09 febrero 2018

Buen viaje


Blanca Barranco Sáiz


Hacía las mejores albóndigas del mundo, sin florituras, sin condimentos ni salsas. Lo que era, era. La sopa de pan y ajo era eso, el arroz con chirlas y gambas era arroz con chirlas y con gambas, sabores sencillos pero deliciosos. Como ella. No la recuerdo nunca enfadada, aunque no le agradaba la lluvia, ni tener catarro.
Le gustaba la comida, disfrutaba cada plato como si no hubiese comido nunca. Su debilidad eran las chuletillas de lechal. Tenía un apetito voraz y le disgustaba que la comida se quedase fría.
Le encantaban los bombones de licor. Y no decía no a un buen vino o incluso a un licor después del postre.

Cariñosa, pero poco besucona.
Daba buenos consejos, aunque no era amiga de meterse en la vida de los demás. Muy tranquila, muy paciente, muy independiente.
Le gustaba el sol, pero no el calor.
-Chata- me decía -¿Qué tal estás chata? ¿Estás contenta en Gales? ¿Cuándo vienes a España? Echarás de menos el sol, ¿verdad? Porque allí lo veis poco.
-Claro, yaya, el sol y la gente.
-La gente. Y a ti- debería haber dicho yo.

De pequeña me contaba historias de su infancia y juventud. Y de la guerra.
Le gustaba ir en bici con sus amigas.
Eran doce hermanos, de los que quedaban sólo seis al llegar la guerra. Se moría un hermano y a la siguiente vez una hermana, a lo que ella y su hermano Pedro bromeaban: -Ahora te toca a ti, porque toca chico-. Vaya bromas.
Estaban en guerra. Una vez, sonaron las sirenas de alarma. Ella se estaba poniendo rulos, así que no quiso bajar al sótano. Hasta que las bombas impactaron contra el edificio, cercano a Telefónica, donde vivían. Del susto bajo los escalones de tres en tres. O algo así. Desde luego ella tenía mucha más gracia contándolo. Me hacía reír con sus chascarrillos madrileños. -Que dios dijo que fuésemos hermanos, pero de primos no dijo nada...
Desde luego. Porque aunque muy comprensiva y de buen conformar, no tenía un pelo de tonta.
Una vez me regañó. No necesitó mas de dos minutos para ponerme en mi sitio, sin alzar la voz.
Era de las pocas personas que me podía arrancar una carcajada espontánea y hacerme reír con sus expresiones: -¿Pero donde se ha metido tu madre?
-Se ha ido a hacer los macarrones de mañana, yaya-. Una hora después: -Pero que hace, ¿los está bordando?. -Anda, ya termino yo la partida contigo, yaya.

Mi abuela no tenía más nietos. Tal vez ese fuera el vínculo especial que nos unía. O, tal vez, que éramos muy parecidas en algunas cosas. Quizá que también era mi madrina, y claro, la madre de mi madre. Qué sé yo.

Sus ojos vieron mucho cambio en el mundo, en España y en Madrid. Su Madrid. Eso cuando todavía veía. Cuando ya no tanto, reconocía las estaciones de metro por los azulejos del suelo: -Mira, en Estrella los azulejos forman una estrella, en Artilleros, los eslabones de una cadena, en Vinateros, copas. Aquí nos bajamos-. Cuando supe leer se las deletreaba yo. Los avisos acústicos de próxima estación vinieron después.

Le gustaba escuchar la radio antes de dormir, el transistor. Gracias a él estaba al día de casi todo. La cabeza le funcionaba de maravilla.

Recuerdo sus casas, la de Burgos y la de Madrid. De pequeña no me aburría cuando pasaba con ella veranos, vacaciones o fines de semana. Todos sus cacharritos me fascinaban, las fotos antiguas…
Íbamos por agua a la fuente de los Pisones. Era una mujer menuda, pero ágil y fuerte, que podía cargar con varias garrafas de agua y una niña pequeña. Menuda mujer.
Caminaba muchísimo, a paso veloz. Hacíamos carreras, cruzábamos la vía del tren, esperábamos para verlo pasar. Íbamos a la pastelería, me compraba un paraguas de chocolate, íbamos a misa. -Yaya yaya, ¡el tren! ¡Qué viene el tren!.
Jugábamos a las cartas, me contaba chistes de Góngora y Quevedo.

Últimamente me contaba más cosas de ella como madre y hablábamos de las niñas. Aunque ya me oía poco. -Que lata ser viejo. Yo tantos años no los quiero, pa'l gato-. Si algo no le gustaba, -pa'l gato-, y si ya era muy malo -ni pa'l gato-.
El año que viene cumpliría 100 años.
Me equivocaba cuando pensaba que sentiría alivio cuando llegase el momento, pues ella ya hacía tiempo que quería marchar, aunque no se quejaba, ni mucho menos. Afrontaba esta etapa con deportividad.

Bueno yaya, por fin descansas. Me alegro por tí, te lo has ganado, pero yo te voy a echar mucho de menos.


3 comentarios:

  1. Blanca, has escrito una entrada preciosa, tu abuela fue una gran mujer y, al igual que tu madre, sigues el mismo camino. Muchas gracias por regalarnos tus recuerdos y, sobre todo, tus vivencias.

    Y, Julio, gracias por haber conseguido la entrada de Blanca y por publicarla. Un fuerte abrazo

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  2. Gracias Jose Luis. La verdad es que siempre he disfrutado de la lectura desde niña, pero el hecho de escribir resulta reparador. Gracias a Julio por haberme animado. Lo seguiré haciendo pues me dejo mucho en el tintero...
    Un abrazo

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  3. Que hermosura de historia, bien contada, una abuela es un ser unico e irrepetible, que suerte que tu pudiste disfrutarla tanto........

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