Gente buena
Julio Sánchez Mingo
Ella es simpática, sonriente, cariñosa, todo el mundo la quiere. Y la pasada semana el destino la golpeó cruelmente. Su madre, a la que se dedicaba incondicionalmente y tanto quería, se fue de forma imprevista. Comió con ella, como todos los días, se fue a trabajar y ya no volvió a verla con vida. Al parecer, su grito en la oficina fue desgarrador cuando le comunicaron la mala nueva por teléfono. Faltó delicadeza para tratar estos temas. A los veinte minutos, tras una veloz carrera en taxi hasta casa, pudo verla, ya inerte, en su butacón reclinable. ¡Cuánto dolor! Cuando el tránsito no se espera y el golpe es tan duro, parece que se está viviendo una pesadilla, una situación irreal.
Su madre era una mujer sencilla, excelente persona. No negaba nada a nadie, aunque ello le incomodara. Sé que la voy a echar mucho de menos. Su desaparición nos va a cambiar la vida a todos, especialmente a su hija.
Al quedar viuda muy joven, se volcó con ella y su hermano, entonces muy niños, a los que sacó adelante cabalmente. Gracias a su ejemplo y educación los hijos son excelentes seres, son su espejo. Era muy trabajadora y siempre dispuesta a ayudar. A la vuelta de nuestro último viaje, dos días antes de fallecer el pasado martes, nos esperaba con una amplia sonrisa y un sabroso cocido.
Cuidó de mi encina, mis robles, un olmo moribundo y el roble de Eduardo con esmero. Estos árboles serán su legado y siempre nos la recordarán.
Durante los últimos siete años, todas las tardes, pasaba a hacer compañía a una vecina, bastante desatendida por su familia ─mucho ha cambiado la sociedad para mal ─, también anciana, casi ciega y sorda, que entonces había perdido a un hijo. Incluso, a mediodía, le compartía la comida diaria que preparaba con cariño para su hija y ella misma.
Ayer domingo, a pesar de sus graves carencias físicas, esta señora preparó una tortilla de patata para la hija de su amiga. Y ella fue quien afortunadamente la acompañó en sus últimos momentos. También ha quedado muy sola y verdaderamente desconsolada. Estamos muy preocupados por ella.
He sido y soy afortunado por haber estado y estar rodeado de tan bellísimas personas. Muchas gracias a todas ellas.
Cuánto lo siento, Julio.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu sentimiento.
EliminarYo también lo siento muchísimo, Julio, esos seres tan buenos durante toda su vida dejan una huella inolvidable en todos los que los ha conocido y querido.
ResponderEliminarBesos y abrazos.
Muchas gracias
EliminarTe acompaño en el sentimiento
ResponderEliminarAunque duela la perdida,hay que agradecer haberla disfrutado
Un beso muy grande
Muchas gracias. Un fuerte abrazo
EliminarNo la conocímos, pero a juzgar por como es su hija debió ser, como ella, una buenísima persona. Descanse en paz. Un abrazo Julio.
ResponderEliminarMuchas gracias.
EliminarUn fuerte abrazo
Lo siento Julio, un abrazo fuerte y mucho ánimo para todos, en especial para su hija. Qué artículo tan bonito has escrito para ambas.
ResponderEliminarMuchas gracias.
EliminarUn fuerte abrazo
Es muy duro. Yo lo he vivido recientemente y aunque es ley de vida, nunca estamos suficientemente preparados
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Muchas gracias.
ResponderEliminarOtro para ti.
Mi más sentido pésame, estimado Julio.
ResponderEliminarEn paz descanse, abrazo Julio y a su familia. Bonito legado también, lo de los árboles y recordé nuestra platica al respecto, sigo en la búsqueda de dónde plantarlo.
ResponderEliminarMarisol/Julio, no la conocí pero por lo que narras y me contaste por telefono debió ser una mujer excepcional, como lo fueron muchas de nuestras madres que no tuvieron vida, su vida fuimos nosotros.
ResponderEliminarDebemos honrarlas y recordarlas como se merecen , la vida no fue justa con ellas.
Un enorme abrazo
Precioso y emotivo relato, Julio: personas tan excepcionales nunca pasan al olvido.
ResponderEliminarUn saludo: Pedro Navazo