan chispas y prende uno y van en cadena, con los gases tóxicos que emana la combustión.
El incendio del edificio de Campanar, se debió al uso de materiales inflamables para la cubierta. “Jugamos con fuego”
Yo poco tengo que aportar al buen artículo de Julio.
ResponderEliminarÚnicamente opinar sobre los catastróficos incendios de los últimos años en California, dado que tengo familia allí desde hace años.
Por una parte, siguen construyendo en madera la estructura de las casas unifamiliares, amén de recubrir con moquetas los suelos.
Las infraestructuras eléctricas son antediluvianas no sólo en poblaciones sino en grandes ciudades.
Y, como en España, la limpieza de zonas boscosas y montes brilla por su ausencia.
Ni siquiera parece que sepan lo que es un cortafuegos.
Que las normas están para cumplirlas, es algo que resulta obvio. Sin embargo, bien por desinterés o peor aún, por intereses económicos, no se cumple con las normas constructivas, ni con las de seguridad. Con frecuencia se utilizan materiales inflamables, se exceden los aforos... Amén de la impunidad de la que suelen disfrutar algunos, por parte de los encargados de velar por nuestra seguridad, incuso cuando están jugando con la vida de las personas. Una pena.
ResponderEliminarComo poco, comentaré que el título-pregunta está muy bien traído.
ResponderEliminarYo contestaría que se deben a la estupidez humana, pero, más vale decir que a todo.
Saludos.