¿Quién quiero que hoy gane la Champions?
Julio Sánchez Mingo
¿Quién quiero que este sábado gane la Champions? ¿El Madrid o el Borussia?
Desde niño fui seguidor de los merengues. La primera vez que acudí al Bernabéu —el viejo Bernabéu, con miles de localidades de pie—, fue con mi padre. Yo era un chaval y me llevó a ver un Madrid-Córdoba de Liga. Ganaron los madrileños por 5-3 y jugó Di Stefano, que metió alguno de los goles. Un grandísimo jugador, ya entonces en declive, que dio muestras de su excepcional calidad. También un visionario, que llamaba La fábrica al estadio. Con catorce años me hice socio infantil junto con otros compañeros del colegio y aguanté hasta junio del 77, cuando me dí de baja porque los partidos me parecían soporíferos. Fueron más de diez años pasando frío o calor, mojándonos si llovía o nevaba —el público llegaba a encender fogatas en las gradas para calentarse—, de pie, en el Fondo Sur. Aunque si el campo no estaba muy lleno, en la segunda parte nos colábamos en las localidades de asiento del Segundo Anfiteatro de Preferencia, el graderío que daba a Castellana. Ahora las autoridades y paniaguados ocupan el costado que mira a Padre Damián, donde estaba la demolida piscina. Allí aprendió a nadar, con muy buena técnica, un excelente y cercano amigo, casi un hermano, a lo que ha sacado mucho fruto el resto de su vida. Su madre siempre estuvo orgullosa de haberlo enviado allí, a las instalaciones de un club deportivo de campanillas.
Si por todo ello fuera, por mi amigo César, por Antonio Arias, por la ilusión que albergan tantos niños de todo el mundo, preferiría que ganara el Madrid, aunque lamentaría el disgusto de los críos alemanes.
Pero… ahora todo ha cambiado y los sentimientos de unos y de otros no cuentan.
Lo que es bueno para las arcas y los éxitos del club —porque legalmente sigue siendo un club deportivo— que dirige el taimado empresario Florentino Pérez, es malo, muy malo para la ciudad y sus habitantes. Y lo es con la colaboración de su lacayo, el alcalde Ameida, y toda la estructura del ayuntamiento puesta a su servicio.
Todo empezó a torcerse en 2001 con la recalificación de la Ciudad Deportiva de la Castellana que Pérez consiguió arteramente gracias a sus influencias políticas —hasta Aznar, entonces presidente del Gobierno, intervino—. Era un conjunto de instalaciones deportivas y zonas verdes modélicas, un pulmón al norte de Madrid, que a todos beneficiaba y a nadie molestaba. En su lugar se han ido construyendo hasta cinco torres de gran altura, congestionando la zona y disparando los niveles de contaminación. Por aquel entonces ya estaba gestándose en su proximidad la Operación Chamartín, el soterramiento de las vías del mayor nudo ferroviario de España, para levantar sobre ellas miles de oficinas, viviendas y locales comerciales, con unas ridículas zonas verdes como premio de consolación para la ciudadanía. Un auténtico dislate que, si sumamos el pelotazo de Pérez, se convierte en una atrocidad.
Esa recalificación dio alas a nuestro protagonista para convertir un club de fútbol histórico en un gran negocio del espectáculo que pasa por encima de los intereses de los madrileños y altera negativamente la ciudad.
A mí me molestó especialmente que se empezaran a celebrar los triunfos —gestas deportivas como reza su histórico himno— de la institución en Cibeles. En medio de la histeria colectiva, se agrede un monumento histórico, se pisotean y destrozan los ajardinamientos de los paseos del Prado y Recoletos, la gente se encarama a los árboles. Ninguno de los sucesivos alcaldes, en un alarde de demagogia y populismo, se ha atrevido a plantarse y terminar con ese despropósito. ¿Por qué no acuden en masa a celebrar y divertirse al propio Bernabeu o a la ciudad deportiva de Valdebebas? En mi época de socio, hubo un año en que el equipo ganó la Liga. En el último partido del campeonato, miles de forofos saltamos al terreno de juego a celebrarlo con los jugadores. Los grises no lo impidieron. Eran pocos y, sentados en una banqueta, se entretenían mirando plácidamente el desarrollo de los encuentros. No como hoy en día en que hay centenares de vigilantes de seguridad mirando hacia la grada. Se destrozó el cesped. Al bueno de Calpe, el Carvajal de entonces, le hicimos jirones la camiseta. Conociendo el percal, aguantó la situación con paciencia, cara de susto y, yo creo, de fastidio.
La ambición y codicia de Florentino no tienen límites. Su ampliación del Bernabéu ha convertido ese espacio en un gigantesco recinto dedicado a factoría de música industrial —actividad ajena a las prácticas y competiciones deportivas—, situada en un barrio residencial, ya de por sí bastante saturado. En cualquier lugar, las industrias nocivas y contaminantes son erradicadas de los núcleos de población. Menos en este caso. El proyecto incluye la construcción de dos aparcamientos y un túnel que implica además la tala de casi un centenar de árboles. Todo trufado de irregularidades en la tramitación urbanística y la ejecución, que huele, por lo menos, a corrupción, prevaricación y tráfico de influencias De momento, la semana pasada, un juzgado ha parado esta parte de la obra a petición de los vecinos damnificados, con frases de la sentencia verdaderamente demoledoras. A pesar de ello, el municipio y el Madrid recurrirán.
Para más inri, un día de mayo de 2023, eldiario.es reveló la existencia de un informe del ayuntamiento donde sus propios técnicos desechaban el proyecto. No es que fuera un análisis muy crítico con sus jefes, pero incluía dos términos, en contradicción e incompatibilidad, que fueron un jarro de agua fría a los planes de la alcaldía. Cuando los vecinos perjudicados solicitaron el expediente, el documento había desaparecido.
Mientras tanto, la planta, la cadena de producción, ha empezado a funcionar. Se celebran conciertos multitudinarios, como los dos de Taylor Swift de esta semana. Las calles adyacentes se ven inundadas de gigantescos camiones que alimentan la fábrica, se cortan las vías cercanas y residentes, oficinistas y escolares tienen dificultades para acceder a sus viviendas, centros de trabajo y aulas. Y… el ruido. Un ruido insoportable que, en los ensayos durante todo el día, en la tarde noche durante las actuaciones, martiriza a todos, a la gente que en sus casas tiene que gritar para poder entenderse y no puede ni ver la televisión ni descansar, a los estudiantes que no pueden concentrarse en las explicaciones de sus profesores y a aquellos que se están ganando el sustento. Las vibraciones son tan intensas que el otro día a un paciente mayor no hubo manera de tomarle la tensión en el centro de salud de la calle Segre, a 200 metros de distancia, porque las ondas acústicas interferían con el tensiómetro.
Según la Ordenanza Municipal de Protección contra la Contaminación Acústica, el máximo permitido de emisiones al exterior durante la noche no puede superar los 58 dB. En horario de mañana o tarde el límite aumenta a los 63 dB. En la calle Concha Espina, 8, frente al Fondo Sur, las mediciones efectuadas durante un concierto ofrecido por Telefónica hace pocos días registraban 84 dB con la ventana abierta y 68 dB con la ventana cerrada. Nótese que la escala del ruido en decibelios es exponencial, lo que implica que cada 3 dB se duplica el nivel de ruido.
El estadio opera con una licencia para uso deportivo privado pero, para los conciertos, el club solicita un permiso especial que el Ayuntamiento de Madrid avala y el Gobierno regional autoriza. ¿No es esto prevaricación?
Hay un detalle muy preocupante. Según informa Jacobo García en El País del pasado lunes 27 de mayo: “… Los cuatro mejores bufetes de abogados de Madrid, despachos con nombre de apellidos compuestos, rechazaron el caso de los vecinos quejosos del Bernabéu en su lucha contra Florentino Pérez y el Ayuntamiento de Madrid, según reconoce Enrique Martínez de Azagra, portavoz de la Asociación de Vecinos Perjudicados por el Bernabéu, que llamó a la puerta de todos esos despachos. Peleaban no solo contra uno de los hombres más poderos de España, sino contra una Administración que ha hecho del nuevo Bernabéu su seña de identidad. La punta de lanza de la Marca Madrid. Tampoco fue fácil movilizar a un barrio madridista por los cuatro costados, acostumbrado a celebrar con su estadio cada victoria blanca… (sic)”.
El colmo del cinismo y la tomadura de pelo lo ha protagonizado esta semana Carabante, concejal, entre otras áreas, de Medio Ambiente.
Según ha declarado, todos los espectáculos que se han celebrado estos días en el Bernabéu han superado los límites sonoros y están expuestos a sanciones. Éstas serán impuestas a los promotores musicales, pues son ellos los que solicitan las autorizaciones. Los importes de las mismas oscilan entre los 600 y los 300.000 €, de acuerdo con el artículo 62 de la Ordenanza de Protección contra la Contaminación Acústica y ha precisado que las multas que se van a proponer, como muy graves, alcanzarán los 20.000 euros. Estimando a la baja, la recaudación de un solo concierto de la showwoman gringa, que nos ha visitado esta semana, ha sido de 6.500.000 €, lo que supone castigar con un ridículo 0,38 %. El coste de su alojamiento en una suite del Villamagna ha ascendido a 25.000 € por noche.
El plan del Madrid es ofrecer un mínimo de 200 conciertos al año.
Me pregunto si no nos hemos vuelto locos. ¿Cómo se puede llegar a situaciones como la presente? ¿Es esta la ciudad que queremos y la convivencia que buscamos, a costa del sufrimiento ajeno?
Y me duele que dirigentes que deberían ser modélicos, espejos en los que reflejarse y guías a seguir, manipulen los sentimientos de la gente y, además, enloquezcan y sacrifiquen todo por adorar al becerro de oro.
Mi amigo el dinero me marca el camino.
ResponderEliminarEl dinero tan solo no mueve este deporte, en el Madrid además hay unos valores que se imparten desde niños a los jugadores del club, sé bien lo que digo, pero además sus jugadores de la primera división imparten los mismos valores a todo aquel que sigue el fútbol y solo las nubes de la envidia impiden ver la verdad. A por la 15. Hala Madrid
ResponderEliminarLa codicia de Florentino Pérez no conoce límites, como ocurre con la mayoría de los grandes empresarios de este país. Lástima que aún haya quien lo justifique por la simple predilección por unos colores. Florentino, como los otros, es sinónimo de mafia. Manipulan los precios para engordar sus carteras y sobornan a políticos que vulneran las leyes para favorecerles en sus negocios millonarios, aunque con ellos arruinen la vida de otras personas. Es lo que tenemos, por mucho que sea presidente del Real Madrid que, por cierto, no es más que otra de sus empresas.
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