28 junio 2024

Finalista del VIII Premio de Escritura Breve de Diario de Madrid 2024


Reconciliación

Julia Pickman

 


        Nada más entrar en el restaurante, distinguí a mi madre sentada junto a la ventana admirando las vistas de Manhattan, lo que resaltaba su aspecto provinciano de señora de Valladolid. Había llovido durante todo el día y se resbalaban por el cristal largos hilos de lluvia que se me antojaron lágrimas de una muchacha atribulada. Sostenía una copa de vino blanco y con la otra mano, un pitillo imaginario. Nunca abandonará el vicio en su mente genéticamente diseñada para rechazar los cambios. Inspiré, contuve el aire y fruncí los labios. No volverá a hacerme daño.

Mientras acudía a su encuentro, reviví conscientemente todo aquello: psicólogos, terapias, sacerdotes. «Papá te ha conseguido una entrevista en Londres… Cómo vas a dejar el banco… No puedes dedicarte al arte, es lo que faltaba… Sí, quizás estés mejor en otro continente, sin abochornar a la familia». Pero en lugar de enfurecerme como pretendía, experimenté de nuevo los latigazos, uno a uno, y cuando alcancé la mesa solo fui capaz de emitir dos sílabas con voz de niño:

Mamá…

Ella giró la cabeza. Había envejecido considerablemente en los últimos meses. Estaba seria y un rictus amargo enmarcaba la comisura de unos labios afinados, pero conservaba esos ojos burlones que yo he heredado y que Robbie adora. La besé sin permitir que se rozaran nuestros rostros y ella alargó la mano del cigarrillo inexistente para acariciarme la mejilla o arreglarme el flequillo. Era un gesto familiar, ejecutado tantas veces durante mi infancia que permitírselo ahora habría sido brutalmente doloroso.

Me erguí con cierta torpeza y me senté frente a ella, defendido por la mesita redonda adornada con gardenias blancas. Pedí otra copa de vino y hablamos del tiempo, de la nueva exposición de mi galería, de si Trump ganaría de nuevo, del alzhéimer de papá... Ella miraba a través del cristal la mítica metrópolis: se divisaban miles de personas que correteaban como diminutas tijeritas ajetreadas, estelas trazadas por los faros de los coches, edificios gigantescos que invadían verticalmente las grandes avenidas; una auténtica sinapsis cerebral conectando con sus arterias millones de neuronas iluminadas… Comentaba algo sobre la temperatura del vino. La interrumpí y pregunté qué hacía aquí.

Ni siquiera nos saludamos en la boda de tu hermana. Aunque te vi, con ese chico.

De los tres hermanos yo era su favorito. Los sábados me metía en la cama con ella y destripábamos el Hola, le pintaba las uñas me encantaba el rojo Ferrari, le ayudaba a elegir el vestido para las fiestas; cuando todos esquiaban, yo me iba de anticuarios con ella, charlábamos hasta las tantas y, luego, cuando cumplí 16 años y traje a Bruno a merendar… me rechazó. Ahí se despertó la pesadilla.

Mamá, tú tenías que saberlo. Desde siempre. Por tradicional y conservadora que seas.

Lo hice por tu padre. Por no dar mal ejemplo, por moral y religión.

¿Por papá? ¿de verdad? Papá y yo nunca perdimos el contacto. Y cuando estuve en el sur de Francia y su enfermedad todavía no estaba en un estado tan avanzado, conoció a Robbie. Fue entonces cuando además, me contó lo de tío Tomás, su hermano del alma: que aunque se casó con tía Macarena, también era gay, y que no sufrió un accidente de caza como siempre se ha contado en la familia. Se suicidó. Pero claro, supongo que no sabías nada de esto. Dijo que no se atrevería a hablarte de aquel encuentro.

No pareció sorprendida. Aún contemplaba las lágrimas que caían por el cristal.

Sinceramente, mamá. No sé qué haces aquí.

Continuó con los ojos fijos en la ventana y, simplemente, susurró:

Me muero. Ocho meses… un año a lo sumo.

Aquella revelación hundió algo en mi interior derribando de un zarpazo todos los muros que tan trabajosamente había conseguido construir para protegerme durante todos estos años, dejando desnudo y al descubierto al joven de 16 años al que mi madre expulsó de su corazón. Al cabo de unos larguísimos minutos, continuó:

Hay pecados de intransigencia, de egoísmo, de crueldad, de esos que carcomen el alma…

Y hay pecados por amor —interrumpí— como el que yo cometo.

Y como el que yo he cometido contra ti. Y contra Robert. Robbie. De tanto quererte quise protegerte de la ira de Dios y de los hombres.

Oh, mamá… os llevarías tan bien. Podrías hablar y hablar con él, es una persona brillante y sensible. Y tan divertido. Te reirías tanto. Y hace unas fotografías increíbles. Es un enamorado de África y nadie como él atrapa los colores de esos cielos. Puede cocinar el mejor pato a la naranja del mundo. Está aprendiendo a tocar la trompeta. Eso es horrible. Pero os haríais íntimos. Casi puedo imaginaros paseando del brazo por estas calles pegando las narices a los escaparates de las tiendas más caras, tumbados en el sofá, destornillados por algún cotilleo jugoso o eligiendo juntos mi regalo de cumpleaños. Nosotros cuidaríamos de ti. Y estos, podrían ser unos meses maravillosos.

Ella seguía mirando a través de la ventana. Llovía de nuevo. Unas gotitas cristalinas salpicaron el cristal como danzarinas partículas de luz. Continúe:

Y tú y yo… hemos perdido once años.

Tanto que recuperar, en tan poco tiempo.

Mírame, mamá. ¿No comprendes que soy yo? Tu niño. Y estoy aquí. Contigo. Como siempre. Mamá, solo soy yo.

Entonces me miró directamente a los ojos, con esa mirada burlona que los dos tenemos iguales. Se inclinó hacia mí. Me arregló el flequillo rozándome la frente con las yemas de los dedos. Llevaba las uñas impecablemente arregladas: pintadas de rojo. Y casi sin darme cuenta, dejé que me acariciase la mejilla.

 

4 comentarios:

  1. Precioso relato. Muy emotivo.

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  2. ¡Súper bien escrito! Traslada muy bien el sentimiento de nostalgia y arrepentimiento por parte de los dos personajes. Uno de mis relatos cortos favoritos que he leído últimamente sin duda.

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  3. Tiene un punto romántico y realista al mismo tiempo porque las madres en el do so de su corazón aceptan todo

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  4. Qué bonito texto. Tan profundo y tan sencillo que se lee. Gracias 🙏

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