17 junio 2023

 

Obra ganadora del VII Premio de Escritura Breve de Diario de Madrid

 

Con la voz a cuestas

María Paz Sanz Álvarez

 



Fui invitada a un congreso de documentalistas en la Biblioteca de Salónica. Un colega, el bibliotecario Dokhópulus, me proporcionó una maravilla bibliográfica que mis dedos tuvieron el placer de tocar. Se trataba de un raro incunable del Libro de Job, de diez centímetros, encuadernado en viejo pergamino con un botón y ojal para cerrar sus tapas.

Lo abrí de izquierda a derecha, en vez de al revés como es el sentido lógico de la escritura hebraica, torpeza inexcusable para una filóloga y documentalista, acostumbrada a catalogar libros en diferentes idiomas. Pero aquella torpeza tuvo la fortuna de descubrir unas cuartillas amarillentas, escritas, para mi sorpresa, en caracteres latinos. El documento era un manuscrito en castellano antiguo. Silencié celosa mi descubrimiento y me lo guardé en el portafolios para leerlo en la tranquilidad de la habitación del hotel donde me hospedaba. Se trataba de los recuerdos de una mujer judía nacida en España, en los tiempos de los Reyes Católicos, cuando sufrieron la expulsión de Sefarad. Maravillada con su lectura, al día siguiente pregunté a Dokhópulus si coexistía alguna comunidad hebrea de orígenes españoles. El bibliotecario me contestó afirmativamente e incluso se ofreció a llevarme a una casa que conocía, donde habitaban descendientes sefardíes. La casa se ubicaba en la parte más baja de la ladera, al otro lado del puerto. La familia me acogió con agrado al presentarme como española. Eran un matrimonio con tres hijos y una anciana, la abuela materna, que hablaba un español ancestral. Se emocionó al conocerme. Aunque me costase un poco entenderla, debido a sus arcaicas expresiones, hicimos buenas migas. Me invitaron a compartir su comida y después de ésta, la anciana me trajo unas hojas amarillentas, guardadas con esmero, como si de un tesoro se trataran. Me explicó que habían pasado de generación a generación, desde que sus antepasados llegaran a Salónica. Me permitió copiarlas y hallé en ellas casi lo mismo que en las encontradas en el incunable. La explicación más lógica que puedo razonar es la de la copia por distintas manos del mismo texto, para evitar su pérdida, como hicieran los amanuenses medievales. Aquí transcribo –tomando el relevo amanuense- la historia de Raquel, una muchacha que partió en el lejano 1492 con su familia, a la aventura del exilio, con su idioma como único tesoro, heredándolo generación tras generación, traspasando los siglos. Corrijo algunas grafías y términos desusados, para la mejor comprensión del lector de hoy, respetando en lo más el texto original.

Aquella primavera ya no sería la misma alegre estación que avía cosnoçido en mi corta vida. Hazía pocos días, concretamente el 31 de março d´aqueste año de Mil e quatro cientos e nouenta e dos, que sus Católicas Maxestades decretaron que todos nosotros, la comunidad hebrea, dexásemos nostras faziendas, nostros trabaxos, nostras heredades e nostros recuerdos del Reyno. Nos daban de plaço fasta finales del mes de Xulio. Yo avía nasçido en Toledo, y no avía cosnocido ninguna otra ciudad. Mis recuerdos iban del Tajo a Zocodover, de la sinagoga al aljibe, a veces se extendían hasta los cigarrales. Con solo treze años a mi aver tenía conçiencia de mis ancestrales antepasados. Segund me avían contado, mi familia llegó en los tiempos que Roma señoreava la mayor parte del mundo, e señoreava a Iherúsalem e a Sefarad. E otros dezían que cuando Roma pobló a Toledo e a Segovia; e si non se sabe de veras es ca los libros en memoria desto fueron quemados en el robo de la judería, en tiempos de Vicente Ferrer, en el cual tiempo se hallavan en Sefarad más de mill vezinos casados, con sus respectivos fijos. La sinagoga que frecuentaba mi familia fue construida en el siglo pasado, exactamente en 1356, por Samuel Leví un ascendiente de mi familia. Mi padre era un médico con decisión e voto en la aljama, mi tío Saúl confiaba en Abraham, el rabino jefe de Sefarad, conocía personalmente al rey Fernando, seguro que hablaría con él e lo convençería. La comunidad judía llevava siglos asentada en Sefarad, desde antes del nasçimiento de Cristo, luego no teníamos la culpa de su crucifixión. Muchos judíos avían luchado contra los moros, ayudando a los cristianos a la reconquista de Granada, e avían contribuido al enriquecimiento del reino. ¡Cómo ahora los querían expulsar! Segúnd se iba acercando el verano las noticias eran más obscuras.

Una noche mi padre, mi tío, mi hermano e los hombres más importantes de nuestra comunidad se reunieron en nuestra casa. Sus rostros eran graves, sus ojos mostraban su tristeza e sus frentes arrugadas las horas de preocupación. Yo me tuve que ir a la cama después de rezar con mi madre mis oraciones, cuando me quedé sola en mi cuarto entorné la puerta para escuchar la trascendente reunión:

Conversión o expulsión, no hay otra alternativa oí decir a mi padre.

Pero Abraham va a hablar con don Fernando… se aventuró a decir mi tío Saul con voz temblorosa.

Abraham ya no es judío, ahora es un conversooí sollozar a mi tío, quién siempre tuvo veneración por el Gran Rabí.

Desde hace tiempo circulan leyendas contra nuestro pueblo, recordad la del niño de La Guardia.

Aquello fue un infundio de los cristianos contra nuestra comunidad sentenció mi padre.

Acaso ¿creéis que alguien de nosotros podríamos matar a un niño?. Por desgracia no se trata solo de lo que creemos... nos echan no solo por lo que creemos sino por lo que tenemos, por ser un pueblo con riqueza y con fe.

Precisamente por eso dixo el platero ya no estaríamos seguros viviendo en Sefarad aunque renegáramos de nostra fe. Los cristianos viejos son recelosos de los conversos. Decís verdad, tenemos que partir de Sefarad.

Dexar Sefarad, dexar Toledo, dexar nostra casa, despedirme de Alonso, aquellas cuatro obligaciones impuestas por la Inquisición fueron para mí cuatro sentencias contra la vida que avía llevado hasta ahora, contra mi voluntad. Y la peor de ellas era, quizá, la de tener que despedirme de Alonso. Nos avíamos criado juntos, éramos uña y carne, pero mi mejor amigo es cristiano viejo sin nengún problema para quedarse en Toledo. No entendí por qué nos estaba pasando esto, ¿qué extrañas ideas sobre nuestra comunidad se avían forxado en la mente de Torquemada para convençer al rey don Fernando de nostra expulsión? Tantos años conviviendo pacíficamente en el mismo reino judíos e cristianos e incluso moros...

Aunque nos bautizáramos agregó mi padre no estaríamos seguros. Algunos de nosotros lo han hecho e permanecen fieles en secreto, en la intimidad de su casa, a la religión hebrea. Pero eso ya lo sabe Torquemada y es hombre muy peligroso. Además de que prefiero dexar mis faziendas, la tierra que me vio nasçer e donde nasçieron mis fijos, que tener que renegar, aunque sólo fuera externamente, de mi religión, de mis creencias.

Aquella noche la pasé llorando y orando para que no fuera la última noche de mi estancia en Sefarad: Baruj atá Adonay elohem melej hoalam”, repetía incansable las palabras de la Torah. Bendito seas, Eterno Jehová, nuestro Dios, Rey del Universo.... hasta que el sueño devoró mis oraciones.

Me desperté muy de mañana, con el corazón encogido, pensando en mi amigo Alonso, soñándole toda la noche, rogándole a Dios que me allegara a verle de nuevo, que me diera fuerzas para despedirme. Pero Alonso no estaba en el camino de la fuente, donde solíamos reunirnos, tampoco en la puente. Pregunté a sus amigos, a su hermano Vidal, nadie supo darme razón de su ausencia o no querían decírmelo. Alonso presentía mi marcha, quizá no se atrevía a enfrentarse con el duro destino que se me deparaba. No tenía la valentía de despedirse de su amiga de la infancia. Seguro que estaba muy afectado por la larga separación que se nos avecinaba. A la tristeza de tener que dexar Toledo se unía la profunda pena de no volver a ver a Alonso, de no poder tocar sus fortes manos, sentir sus cálidas palabras como música en mis oídos.

Los días pasaron vertiginosos, mi familia malvendió cuanto pudo, ca muchas cosas rogaban e no hallavan quien se las comprase.

Malbarataron la casa, las tierras, las viñas por un asno, por comida, pues avian ordenado que no sacásemos oro ni plata. Los pocos ducados e cruzados que pudimos conseguir eran para pagar el pasage del navío en que avíamos de partir. Antes de asomarse el sol por el horizonte me despertaron. Mi madre había preparado el equipage, unos cuantos arcones que tendríamos que acarrear entre toda la familia, con la sola ayuda del asno. No se avía consumido la última semana que daba la triste noticia: los hombres de Torquemada se adelantaban a la fatídica fecha. Teníamos que abandonar Sefarad enseguida.

Los primeros rayos del sol rebotaron en la cúpula de la Sinagoga del Tránsito, el camino era largo e duro. De algunos árboles colgaban cuerpos sin vida de judíos como nosotros, macabro fruto que nos acompañaría a lo largo de nuestro viage. Toledo a lo lejos, quedaba ya a nuestras espaldas, para siempre en mi retina. El viento levantaba el polvo del camino mezclándose con mis lágrimas.

Poco tiempo después de alborear pudimos vislumbrar la figura de un hombre parado en mitad del camino. Mi padre, temeroso, se adelantó, mientras nosotros permanecimos expectantes. Vimos a mi padre abrazar a aquel hombre e poco después nos hizo una seña para reanudar la marcha. Mi rostro se iluminó como el lucero del alba, ante nosotros estaba Alonso. Me allegué a él con el corazón palpitando como si fuera a salirse de mí.

¡Alonso, has venido a despedirte! .

No, Raquel, he venido para irme con vosotros.

Pero tú no eres de los nuestros, eres católico, de una buena familia de cristianos viejos. No tienes por qué huir le dixo mi padre.

Ya lo sé, pero no hay nada que me retenga aquí si Raquel no está. Dexadme partir con vosotros, me convertiré al judaísmo, si permitís nuestro desposorio prometo ser fiel a vuestra fe.

Mi padre quedó pensativo e yo le miré suplicante, aunque sabía que debía acatar lo que él decidiera.

Fillo, aunque no debería fiarme de un hombre que abandona su fe, si lo faces por amor seas bien reçibido. Pues toda hembra necesita la sombra e compaña de un bon marido.

Alonso abrazó a mi padre, mientras le prometía que no se arrepentiría jamás. Mi madre e yo mesma lloramos de felicidad.

Después de largos días de camino, exhaustos por el peso de la estiba, subimos a una de las galeras atracadas en el puerto de Cádiz. Era la primera vez que veía el mar, contemplé aquella inmensa manta azul, salpicada de espuma e sonreí cuando la brisa me rozó la cara con su sabor salino. Ahora ya no tenía miedo de partir a un lugar desconocido, mi familia, mi amor e nuestra lengua serían mi patria. Nuestro tesoro más querido, que nadie nos podría arrebatar. La galera emprendió el largo viage al anochecer.

Termino de transcribir el manuscrito mientras imagino a Raquel observando, desde el puente del barco que la alejaba de la escollera gaditana, la estrella Sefar brillar en el ocaso. Sefar, Sefarad, Iberia...la estrella que llevarían de generación en generación encendiendo sus almas.

3 comentarios:

  1. Que bonita historia, aunque muy triste, una auténtica joya maravillosamente transcrita . Enhorabuena María Paz.

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  2. Me ha encantado. Tan lejos en el tiempo y tan actual.

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  3. Todo relato de discriminación a una comunidad por motivos religiosos, raciales o políticos conmueve y hace reflexinar sobre oscuras posturas humanas. La historia esta plagada de estas prácticas, pero lo inaudito es verlas en pleno siglo XXI.

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