10 diciembre 2021

Periódicos y comentarios

Julio Sánchez Mingo

Empecé a devorar periódicos de chaval, cuando todavía iba al colegio. Mi padre compraba ABC por las mañanas, cuando iba a trabajar. Alegaba que su formato, grapado y de tamaño (255 x 350 mm) inferior al sábana (600 x 750 mm) o al tabloide (280 x 430 mm), era muy cómodo de manejar y leer. Desde luego no había mucho donde elegir: todos los diarios del tardofranquismo eran similares, seguían líneas editoriales parecidas, de acuerdo con las directrices emanadas de los servicios de prensa y propaganda de la dictadura.

En Madrid, por la mañana salían: Ya, editado por la Iglesia —la que paseaba a Franco bajo palio—; Arriba, publicación de Falange, el gubernamental partido único; y el citado ABC, que no se diferenciaba en gran cosa de los otros excepto en el seguimiento que hacía de las actividades del tolerado pretendiente Juan de Borbón y de su hijo Juan Carlos —que residía en Madrid, casado con una princesa griega— con el objetivo de mantener viva en la opinión pública la llama de la esperanza lejana de una restauración monárquica a la muerte del sátrapa.

Por las tardes se animaba mucho el quiosco con: Pueblo, dirigido por el inefable Emilio Romero, órgano de los sindicatos verticales, especializado en sucesos y deportes; El Alcázar, que fue pasando de unas manos a otras —como la falsa monea— pero siempre dentro de las corrientes políticas de la dictadura, de los tecnócratas opusianos a los neofalangistas de Solís y Fraga; Informaciones, de la familia democristiana del régimen agrupada en torno a Silva Muñoz, hasta que fue adquirido por unos banqueros encabezados por Botín; y Madrid, el más independiente y aperturista —con todas las limitaciones impuestas por la época y por su pertenencia a una rama del Opus Dei—, que terminaría siendo cerrado por decisión gubernativa y el edificio de su sede subastado y demolido mediante voladura.

24-04-1973. Voladura del edificio del diario Madrid.

Los domingos por la tarde y los lunes por la mañana no había medios escritos de información general. Por ello, la Asociación de la Prensa editaba la
Hoja del Lunes con los sucesos del domingo, donde destacaban los resultados y las crónicas de los partidos de fútbol de la víspera.

Cada día, a media tarde, mi madre me mandaba a comprar Madrid. Ella lo leía someramente y a continuación, en un pispás, daba cuenta del crucigrama que aparecía en sus páginas. Ya muy mayor, pasados sus noventa años, me dolería ver como ya no era capaz de completar sopas de letras y otros juegos similares. Después el rotativo caía en mis manos. También yo algunas veces atacaba el pasatiempo, que casi siempre tenía que rematar con su ayuda. A mí me gustaban más los artículos de fondo y opinión que las secciones de noticias. Me bastaba con leer los titulares de éstas para estar al día. Ahora hago lo mismo.

Todas las mañanas, los gamberros de la última fila de la clase de III Liceo/6º de Bachillerato, nos entreteníamos ojeando el diario de información deportiva As —incorporaba la imagen de una señorita ligera de ropa, la Chica de As, en el interior de la contraportada— que compraba Carlitos, al que, indefectiblemente, también afanábamos el bocadillo de fuagrás que traía de casa. Los profesores no se percataban de todos esos movimientos. Marca era la otra cabecera de Madrid dedicada a los deportes. Recuerdo cuando José Eloy otro de la última fila me dijo que yo tenía cultura de periódico. No se podía pedir más a un mozalbete que, con catorce, quince o dieciséis años, mataba el tiempo leyendo la prensa, mientras engullía una tostada de pan con mantequilla tras otra, por las tardes le daba patadas a un balón con su amigo Cesítar —también de la última fila— y sacaba buenas notas.

Ahora los noticieros son electrónicos, ya no me tizno de tinta las manos, y los sigo devorando. Leerlos en papel es una delicia pero en este caso carecen de unas novedades que han traído las nuevas tecnologías y que aportan muchísimo valor a las ediciones digitales: la inclusión de vínculos a publicaciones anteriores o a páginas web externas y la posibilidad de insertar comentarios al pie de artículos y noticias, que son compartidos por todos los lectores, con la opción adicional de poder responderlos. Esto permite tomar el pulso a la sociedad que te rodea, saber de su cultura, su educación, preocupaciones y querencias y conocer sus opiniones políticas. Hay textos muy brillantes, que incorporan matices de mucho interés, que en ocasiones son un contrapunto a la ideología y la manipulación, a veces adoctrinadora, de la línea editorial del medio o que ponen los puntos sobre las íes al periodista de turno. Sin embargo, abundan las descalificaciones, la crispación, el mal estilo, la falta de civismo, los infundios, la intransigencia, lo que muestra el resentimiento, los complejos, la escasez de comprensión lectora, la confusión de conceptos, la ignorancia, la poca cultura y conocimiento, en definitiva, las graves carencias de mucha gente. Es habitual que algunos lectores se enzarcen en discusiones peregrinas con otros, llegando casi al insulto. Como los comentarios son en su mayor parte anónimos, no existe la contención ni la mesura, nadie se coarta, se suelta la primera barbaridad que viene a la cabeza. El otro fin de semana, tras la muerte de la escritora Almudena Grandes, hubo quien se refirió a ella como esta pájara y un energúmeno escribió: "Una roja menos". Otro, un tal miguelitos112_3784 rizó el rizo: "Yo le preguntaría a los Sanchistas y demás calaña bolchevique: —¿Una serpiente puede ser inmune a su propio veneno?—. La respuesta aún no está definitivamente resuelta, si bien existe un caso conocido de una cobra que se envenenó a sí misma. hay más preguntas sufridos Socialcomunistas y ultraizquierdistas varios, aún así NO OS ACOMPAÑO, NI POR LO MÁS REMOTO, EN EL SENTIMIENTO (sic).

A priori hay unas normas que se deben cumplir cuando se comenta, de lo contrario el texto es censurado y no es publicado. He detectado que salvo insultos explícitos se puede incluir cualquier tipo de dislate —a las pruebas me remito— y es muy fácil soslayar el bloqueo. El otro día el secretario general de la OIT hizo, a mi entender, unas desafortunadas declaraciones sobre la inutilidad absoluta del pasaporte COVID. Yo, que me he convertido en un asiduo comentarista, escribí que me parecía que las tesis de este señor eran propias de un irresponsable —adjetivo, en este caso sustantivado, cuyo significado según la RAE dista mucho de ser una descalificación—. Resultado: me vetaron el texto. Bastó cambiar la redacción y decir que consideraba su afirmación una irresponsabilidad y... vía verde. El robot censor no es muy listo.

No me negará el lector que no se ahonda en el conocimiento de la condición humana a la vista de todo lo que se puede leer en un periódico: noticias, reportajes, artículos, relatos y... comentarios. Y ahora también escuchar los para mí insufribles podcasts, imprescindibles cuando se cocina o se friegan las sartenes y no se dispone de tiempo para una lectura reposada.


PD. A las 20:35 de anteayer, 8 de diciembre, en este blog se habían publicado 253 entradas y 1.109 comentarios —que lo enriquecen de forma notable—, y recibido 114.353 visitas. Muchas gracias.

5 comentarios:

  1. Estimado Julio, otro magnífico artículo que sale de tu "pluma"
    Gracias por compartirlo.

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  2. La historia, vivida y leída a través de los periódicos es memoria en papel de oro y plata por el elevado valor de expresar el arte de la buena expresión y el honor de la cabal realidad. El sano, y a veces desenfadado ejercicio del periodismo, era una forma de vida, era un pulsar del pueblo y sus avatares y jolgorios, aunque, desde luego, había tendencias y facciones orientadas a la manipulación civil, pero el juicio del lector de diarios era el predominante, el que discernía lo objetivo de lo subjetivo, lo utilitarista de lo encomiable, etc; etc.
    Ahora, campea la desinformación, la grave falta de objetividad y la sin razón de embobar con charlatanerías de bagatela en diversos medios electrónicos de comunicación; se busca inocular el protagonismo, la enajenación y la hiperviolencia en las audiencia. Ya no se lee, se mira una pantalla, ya no se opina, se repite lo que otros dicen, y lo peor, ya no se piensa, se imita.
    El buen juicio es un armatoste pasado de moda al servicio de los encendidos e incendiados medios de información electrónica.

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  3. Còmo han cambiado los tiempos! Sin embargo, y no obstante ahora incluso se le permita al lector intervenir y comentar los textos publicados por la prensa, como hace Julio, que lo harà estupendamente (no como otros, buen ejemplo el que ha dado sobre Almudena), sigo compartiendo la opiniòn de Larra sobre el "oficio", aunque estuviese condicionada por el contexto històrico:
    "Soy periodista; paso la mayor parte del tiempo como todo escritor pùblico, en escribir lo que no pienso y en hacer creer ademàs lo que no creo (...) Esto es, que mi vida està reducida a querer decir lo que otros no quieren oìr" ("La vida en Madrid", en El Observador, 12 de diciebre de 1834)
    En realidad la vigente y tan alardeada super libertad de expresiòn a la que hubiera aspirado el pobre Larra es traicionera y falaz. Perdonad, no querìa ser pedante! Pero os aconsejo que volvaìs a leer los Artìculos de Larra, siguen siendo geniales

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  4. Magnífica semblanza de la prensa que nos ha tocado vivir. En realidad nada ha cambiado. Antes, los periódicos publicaban lo que permitía el poder: noticias maquilladas hasta hacerlas irreconocibles. Ahora, la versión de lo que interesa a los partidos políticos de tal o cual color. Cualquier parecido con la realidad era, y sigue siendo, pura coincidencia, igual que ocurre en las tertulias televisivas. Pero para más inri, de vez en cuando los periodistas cacarean a voz en grito «libertad de expresión», cuando son ellos mismos los que prefirieron encadenarse.

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  5. Buenas tardes. Muy cierto, saludos estimado Julio.

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