09 diciembre 2022

Cajitas

Roberto Omar Román


A Leonardo Picazio

 


Vi al extraño viejo en la acera de enfrente, cuando nos detuvimos a escuchar la erudita exposición del guía acerca de un montón de rocas enmohecidas. Vestigios de no recuerdo que bárbara y gloriosa civilización.

Amigos que habían visitado Turquía me auguraron una inolvidable luna de miel y, bromistas, me advirtieron del inminente encuentro con embaucadores hablando de cosas tan disímbolas como lagos con cisnes color ámbar y arco iris de cuarzo. Por lo que al ver a ese anciano de turbante, cubierto con un blanquísimo taparrabo, soslayé la posibilidad de que alguien intentara convencerme de que el hombre estaba sentado sobre una alfombra voladora, y las cajitas de colores que apilaba con esmero frente a él, contenían un sortilegio.

Calculé no menos de cien años reunidos en aquel cuerpo, esquelético y de un bronceado tan uniforme que envidiaría cualquier escandinavo. El alegre mirar de sus ojos aceitunados, similar al tono mohoso de las ruinas, contrastaba, rebosante de juventud, en esa cara zurcida de vejez, en donde juzgué imposible dar cabida a una arruga más.

Carraspeé del modo en que Cristina y yo habíamos convenido para llamarnos tácitamente cuando nos encontrábamos con otras personas. Sin embargo, ella estaba tan arrobada escuchando la disertación del guía que no logré captar su atención ni con los siguientes carraspeos.

Decidido a no perder la oportunidad de conocer el contenido de aquellas cajitas, que me recordaron los cubos que el abuelo nos daba al nieto que adivinara los puntos de sus caras, me separé del grupo y crucé la calle acosado por el calor pertinaz, sintiendo la fatiga de haber caminado durante años para alcanzar la acera.

Me planté, autoritario e inquisitivo ante el nativo, suponiendo que estaría habituado a suscitar la curiosidad de los extranjeros. Sin inmutarse, él continuó con el meticuloso acomodo de las cajitas. Sus labios, apenas perceptibles de tan finos, emitían un rítmico y enigmático bisbiseo. Repetí el intencional tosido con la esperanza de denotar mi presencia. El viejo me miró complaciente, como si me conociera, y con un ademán dadivoso me ofreció una de las cajitas. Una color plomo que justo se disponía a colocar en la cima de la pirámide.

No necesité verlo sonreír; sus ojos destellaron la sincera bondad de una criatura. Subyugado, le extendí unas monedas que rechazó con igual benevolencia. Desconcertado, sólo atiné a gesticular mi gratitud oprimiendo en mi pecho la cajita. Él, en cambio, inclinando la cabeza me dirigió algunas palabras en su lengua incomprensible.

Me reuní con el grupo luego de ocultar mi obsequio bajo la camisa, doblemente agradecido por haber evadido parte de aquella pedante cátedra de arqueología.


De regreso al hotel, recostado en la cama, escuché sin mucho ánimo a Cristina desde la ducha hablar maravillas sobre aquellas rocas milenarias. Con la curiosidad y el calor derritiéndome, aproveché ese momento para abrir mi cajita. En el fondo estaba marcado con color carmesí un impecable 97. Decepcionado del simple descubrimiento, la guardé en mi estuche de afeitar, dispuesto a omitir el suceso y evitar la burla de Cristina; cuya voz comencé a percibir distorsionada bajo el chorro de la regadera.

Dormité.

No sé cuánto tiempo pasó antes de escuchar cómo se abría la puerta del baño, porque experimenté la misma sensación de lentitud y cansancio de cuando crucé la calle para llegar al viejo de las cajitas. La voz de Cristina sonaba pastosa, lejana:

... y te digo que, lo que más me impresionó del recorrido, fue cuando el guía nos contó que en esas ruinas vivió un pueblo de longevos y poderosos hechiceros, que obsequiaban cajitas de maldición para envejecer a los extranjeros, marcando la edad en el fondo...

Abrí los ojos con dificultad sin poder creer lo que veía: Cristina desnuda, irreconocible, se pasaba la toalla por un cuerpo macilento, envejecido.

Loco de terror palpé los flácidos pliegues de mis manos.

2 comentarios:

  1. Excelente relato, capaz de mantener la atención hasta el sorprendente y verosímil final.

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  2. He leído cada párrafo, cada oración, buscando lo que las palabras esconden, intrigada hasta ver el final que, como he intuido al inicio, es mágico, como los sueños que tenemos algunas veces.

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