18 agosto 2017


Estampas veraniegas

El asador de pollos

Julio Sánchez Mingo

Ganará un buen dinerito, a tenor de la larga cola de clientes que, estoicamente, esperan su turno, muchos de ellos bajo un sol implacable, al apetitoso olor de sus asados. Es justo porque se lo trabaja, duramente, desde el alba, de mercadillo en feria, soportando temperaturas inhumanas, como un moderno Vulcano en la fragua, forjando volátiles torrados para una parroquia indolente, que prefiere los rigores de Helios a los calores de la cocina doméstica. Como el personaje de Velázquez, se toca con una cinta.


Su estipendio lo logra, seguramente, con mayor merecimiento que Cristiano Ronaldo, pongamos por ejemplo, y, por supuesto, tantos que viven del cuento.
No me olvido de mineros y pescadores, y de los que asfaltan carreteras en la canícula. Tampoco de los que desguazan barcos en las playas de Bangladesh y del resto de los trabajadores parias de este perro mundo, que, de sol a sol, por un estipendio miserable, en condiciones esclavistas e inhumanas, engordan a patronos despreciables, mientras otros disfrutamos del dolce far niente.
Mi reconocimiento a todos ellos.




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