17 junio 2022

La ucraniana

Julio Sánchez Mingo


Aterrizó en Madrid en el otoño de 2010. Contaba 51 años de edad. Rubia, de ojos claros, prototipo de mujer eslava. Sólo hablaba ucraniano y ruso. La situación económica en su país era pésima y quería enviar dinero a su tierra para ayudar a su familia y poder comprar una casa. Se le habían adelantado una tía, y el marido de ésta, y un primo, el hijo de ambos, casado, con niños pequeños. Muy religiosa y practicante, empezó a acudir a la Iglesia Evangélica Ucraniana de Vallecas, que también funge de centro social, de oficina de empleo, de lugar de encuentro de inmigrantes provenientes de las antiguas repúblicas soviéticas. Allí se celebran fiestas y conmemoraciones y las mujeres se intercambian compulsivamente la ropa desechada que les dan. Todos se conocen, apoyan y ayudan. Son muy trabajadores y competentes. Ellos se emplean en oficios especializados y ellas en el servicio doméstico, al cuidado de niños y ancianos. El idioma es la gran barrera. España, un país generalmente muy racista y clasista, los acoge razonablemente bien. En invierno, sus niños y bebes usan gorritos con pompón como los nuestros. A los sirios los tenemos abandonados a su suerte en los campos de refugiados de Grecia y los negros del África Central vagabundean durante años por el Magreb a la espera de saltar la valla o embarcarse en una patera.  

En Ucrania dejó a su hija, casada y con una niña pequeña, que ahora, gracias en parte al esfuerzo y el trabajo de la abuela, estudia Medicina. Años después nacería otro nieto, un varoncito. A principios de 2011, a través de una hermana en Dios rusa, consiguió un trabajo para cuidar de una señora muy mayor, actividad a la que se ha dedicado desde entonces, pasando de unos empleadores a otros. Era obsesivo su afán por ahorrar y poder remitir a su patria dinero y grandes paquetones de ropa y comida, de tal forma que su comportamiento rayaba la tacañería. No se permitía el menor desembolso para sí misma. Le gustaba cocinar y aprendió rápidamente a preparar los platos de la comida casera española.

A finales de 2013 se le declaró un cancer de mama que alcanzó grado 3 por lo que hubo de ser operada y sometida a tratamiento de quimioterapia y radioterapia. Perdió el pelo y una vecina de su antigua patrona, en un loable gesto de empatía, le regaló la peluca de rigor. Muy simpática y zalamera, siempre tuvo facilidad para trabar amistad con la gente. La enfermedad le dejó como secuela un notable linfoedema en uno de los brazos.

Y al final, después de tanto esfuerzo, de sufrir la lejanía de la familia, del impacto de una grave enfermedad, de soportar una pandemia, la guerra lo desbarató todo. Ahora vive angustiada, se pasa el día trabajando y llorando. Su hija, miembro de los servicios de información ucranianos, y su yerno, un jefe de policía, han tenido que abandonar su hogar y paran en lugar que no pueden revelar, comunicándose clandestinamente con sus hijos, la joven estudiante y el niño de corta edad, de quienes se ha hecho cargo una hermana de nuestra protagonista que ha huido de los bombardeos de Kiev y comparte con sus sobrinos la casa familiar, en una población relativamente tranquila, por ahora, del suroeste del país. ¿Hasta cuándo durará su dolor y su congoja y Ucrania, azotada en el pasado por feroces hambrunas, granero de África, Oriente Medio y Europa, dejará de sufrir? Mientras, todo el mundo, en lugar de forzar la paz, refuerza sus arsenales militares y trafica con armas, desarrollando aún mas el gran negocio de sus industrias bélicas, al tiempo que los 100 millones de egipcios no tienen pan que echarse a la boca.

4 comentarios:

  1. ¿Una mala paz es mejor que una buena guerra?
    Jacobo García
    El País
    Kramatorsk, 15 jun 2022

    … En la recta final de la ruta, cuando todo apuntaba a que el trayecto terminaría en modorra y caras apoyadas en el cristal, estalló el tsunami en el interior del vehículo. Antes de encarar la calle Parkova, un leve accidente en el carril de al lado prendió la chispa cuando un coche conducido por dos militares impactó contra otro vehículo sin consecuencia alguna. Todo hubiera terminado en anécdota hasta que una mujer con muchos centímetros de tocado rubio sentada en la parte posterior dijo para sí misma, pero con ánimo de ser escuchada:
    —Todos los problemas que generan estos militares. Siempre a toda velocidad y, total, para lo que están haciendo —dijo en ruso.
    La frase, lejos de quedar suspendida en el aire, fue recogida por otra pasajera varias filas más adelante.
    —¿Cómo que no hacen nada? Esta gente está luchando por tu país, ¿te parece que eso no es suficiente? —contestó también en ruso.
    —Para lo que se ha logrado... Mira cómo está ahora todo. No hay más que destrucción —le respondió.
    —Cállese señora. Es usted una separatista —gritó otra mujer sentada en el extremo opuesto del autobús.
    —De separatista nada, yo solo sé que una mala paz es mejor que una buena guerra —contestó la primera mujer.
    Y así, durante varias calles más, el autobús que iba en silencio se convirtió repentinamente en una sucursal del mercado y del Congreso, pero con el sufrimiento y el dolor viajando en el asiento de al lado.

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  2. Qué vida tan triste la de las personas que dejan sus países, su historia, familia, amigos, para buscar una vida mejor que no siempre encuentran
    El por qué acogemos mejor a los Ucranianos que a los sirios o africanos no es por la raza sino por tener las mismas raíces culturales

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  3. Conozco en primera persona casos muy similares al que comentas, al punto que incluso al principio del relato dudé que no hablaras de la empleada de hogar de mi casa. Su historia es muy similar, solo cambia que su hija que vivia en Ucrania ha podido venir a España con sus dos hijos pequeños, uno de ellos con parálisis cerebral, y ahora están empezando a sobrevivir en esta tierra inflaccionista, nueve personas en un pequeño piso en Leganés, solo trabajando la madre, pero con la sonrisa en la boca y siguiendo ayudando a mas y mas compatriotas.
    Podriamos aprender mucho de ellos, y es cierto, gracias a su origen eslavo, rubios, ojos azules, altos guapos, se les recibe muchoi mejor que a los pobres africanos. En fin, a ver si aprendemos.
    Un abrazo

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  4. El viernes pasado masacraron a fugitivos sudaneses en Nador y la valla de Melilla. En Sudán hay guerra desde hace muchos años. Pero a gringos y europeos les da igual. No hay negocio y son negros.

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