Cheek
to cheek
Jesús
Ramos Alonso
Amelia notó un roce en su mejilla y
una pregunta la acarició.
—Sí— respondió con los ojos
cerrados.
Oyó música y sintió unos brazos
que la levantaban, separándola de la tierra…
«…Vestido con frac y sombrero
de copa, Alfredo dirigía sus movimientos con suavidad. Sus
larguísimas piernas flotaban sobre el suelo sin impulso. Envuelta en
un traje de muselina de seda, ella orbitaba a su alrededor, atraída
por un influjo cósmico. Sobre el mar de la tranquilidad, los astros
en el cielo acompañaban su danza; sus cuerpos, “cheek to cheek”,
se confundían en una forma ingrávida, movida sólo
por la voluntad de la música…»
Amelia abrió los ojos y vio la
cama, un gotero, su silla de ruedas… Volvió a cerrarlos.
«…La música se aceleró.
Arriesgados pasos se alternaban con giros imposibles dentro de la
burbuja en la que se movían, sin que el mundo exterior les afectara.
Y así, el tiempo se hizo eterno por la magia del baile... »
La mañana anterior, antes de
despedirse, Alfredo le preguntó:
—¿Que te gustaría?
—Bailar— contestó ella.
Al salir, la enfermera fue a su
encuentro:
—Don Alfredo, el doctor me ha
dicho que pase a verle, está en su consulta.
Ya sabía lo que quería el médico
así que, tras dar las gracias a la enfermera, siguió su camino.
Ya en casa se derrumbó en el sofá
después de poner en el video “Ginger y Fred”. Ella decía que
esa película olía a Fellini. La historia, tras un fondo de
nostalgia, encerraba un mensaje positivo: dos seres que, en un
momento dado, son capaces de crear un mundo casi al margen.
Amelia nunca dejó de bailar,
primero en una compañía de ballet clásico, después en la academia
que montó apoyada en su prestigio y, cuando su nombre fue decayendo,
dando clases en colegios. Mientras la sostuvieron las piernas, no
dejó de contagiar a otros la magia de la danza; era su vida, y
Ginger y Fred sus ídolos; le hacían olvidar que somos mortales y
que tenemos peso.
Alfredo en cambio era incapaz de dar
tres pasos seguidos sin tropezar. Decía que la ley de la gravedad se
interponía entre él y cualquier baile para el que hubiera que
levantarse del sillón. Pero, a su forma, también sucumbió a la
misma magia; se interesó por los personajes de Fred Astaire y Ginger
Rogers, tanto en la ficción como en la realidad.
Leyó libros, conocía cientos de
anécdotas; se sabía todo de su mutua antipatía. En las escenas
musicales, él llenaba la pantalla; en cambio actuando llevaba las de
perder. Quizá ese doble aspecto fue mal digerido por sus fuertes
personalidades y la falta de química dificultó el rodaje de escenas
íntimas en sus películas.
Alfredo nunca tuvo problemas con la
popularidad de Amelia: se complementaban. La armonía entre ellos
dejaba espacio para que ella bromeara con su torpeza. Le decía:
—No me quiero morir sin que me
hagas volar— se refería al baile— volar por amor— recalcaba
—como Ginger y Fred— le susurraba al oído con una sonrisa que le
desarmaba.
Para sobreponerse él respondía:
En el fondo Alfredo sabía que la
broma tenía un fondo de verdad; viendo juntos sus películas leía
ese íntimo deseo insatisfecho en los ojos de Amelia.
Comenzaba a anochecer cuando le
despertó el ruido del video al acabar la película; se había
quedado dormido, en el hospital apenas daba unas cabezadas. Se dio
una ducha y se hizo una tortilla francesa. Cogió la bolsa que tenía
preparada y salió para pasar la noche junto a ella.
Amelia estuvo muy inquieta. Antes de
amanecer se serenó y hablaron un rato. Alfredo sacó un pequeño
radiocasete de la bolsa y, muy bajito, puso música. Acariciando su
oído con un susurro le dijo: —¿Quieres bailar?...
Retiró la sábana y cogió en
brazos aquel cuerpo que, ya, apenas pesaba. Con torpes movimientos,
comenzó a girar mientras ella cerraba los ojos.
«…y, en medio de la música,
Ginger sintió el beso que Fred nunca le había dado.»
Cuando entró la enfermera, Alfredo,
sentado en el suelo, abrazaba el cuerpo sin vida de Amelia. En el
radiocasete sonaba “Cheek to cheek”. Fuera empezaba a amanecer.
Dos buenas historias: una humana y otra cinematográfica, que se van contrapeando, dirigidas como un buen baile. Tiene además, emoción y personajes de carne y hueso. No se puede pedir más a un relato corto.
ResponderEliminarBello relato, con una cadencia literaria y temporal, a mi entender magnifica, que culmina en una simbiosis final directa a los sentimientos. Bravo.
ResponderEliminarPrecioso y muy emotivo relato.
ResponderEliminarEs muy fácil meterse en el personaje e incluso disfrutar del baile por lo bien narrado que está el relato
ResponderEliminarEs un relato precioso y lleno de ternura donde he disfrutado bailando en la Luna,como hacen los personajes, que tan maravillosamente describes en esa burbuja que has creado para ellos.
ResponderEliminarMagnifico relato una mezcla perfecta de realidad y ficción, me ha emocionado mucho y he sentido el placer de volar bailando. Bravo
ResponderEliminarBello y triste relato en el que el amor consigue que Alfredo dance y Ginger reciba el beso nunca dado.
ResponderEliminarUn tema tan duro y qué sensibilidad al tratarlo!!!
ResponderEliminarMe encanta lo sencillo que haces que parezca el sentimiento de amor tan verdadero, tan complicado de vivir, mas bien de morir.
Precioso.
Un corto relato que ha dado un suave masaje a mi corazón.
ResponderEliminarUna bella visión del "adiós" que consigue movilizar lo mejor de Alfredo para ofrecer a Amelía el soñado vuelo de unión, a través de su danza favorita, que los transporta a lo desconocido y eterno.
Alfredo y Amelia mediante el baile se evaden a su propio paraiso de paz... Muy bonito, a veces todos lo necesitamos.
ResponderEliminarUn relato de mucha sensibilidad que me ha encantado leer. Se nota el amor que Alfredo siente por Amelia, lo daría todo por ella.
ResponderEliminarHe disfrutado con la historia, poco a poco va llevandote de forma q no puedes dejar de leer, para terminar en un bonito baile.
ResponderEliminarMe ha encantado, ha sido una delicia leerlo
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