Buen
viaje
Blanca Barranco Sáiz
Hacía
las mejores albóndigas del mundo, sin florituras, sin condimentos ni
salsas. Lo que era, era. La sopa de pan y ajo era eso, el arroz con
chirlas y gambas era arroz con chirlas y con gambas, sabores
sencillos pero deliciosos. Como ella. No la recuerdo nunca enfadada,
aunque no le agradaba la lluvia, ni tener catarro.
Le
gustaba la comida, disfrutaba cada plato como si no hubiese comido
nunca. Su debilidad eran las chuletillas de lechal. Tenía un apetito
voraz y le disgustaba que la comida se quedase fría.
Le
encantaban los bombones de licor. Y no decía no a un buen vino o
incluso a un licor después del postre.
Daba
buenos consejos, aunque no era amiga de meterse en la vida de los
demás. Muy tranquila, muy paciente, muy independiente.
Le
gustaba el sol, pero no el calor.
-Chata-
me decía -¿Qué tal estás chata? ¿Estás contenta en Gales?
¿Cuándo vienes a España? Echarás de menos el sol, ¿verdad?
Porque allí lo veis poco.
-Claro,
yaya, el sol y la gente.
-La
gente. Y a ti- debería haber dicho yo.
De
pequeña me contaba historias de su infancia y juventud. Y de la
guerra.
Le
gustaba ir en bici con sus amigas.
Eran
doce hermanos, de los que quedaban sólo seis al llegar la guerra. Se
moría un hermano y a la siguiente vez una hermana, a lo que ella y
su hermano Pedro bromeaban: -Ahora te toca a ti, porque toca chico-.
Vaya bromas.
Estaban
en guerra. Una vez, sonaron las sirenas de alarma. Ella se estaba
poniendo rulos, así que no quiso bajar al sótano. Hasta que las
bombas impactaron contra el edificio, cercano a Telefónica, donde
vivían. Del susto bajo los escalones de tres en tres. O algo así.
Desde luego ella tenía mucha más gracia contándolo. Me hacía reír
con sus chascarrillos madrileños. -Que dios dijo que fuésemos
hermanos, pero de primos no dijo nada...
Desde
luego. Porque aunque muy comprensiva y de buen conformar, no tenía
un pelo de tonta.
Una
vez me regañó. No necesitó mas de dos minutos para ponerme en mi
sitio, sin alzar la voz.
Era
de las pocas personas que me podía arrancar una carcajada espontánea
y hacerme reír con sus expresiones: -¿Pero donde se ha metido tu
madre?
-Se
ha ido a hacer los macarrones de mañana, yaya-. Una hora después:
-Pero que hace, ¿los está bordando?. -Anda, ya termino yo la
partida contigo, yaya.
Mi
abuela no tenía más nietos. Tal vez ese fuera el vínculo especial
que nos unía. O, tal vez, que éramos muy parecidas en algunas
cosas. Quizá que también era mi madrina, y claro, la madre de mi
madre. Qué sé yo.
Sus
ojos vieron mucho cambio en el mundo, en España y en Madrid. Su
Madrid. Eso cuando todavía veía. Cuando ya no tanto, reconocía las
estaciones de metro por los azulejos del suelo: -Mira, en Estrella
los azulejos forman una estrella, en Artilleros, los eslabones de una
cadena, en Vinateros, copas. Aquí nos bajamos-. Cuando supe leer se
las deletreaba yo. Los avisos acústicos de próxima estación
vinieron después.
Le
gustaba escuchar la radio antes de dormir, el transistor.
Gracias
a él estaba al día de casi todo. La cabeza le funcionaba de
maravilla.
Recuerdo
sus casas, la de Burgos y la de Madrid. De pequeña no me aburría
cuando pasaba con ella veranos, vacaciones o fines de semana. Todos
sus cacharritos me fascinaban, las fotos antiguas…
Íbamos
por agua a la fuente de los Pisones. Era una mujer menuda, pero ágil
y fuerte, que podía cargar con varias garrafas de agua y una niña
pequeña. Menuda mujer.
Caminaba
muchísimo, a paso veloz. Hacíamos carreras, cruzábamos la vía del
tren, esperábamos para verlo pasar. Íbamos a la pastelería, me
compraba un paraguas de chocolate, íbamos a misa. -Yaya yaya, ¡el
tren! ¡Qué viene el tren!.
Jugábamos
a las cartas, me contaba chistes de Góngora y Quevedo.
Últimamente
me contaba más cosas de ella como madre y hablábamos de las niñas.
Aunque ya me oía poco. -Que lata ser viejo. Yo tantos años no los
quiero, pa'l
gato-. Si algo no le gustaba, -pa'l
gato-, y si ya era muy malo -ni pa'l
gato-.
El
año que viene cumpliría 100 años.
Me
equivocaba cuando pensaba que sentiría alivio cuando llegase el
momento, pues ella ya hacía tiempo que quería marchar, aunque no se
quejaba, ni mucho menos. Afrontaba esta etapa con deportividad.
Blanca, has escrito una entrada preciosa, tu abuela fue una gran mujer y, al igual que tu madre, sigues el mismo camino. Muchas gracias por regalarnos tus recuerdos y, sobre todo, tus vivencias.
ResponderEliminarY, Julio, gracias por haber conseguido la entrada de Blanca y por publicarla. Un fuerte abrazo
Gracias Jose Luis. La verdad es que siempre he disfrutado de la lectura desde niña, pero el hecho de escribir resulta reparador. Gracias a Julio por haberme animado. Lo seguiré haciendo pues me dejo mucho en el tintero...
ResponderEliminarUn abrazo
Que hermosura de historia, bien contada, una abuela es un ser unico e irrepetible, que suerte que tu pudiste disfrutarla tanto........
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