16 diciembre 2022

Fútbol

Julio Sánchez Mingo

A los compinches


El fútbol es un juego que nos permite disfrutar dando patadas a un balón. También un deporte cuya práctica nos mantiene en forma. En el Madrid de mi infancia y adolescencia, una ciudad con pocos automóviles, plagada de descampados, cualquier lugar era bueno para darle puntapiés a una pelota. Se jugaba frecuentemente en la calzada de las calles. Al grito de: “¡Coche!”, la despejábamos para dar paso al correspondiente e inoportuno vehículo. Incluso una acera estrecha, como la de Cristobal Bordiú colindante con la tapia de nuestro colegio, se convertía en una cancha para darle a la bola, hecha por nosotros con papel, trapos o cualquier otro material de desecho. La cantidad de horas que habremos echado el bueno de Cesítar y yo después de comer no teníamos clase por las tardes pero sí los sábados por la mañana—, él en su portería formada con dos pedruscos y yo bombardeándolo a pelotazos. En nuestros dos últimos años de escolaridad, algunos días de la semana teníamos libre la última hora de lecciones. Unos cuantos compinches aprovechábamos para ir a jugar en la amplia acera del paseo de la Castellana, entonces avenida del Generalísimo, frente a la fachada este del mastodóntico edificio gris de granito de los Nuevos Ministerios. Si llovía, trasladábamos el terreno de juego a las arquerías que cierran ese enorme recinto administrativo. Los guardas jurados de traje de basto paño, banda de cuero y sombrero de ala ancha no nos permitían dedicarnos a nuestro entretenimiento preferido en los jardines interiores de esa gigantesca manzana. Para llegar a nuestro estadio, atravesábamos el ministerio de Trabajo, por unos pasillos atestados de funcionarios y ordenanzas de uniforme botando el esférico, como le dicen los cronistas deportivoso rodeábamos por la plaza de San Juan de la Cruz. Para los anales ha quedado la histórica jornada del 15 de mayo de 1965, festividad de San Isidro, cuando el glorioso equipo de II Media, el nuestro, dio cumplida cuenta de los conjuntos de los pequeños de I Media y de los mayores de III Media, en un prado contiguo al monasterio del Paular. Nunca, hasta entonces, habíamos jugado sobre hierba, algo inaudito para unos esforzados deportistas acostumbrados a descarnarnos las rodillas en campos de tierra, aceras de baldosas y en el antipático asfalto. Estuvimos todo el día dándole a la redonda, como la denominaba Di Stéfano, que en la entrada de su casa tenía un monumento a tan universal objeto.

El Paular, 15 de mayo de 1965.

Sin embargo, el fútbol profesional es otra cosa. Ante todo, un negocio que mueve mucho dinero, donde todo son intereses económicos. Como botón de muestra vale la gigantesca inversión efectuada para la Copa del Mundo de Catar, un estado feudal regido por una monarquía confesional dictatorial, donde, al parecer, ha habido cientos o, incluso, miles de muertos, nunca se sabrá, en las obras de construcción de estadios e infraestructuras. Es un planeta donde confluyen jugadores multimillonarios de infinita soberbia, muchos de ellos tan ignorantes que casi no saben ni expresarse, fatuos entrenadores cuyo discurso quiere imitar el de un docto profesor de universidad, nacionalismo, racismo y violencia siempre latentes, con acuchillamientos a la entrada o salida de los campos, apedreamientos al autobús del equipo adversario, enfrentamientos entre hinchadas rivales, vandalismo callejero tras la victoria del propio equipo, como hace unos días en Bruselas, tras la victoria de Marruecos sobre Bélgica. Incluso, una vieja gloria como Samuel Eto’o agredió la semana pasada a un aficionado que lo estaba filmando con su cámara de vídeo y que, supuestamente, le había llamado negro de mierda, al mismo tiempo que lo invitaba a volverse a su plantación de bananas. No olvidemos las tragedias de Hillsborough y Heysel, con 97 y 39 víctimas mortales, respectivamente. Detrás de todo ello, directivos, responsables políticos y medios de comunicación azuzan las pulsiones y miserias humanas hasta que se llega a situaciones y hechos absolutamente inaceptables. Las administraciones públicas miman esta actividad, a la que dan prioridad sobre otras más necesarias y beneficiosas para la sociedad. Antes un estadio el Bernabéu se llena cada dos semanas, que una escuela, abarrotada de lunes a viernes, donde también los chavales socializan y hacen ejercicio y deporte los sábados por la mañana, a pesar de que muchos padres energúmenos enrarecen el ambiente y se ponen violentos por animar a sus niños.

Acceso al campo de fútbol del colegio Santa María del Pilar de Madrid.

En Catar se han construido recintos deportivos faraónicos para utilizarlos cuatro semanas y se aprovecha la estulticia humana de los forofos para cobrarles 200 euros por noche por dormir en un contenedor, amén del sangrado del coste del billete de avión hasta Oriente Medio.

Y lo llamativo del caso es que todo está basado en un juego, en algo caprichoso de resultado incierto.

6 comentarios:

  1. Llega tu artículo, mientras escucho las noticias del Qatargate en televisión.... Todo lo que dices está confirmado... Ensucian todo, el deporte como altar al Dios dinero, como espejo de una sociedad decadente hasta un nivel que ni podíamos imaginar.
    Me acuerdo de nuestros partidos a los Nuevos Ministerios, las puertas señaladas con nuestras camisas y libros... "¡Pasa coño !".
    Fútbol como lavandería de dinero sucio, incubadora de ignorancia y racismo
    Qué vivan nuestros recuerdos limpios y llenos de luz. Un abrazo fuerte para ti y para las amigas y amigos del blog.

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  2. Entrañables recuerdos. Inolvidables partidos bajo las arcadas,amigos y compinches para la eternidad. Fotografía mítica de un gruppetto di compagni que conseguimos una victoria histórica en nuestro muy querido Paular. Nada ni nadie nos podrá arrebatar esos momentos de gloria,sudor y amistad. Forza ragazzi!!

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  3. En nuestro colegio no había, oficialmente, tradición futbolística, sólo había tradición de baloncesto. Una vez, siendo infantiles, ganamos al Estudiantes en la cancha de nuestro " cortile" (patio) un tanto irregular, con desniveles, que a los rivales les desconcertaban.
    Pero lo que nos gustaba a todos era jugar al fútbol, en cualquier sitio que pudiéramos, en la estrecha acera de Cristóbal Bordiu o en las anchas de los Nuevos Ministerios.
    Siempre terminábamos sudorosos, despeinados, magullados, descamisados y corriendo para coger el metro o autobús para volver a casa, siempre se nos hacía tarde.
    Nuestras madres sufrían el estado de nuestras ropas y zapatos ... pero ¡¡¡cómo disfrutábamos !!!
    Yo curiosamente después del Preu me " cambié de acera ". Entré en la Escuela de Ingenieros Industriales, en los altos del hipódromo y casi enfrente de los Nuevos Ministerios. Allí descubrí que había un espléndido campo de fútbol de tierra/barro bastante grande en donde jugábamos apasionantes partidos de pares contra impares en descansos o en horario, bueno, ¡¡¡qué importaba el horario !!!
    Mi madre cuando llegaba a casa me decía: "Sigues como en el colegio con los zapatos sucios. ¿Qué haces ?”. Ella está claro que lo sabía de sobra, jajaja... pero ya en esa época por lo menos me los limpiaba yo.

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  4. Has comparado el cielo con el infierno. La maravilla del juego de niños con un mastodóntico negocio coronado por el catargate.

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  5. Comparto totalmente el comentario de Ugo. Nada que añadir a su magnífico análisis.

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  6. Y efectivamente se ve proyectado toda esta sinrazón en el fútbol infantil de hoy día, totalmente profesionalizado, donde no se deja margen a la improvisación ni espontaneidad, estando los chavales encorsatados en disciplinas tácticas absurdas para estas edades.

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