Desvío
alternativo
Jesús
Ramos Alonso
Cuando nos pusimos en marcha no
pensaba ni por asomo que una semana después estaría aquí. Pero así
son las cosas.
Me entiendo bien con Pepe, mi
suegro, y habíamos pasado unos días tranquilos, charlando y
paseando, dejando a las mujeres con sus cosas.
Había hecho ese viaje muchas veces
y sabía de sobra que la carretera iría cargada. Queríamos llegar a
casa con tiempo suficiente para bañar al niño y cenar sin agobios
Al día siguiente empezaba el cole
tras las vacaciones de Navidad y tocaba madrugar.
Mi suegra se movía diligente
ayudando a Elvira con los últimos preparativos mientras Pepe me
repetía los archisabidos consejos.
—Sal por donde “las monjas” y
así te evitas el semáforo de la gasolinera, que es una trampa para
elefantes.
—Si Pepe, pero estoy en la
reserva. O echo gasolina o…¡Hala Tinín!, da un beso a los
abuelitos.
—¡No seas cagaprisas, que se nos
va a cortar la digestión!— saltó Elvira nerviosa.
—Pero cariño, son casi las seis y
tenemos tres horas largas de viaje. ¡Tú me dirás!...venga mujer,
pon la bufanda al peque que está de nevar.
—¡Tú no hagas nada no te vayas a
herniar!— me suelta, mientras Pepe, mirándome con ojos cómplices,
me ayuda a empaquetar los víveres que ha preparado mi suegra. Comida
para un regimiento, la pobre debe pensar que en la ciudad se pasa
mucha hambre.
Cada vez que el semáforo de la
gasolinera se ponía rojo mi cara se volvía un poco más amarilla
con las tarascadas de Elvira: “que si todos los viajes lo mismo”,
“que si te da igual el niño”, “que si...
Superado el semáforo nos pusimos a
la cola en la gasolinera y eran más de las siete cuando, por fin,
enfilábamos la general.
—¡Si por una vez en tu vida
hubieras hecho caso a mi padre, ya estaríamos a mitad de camino!
Lleva más de sesenta años viviendo aquí y cuarenta conduciendo.
—¿Tú oyes lo que te interesa
verdad?— respondo —¡no
tenÍa gasolina!
—¿Y, qué has hecho en toda la
santa semana! ¡Desde luego!…¡Lo que hay que aguantar…!
Ya en marcha procuro desconectar de
las advertencias de Elvira: “cuidado con ese que se te echa
encima”, “si es que vas como loco”…No tiene carnet de
conducir pero parece un agente de la policía de tráfico: “has
pisado la raya continua”, “no te pegues tanto al de delante”…
Una recta sin señales de tráfico
ni limitaciones de velocidad me ofrece una tregua de silencio que
aprovecho para añorar la placidez de la oficina, el hilo musical
sonando bajito, el relajante paisaje de expedientes formando
preciosos macizos montañosos, la amabilidad de las secretarias
pululando por los pasillos como colibríes…
Al superar un cambio de rasante una
interminable fila de coches parados me saca de mi ensoñación.
Mientras reduzco la velocidad, suena chillona la voz de Elvira:
—¡Frena que te tragas el camión!
La serpiente de luces rojas se
enrosca hacia el horizonte por las curvas del puerto. Al poco tiempo
otra culebra de luces blancas crece por detrás: el atasco está
servido…Y Elvira “erre que erre”.
—¡Lo ves, ya te lo dije!,
¡teníamos que haber salido esta mañana!
Pasaba el tiempo sin que aquello se
moviera, ninguno de los conductores de alrededor sabía nada. La
radio no daba noticia alguna del atasco, todas las emisoras hablaban
de la ola de frio que hacía tiritar al país y del repunte de la
violencia de género. El último suceso de esta clase, en unas fechas
de marcado carácter familiar, había causado un gran impacto
mediático. ¿Bastaba con ser un loco y estar muy ofuscado para
acuchillar a una mujer delante de un niño pequeño, o era también
necesario un poso de maldad? Pensé hacer un comentario a Elvira,
pero supuse que me llamaría machista asqueroso.
A las tres horas, por fin, hablan de
lo nuestro, del atasco en el puerto de Piedras Chicas. “Una nevada
histórica”, dicen. El tremendo temporal hace imposible la llegada
de las quitanieves y “no es previsible que se despeje la vía antes
de cuarenta y ocho horas”, sentencia el locutor. La autoridad
competente apela al sentido cívico de los conductores y ruega que se
compartan agua y comida, dando prioridad a los más necesitados.
—Menos mal que tenemos las
provisiones de tu madre y gasolina para mantener la calefacción
encendida— digo conciliador— ¡Aguantaremos bien!, no te
preocupes.
No sé si se preocupó o no, pero
despotricaba y gesticulaba como una posesa. Decidí dejarla sola un
rato a ver si se desahogaba y se le pasaba el berrinche.
—Ahora vuelvo— dije, cogiendo mi
zamarra— Voy por noticias.
Pensaba acercarme hasta un coche,
situado unos lugares por delante del nuestro, en el que me pareció
haber visto caras conocidas. Pero cuando salí sentí el silencio de
la noche y el fresco en la cara y noté que mi cuerpo cobraba vigor
con la libertad de poder mover los brazos y desplazarme dando pasos
sin que su voz me sobresaltara. Sentí una sensación parecida a esa
ensoñación que he tenido a veces de volar muy cerca del suelo con
solo mover los brazos. Y volé, paso a paso, remando en el aire, sin
prestar atención a los coches ni a los grupos de conductores que, de
pie en el arcén, intercambiaban impresiones. Tomé la primera
bifurcación que encontré, una pista sin asfaltar, y seguí
caminando. No sé cuánto tiempo, pero seguro que bastante porque
llegó un momento que tenía mucho frio y hambre y estaba empapado.
Vi unas luces y me dirigí a ellas.
Era una especie de monasterio donde unos monjes me dieron cobijo.
Debían ser cartujos o algo por el estilo pues apenas hablaron
conmigo ni tampoco lo hacían entre ellos.
Dos días después, cuando dejó de
nevar, seguí el camino a un pueblo cercano y allí cogí un autobús
hasta la estación de ferrocarril. En la cantina había una tele
donde pude ver que el atasco persistía, aunque era inminente el
final. Un alto responsable de la circulación vial pregonaba
su inocencia; echaba balones fuera con obsceno desparpajo, al tiempo
que minimizaba las incidencias:
dos ancianos trasladados en helicóptero a un hospital y algún
ataque de ansiedad. También hablaba de un posible desaparecido:
—La mujer que ha denunciado el
hecho se encuentra muy alterada— decía —, hay que considerar el
asunto con cierta cautela, hasta conocer más detalles.
Espero que nunca se conozcan más
detalles.
En La Coruña me enrolé en el
mercante en que me encuentro ahora, con destino a Brasil.
Estoy tranquilo, sé que Elvira
volverá a casa de sus padres. ¿Qué otra cosa puede hacer?
Desde mi camarote solo veo el ir y
venir de los marineros trajinando silenciosos en la cubierta, y la
estela de espuma que va quedando atrás…y agua por todos lados. A
veces el viento interrumpe mi charla con el mar, cuando le hablo de
mi hijo y le cuento que es rubio y que estará bien con sus abuelos.
Sé que a Pepe le gustará tenerlo junto a él aunque no sé si será
capaz de perdonarme, pero eso ya da lo mismo.
Mezcladas con el ligero traqueteo
de las máquinas, las horas pasan lentas y plácidas. ¿Qué más
puedo pedir?
© JULIOALONSOD leonoticias.com |
Espero que sea ficción pura y dura, en caso contrario contrario, si te pillo te pelo al cero.
ResponderEliminarMe gustan tus escritos porque en todos ellos hay multitud de facetas distintas : pasión, nobleza,intriga,ingenio ....en fin una mezcla de cosas que hace que el final siempre sea sorprendente
ResponderEliminarPues no me esperaba este final, crueldad?, Yo creo que no, aprovechó su oportunidad
ResponderEliminarLos hombres, muchas veces, tan egoístas, tan a lo suyo.
ResponderEliminarLas mujeres, también muchas veces, tan chillonas, insoportables o mandonas.
Al principio todo va bien, pero después.....
Estoy de acuerdo con el comentario anterior. La mujer estaba pidiendo a gritos el desenlace de este relato...el huye despavorido y con razón de una situación inaguantable
ResponderEliminarHe disfrutado bastante la historia. No me esperaba el final!
ResponderEliminarPor cierto, en total desacuerdo con el comentario anterior. Mujer que no 'jode' es hombre!!! Claro que la querida Elvira se pasaba sus pueblos.
Un relato en el que es fácil introducirse en la escena tanto por las situaciones cotidianas que describe como porque todos en un momento u otro de la vida nos encontramos en situaciones similares en las que hay que elegir un camino a seguir
ResponderEliminarMe gusto mucho el primer relato que lei de Jesus, pero este lo supera. No tardes mucho en publicar el siguiente. Enhorabuena
ResponderEliminarNo penes, anónimo lector, que si Jesús no gana el Planeta y el Nobel, seguirá habiendo relatos suyos en este blog.
EliminarGracias por el seguimiento.
Toda una vida narrada en un mini relato.. Magnifica y agradablemente narrada..
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