Estampas
veraniegas
El
asador de pollos
Julio
Sánchez Mingo
Ganará
un buen dinerito, a tenor de la larga cola de clientes que,
estoicamente, esperan su turno, muchos de ellos bajo un sol
implacable, al apetitoso olor de sus asados. Es justo porque se lo
trabaja, duramente, desde el alba, de mercadillo en feria, soportando
temperaturas inhumanas, como un moderno Vulcano en la fragua,
forjando volátiles torrados para una parroquia indolente, que
prefiere los rigores de Helios a los calores de la cocina doméstica.
Como el personaje de Velázquez, se toca con una cinta.
Su
estipendio lo logra, seguramente, con mayor merecimiento que
Cristiano Ronaldo, pongamos por ejemplo, y, por supuesto, tantos que
viven del cuento.
No
me olvido de mineros y pescadores, y de los que asfaltan carreteras
en la canícula. Tampoco de los que desguazan barcos en las playas de
Bangladesh y del resto de los trabajadores parias de este perro
mundo, que, de sol a sol, por un estipendio miserable, en condiciones
esclavistas e inhumanas, engordan a patronos despreciables, mientras
otros disfrutamos del dolce
far niente.
Mi
reconocimiento a todos ellos.
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