El jilguero
Roberto Omar Román
Ya no me lo dice tan seguido, pero sé de hace mucho que a Elba le desagrada mi oficio de cortar las uñas de los pies a los obesos. Las de los hombres son calcáreas, amarillentas y huelen a aceite rancio de nuez; las de las mujeres son cerosas, color piñón intenso y al limpiarlas emanan un olor ascendente que va de la flor de calabaza recién cosechada al de aceitunas en conserva.
Los gordos son cordiales y cariñosos, reciben con agrado la poda. Bromean con alusiones al matrimonio y a los asaltos nocturnos que asolan la ciudad. Nunca he entendido la relación de estos hechos y me aguanto la risa para no incomodarlos.
A pesar del escaso esmero en su aseo corporal, los obesos mantienen un pudor inquebrantable: desnudan únicamente la punta de los dedos y, apenas concluyo mi trabajo, la cubren con un impecable calcetín blanco de seda.
La paga es mala pero nos da para vivir con algunas modestas comodidades que otros vecinos anhelan. En cierta manera nos envidian. Mantener una mascota en estos tiempos de hambre es un privilegio, y nosotros tenemos un jilguero.
Elba no lo comprende así, se lo he explicado y no entra en razón, cree que mi oficio es una derrota. Me señala la panza y dice que por pasar el tiempo sentado cortando las uñas de los obesos algún día seré uno de ellos. Me sirve la cena de mala gana y me esquiva; le causan repugnancia mis manos.
A solas, en este rincón de la casa donde me deja quedar, pienso en lo disparatado de asociar el matrimonio y los asaltos nocturnos en la ciudad. Me río para mis adentros de la estúpida lógica de los gordos, y porque Elba ignora que la semana pasada me inicié, a petición de una clienta cuya desmesurada robustez le impide hacerlo por sí misma, en la depilación de piernas y axilas. Además, ni sospecha que a escondidas alimento con los pedacitos de uñas a nuestro jilguero. Canta maravilloso y a ella la transforma, olvida su mal genio y malos tratos conmigo. A veces, cuando su calor de mujer la atosiga me deja acariciarla desnuda y comienza a canturrear.
¡Y yo que de mayor pensé dedicarme a pulir lámparas de latón!
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