24 junio 2022

Relato ganador del VI Premio de Escritura Breve de Diario de Madrid 2022

Los párpados de la vida, de José Luis Chaparro González, de Salvatierra de los Barros (Badajoz, España), ha resultado vencedor del VI Premio de Escritura Breve de Diario de Madrid 2022. 

Al mísmo han concurrido 173 textos que han sido enjuiciados por un jurado compuesto por 35 miembros, de México, Italia y España, a los que se agradece su labor. Sin ellos este certamen no hubiera sido posible. A todos los autores participantes, de América, Italia y España, muchas gracias por su esfuerzo y contribución y una efusiva enhorabuena al triunfador. 

El correspondiente trofeo, una obra gráfica del reconocido pintor Antonio Lago Rivera (1916-1990), le será remitido en breve al autor ganador.

Los párpados de la vida

José Luis Chaparro González

Lo de siempre, Melenas

Era nuestra rutina diaria: él se acercaba cuando yo aún no había terminado de sentarme en el taburete, le pedía, y el Melenas se largaba sin abrir la boca, para volver con el whisky y se quedaba mirándome. Era una especie de reproche. El médico me tenía prohibido el alcohol y él me lo recordaba con su mirada silenciosa. 

Lo único que el Melenas conservaba de cuando éramos jóvenes era el apodo. Tenía barriga y en lugar de aquel pelo largo de entonces, hacía ya muchos años que lucía una brillante calva. Nos hicimos mayores demasiado pronto. Yo casi llegué a dominar el bajo y él, con su guitarra eléctrica, ejecutaba con dignidad los míticos temas de Santana. 

Con nuestros instrumentos de segunda mano y con la cabeza puesta en las grandes bandas, tocábamos pasodobles en las verbenas de los pueblos de la comarca y soñábamos, primero con actuar de teloneros de Santana, para después recorrer el mundo entero llenando estadios de fútbol.

El Melenas, Chick, Charly y el Case, que era yo. Fue Charly el que me adjudicó el apodo, por mi manía de devorar a todas horas quesitos en porciones El Caserío. Charly los traía a los ensayos para que nunca me faltaran. 

Aparte de esporádicas llamadas telefónicas, el Melenas y yo, apenas coincidíamos con Chick y Charly, desde que abandonamos la idea de llegar a ser estrellas del rock. Y todo, porque un día cualquiera, la realidad nos golpeó en la nuca con nocturnidad y alevosía. Cuando despertamos ya teníamos más de treinta, y cada uno tiró por su lado como una banda de forajidos, tras cruzar la frontera, después de consumado su crimen. 

El bar del Melenas era tan grande que siempre parecía vacío. Compró a buen precio una parcela donde había un puticlub abandonado y convirtió el local en un restaurante para camioneros, que incluso disponía de una pista de baile. Él vivía en las habitaciones de arriba. Fue lo único que quiso conservar tras su divorcio, hacía más de quince años, cuando su mujer lo sorprendió liado con la camarera. Sus dos hijos también le dieron la espalda aunque, al cabo de algunos años, la relación con su ex y sus hijos se suavizó hasta quedar como si los cuatro fueran viejos amigos. Colgadas en las paredes del bar, tenía varias guitarras eléctricas de distintas marcas. 

Allí me gustaba aterrizar cada tarde, después de atender al último candidato a cliente de la maldita inmobiliaria donde debía pasar los pocos meses que me faltaban para la jubilación, obligado a oír toda clase de excusas tontas: “Nos gusta la casa pero… demasiado pequeña, demasiado grande, demasiado cara, demasiado cerca del centro, demasiado lejos… “. 

Los bares son confesionarios, pero los camareros no estamos sujetos al secreto de confesión —soltó el Melenas, casi murmurando.  

¿De qué coño estás hablando? —pregunté observando cómo a través de los cubitos de hielo sumergidos en el whisky, parecían cobrar vida los cuatro botones de la Les Paul, la guitarra favorita del Melenas.

La gente confiaba en el Melenas. Se decía que oía mucho y hablaba poco.

Ayer por la noche, pasó por aquí Chick.

Chick. Cuando consiguió hacerse con un Roland usado de casi un metro y medio, dormía abrazado a él. Tomó su apodo del nombre de su ídolo de siempre: Chick Corea. “A partir de ahora, llamadme Chick”.

Chick podía permanecer varias horas tocando sin descansar, siempre que fuera la música que a él le gustaba: música de los grandes. Era el mayor de nosotros y también el vocalista, con tal facilidad para modular su voz, que conseguía entonar cualquier tema de cualquier autor. Además, su inglés era perfecto. Cuando se quedó viudo le dio por pintar. Cogía su vieja Nikkon fotografiaba antiguas ventanas de madera para luego pintarlas al óleo. Decía que las ventanas eran como los párpados de la vida; que si pudieran contar todo lo que habían visto, se podrían escribir libros como para llenar bibliotecas enteras y que por eso, para que dejaran de fisgonear, las pintaba cerradas. Y el caso es que había gente que le compraba aquellos extraños cuadros. 

¿Y qué quería Chick? 

Me dijo que estaba en contacto con Charly y que se vieron a menudo en estos últimos meses.

Charly fue nuestro batería. Siempre presumía de tener el ritmo metido en el cuerpo, mientras hacía movimientos frenéticos con los brazos, como tocando una batería imaginaria. Poco tiempo después de la disolución del grupo, nos contó que dejaba de tocar para casarse con una hippy reformada, hija de un importante hombre de negocios de la zona. Por lo visto, el padre le prometió a su hija que si olvidaba aquellas tonterías de niña rica para casarse como Dios mandaba, el negocio sería para ella y para su marido. Y si no, que tendría que alimentarse de las margaritas que tenía tatuadas por todo el cuerpo. Ella se lo pidió, y Chick, enamorado como un adolescente, aceptó. Así, Charly pasó de promesa del rock a propietario de una fábrica de jamones, más aún tras morir su suegro, cuando su mujer le confesó que siempre quiso abandonarlo todo para volver a Ibiza con su antiguo novio hippy. Charly le concedió ese deseo: Prefiero tu felicidad a la mía. Se comprometió a hacerle llegar su parte del beneficio, además de pedirle perdón por no haber conseguido hacerla feliz a su lado. Su novio hippy, tan viejo como ellos, se la llevó en una Transporter rosa con grafitis, pero Charly nunca la olvidó.

El Melenas retiró mi vaso vacío. Cuando me puso otro whisky delante, oí que murmuraba: Que se joda el medicucho ese tuyo”.

Su cara cambió al mascullar:

Case… Charly se muere. Nuestro Charly. Le quedan unos pocos meses.

Oír aquello me hizo más daño que si un peso pesado me hubiera alcanzado con un croché en la sien. A ciertas edades, cada vez menos cosas consiguen conmover. Como si el paso del tiempo se encargase de devaluar los sentimientos. Charly: quizá la mejor persona que he conocido nunca. Antes de dejar el vaso sobre la barra, apuré el whisky de un trago. “Charly. Charly se muere. Me cago en la puta vida… “.

Si no fuera por mi esposa, enferma en silla de ruedas desde hacía años y a la que de momento cuidaba nuestra hija que vivía con nosotros desde que rompió con su último novio tras recorrer con él medio mundo en bicicleta, hubiera preferido mil veces que me dijeran que mi jubilación se retrasaba diez años o que un infarto me haría caer fulminado, solo, esperando a los posibles compradores de un triste apartamento sin amueblar en las afueras, por una comisión de mierda.

¿No dices nada?

¿Y qué coño quieres que diga?

El Melenas descolgó su Gibson y comenzó a tocar Moonflower. La parejita que ocupaba una de las mesas del fondo dejó de hablar de sus cosas para acercarse a nosotros, igual que los clientes de varias mesas, además de un tipo que esperaba en la barra, que prefirió no interrumpir.

El que se siente músico, sirva copas en un bar, pinte cuadros raros o venda jamones o apartamentos, será músico hasta el día que lo entierren”, pensé.

Cerré los ojos, que se me llenaron de lágrimas, con un gesto instintivo elevé mi mano izquierda hasta el hombro y me llevé la derecha hasta la barriga, para acompañar al Melenas simulando tocar mi Fender.

Como si las últimas notas que tocó el Melenas hubieran tenido un efecto paralizante, nadie se movió. Devolvió la guitarra a su sitio y sonrió, como si hubiera adivinado lo que pasaba por mi cabeza: Parece que toca mejor que antes… el hijoputa este”.

El Melenas me miró a los ojos y lo soltó:

¿Lo hacemos por él? —me preguntó—. Tú llamas a Chick y yo a Charly para quedar aquí, mañana a esta hora, a ver qué pasa.

Mañana nos vemos —respondí antes de salir.

Cuando llegué a casa saqué mi Fender. Lo acaricié como hacía siempre que me sentía triste y, pensando en Charly, toqué Black Magic Woman con una soltura que me sorprendió.

Llamé a Chick. Aceptó antes de terminar de oír mi propuesta. No pude pegar ojo en toda la noche. “Charly se muere, se muere, se muere… “.

Atendí los compromisos pendientes durante la mañana y aplacé los de las tardes. Poco antes de las siete, doblé la esquina y vi que Charly entraba en el bar con el bombo que sacó de la furgoneta de reparto de su empresa, aparcada en la puerta. Cuando llegué, los tres se afanaban en instalar los amplificadores, los micrófonos, los bafles

Saludé al Melenas, abracé a Chick y luego a Charly, que me hizo sentir como un chaval cuando hizo un gesto para que esperara, me entregó un paquete envuelto con esmero: “Toma, que la memoria todavía me funciona bien”, y me pidió que lo abriera. Dentro encontré una caja de quesitos en porciones. En su honor, saqué uno de su envoltorio y, como cuando éramos jóvenes, lo devoré de un bocado, mientras Charly reía a carcajadas.

Aquellos ensayos se convirtieron en auténticos conciertos, y cada tarde aparecía gente nueva en el bar, atraída por la curiosidad de ver cómo se desenvolvían aquellos cuatro vejestorios, mientras nosotros seguíamos a lo nuestro, sin caer en la cuenta de que aquello era lo que siempre habíamos soñado.

Alguien dijo que vio, entre la multitud, y como intentando pasar desapercibidos, a la mujer del Melenas acompañada de sus dos hijos, a la mía con mi hija y su exnovio, e incluso a una pareja de hippys viejos, que llegaron a bordo de una Transporter rosa con grafitis.

La enfermedad de Charly comenzaba a hacer estragos. Una tarde no se presentó y fuimos a verle. “Lástima que no pueda agradeceros estos últimos meses, fueron sus últimas palabras.

Tras darle sepultura, el Melenas volvió a su bar, Chick a su vieja Nikkon y a sus cuadros de ventanas cerradas y yo a casa, donde mi hija me esperaba impaciente con una gran noticia: “Vuelvo con mi novio ciclista. Me marcho con él, a recorrer en bicicleta el otro medio mundo que nos dejamos pendiente”.

Para poder cuidar de mi mujer, mandé a la mierda al dueño de la inmobiliaria, cuando insistió en que volviera a trabajar por las tardes. De vez en cuando, aparezco por el bar del Melenas para hablar un rato. Nos gusta recordar lo que hicimos, mientras me tomo un whisky… o dos.



26 comentarios:

  1. Qué bien escribes, José Luis. Me encantó. Muchas gracias.

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    1. Muchas gracias, Joaquín. Me alegra saber que te gustó. Un saludo.

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  2. Roberto Omar Román26 de junio de 2022, 15:23

    Envío, desde México, una sincera felicitación al compañero de oficio literario José Luis Chaparro por este merecido galardón. Has conseguido, a través de una prosa templada en la sobriedad narrativa que otorga la juventud perdida, un relato sensible, de nostalgias gloriosas. Es, una anécdota resucitada y reencarnada en lo profundo del corazón, que nunca envejece y nunca deja de recordar.
    Un abrazo

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  3. Precioso y entrañable relato sobre la amistad real y profunda
    Realmente merecedor del premio

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    1. Cierto, María Luisa. Así lo concebí: como un tributo a la amistad, que cuando es verdadera, nunca se pierde. Muchas gracias por tu comentario.

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  4. En unas pocas líneas cada personaje está caracterizado con una precisión fascinante, lo mismo puede decirse del entorno: con cuatro trazos entendemos la profundidad de esos últimos meses de Charlie. Bellísimo.

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    1. Muchas gracias, Isabel. Una historia de amistad y agradecimiento. Un saludo.

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  5. Gran relato, corto y conciso. gracias por compartirlo

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    1. A ver si a la tercera va la vencida. Te agradecí tu felicitación, Arturo, pero por algún motivo no salió publicada. Me alegra saber que conseguí despertar tu emoción. Un saludo.

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  7. Muchas gracias, Arturo. Me alegra saber que mi relato consiguió emocionarte. Un saludo.

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  8. Enhorabuena José Luis, un relato entrañable. Mi más sincera felicitación.

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  9. Me ha encantado, además el titulo perfecto te lleva a leerlo .Eres un genio hermano mis felicitaciones.

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  10. Enhorabuena por tu entrañable y emocionante relato: has sido un justo ganador del concurso.
    Pedro Navazo

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  11. Un relato redondo. Ha sido un placer leerte.

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    1. Muchas gracias, Jesús. Me alegra saber que disfrutaste con la lectura. Un saludo.

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  12. Bello relato que narra con esmero un sueño, como los que muchos hemos tenido en nuestra juventud: ilusiones, anhelos, algunos muy parecidos o diferentes completamente; pero todos hemos soñado con conseguir algo que se ha quedado, las más veces, sin realizar y otras, en el tintero. De esa fantasía, tú has hecho una obra con la que todos hemos disfrutado.
    Enhorabuena por ese merecido premio.

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    1. Así es, María. Aunque no deja de ser una fantasía, es cierto que todos tenemos algún sueño que quedó por realizar. Muchas gracias por tu felicitación,

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  13. Enhorabuena, Jose Luis.

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    1. Hacia el mediodía recibí el premio recogido en las bases: una obra gráfica del pintor Antonio Lago Rivera (1916-1990), que ocupará un lugar preferente en mi estudio. Al margen de que para los que amamos la escritura sea suficiente saber que nuestras historias gustan a los lectores, para ser sincero, recibir un reconocimiento siempre resulta gratificante. Quiero agradecer a Julio la convocatoria de este Premio de Escritura Breve (aunque no pueda participar en la siguiente convocatoria). También al jurado por considerar mi propuesta digna de premio. Y para todos los que han tenido a bien felicitarme, envío un afectuoso abrazo.

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