02 diciembre 2022

Los guateques

Pedro Navazo

                                                                    Quiero recordar

                                                                    el último guateque,

                                                                    que entre sombras se me pierde,

                                                                    casi deja de sonar...

                                                                    Laredo

 


Uno de aquellos recuerdos que fluyen de tiempos de juventud, y que hoy nos hacen reír, lamentar y… sufrir, son aquellos guateques robados en un local a salvo de los padres donde alojar, como mínimo, a cinco o seis parejas, que, a eso de las seis y media de la tarde de un sábado o un domingo—, organizaba algún anfitrión que tuviera, también, un tocadiscos. Algo que en aquellos tiempos no todos nos lo podíamos permitir, ya que costaba alrededor de tres mil pesetas.

Debido a la educación sexista de entonces, que nos mantenía alejados de ellas, sin posibilidad de relacionarnos, la novedad de los guateques hizo que las chicas, de ser invisibles o las insoportables amigas de nuestras hermanas, pasaran a ser un fascinante motivo de atención, una irresistible atracción, un misterio irresoluble pero constante, una necesidad de acercarnos a esa incógnita y desvelarla.

En los guateques, con la complicidad de un ambiente cuidadosamente estudiado oscuridad medida para ocultar nuestras vergüenzas, música lenta y el elixir de los combinados, baratos, pero eficaces, que preparábamos muchos de aquella generación de los sesenta no solo nos rompíamos las caderas bailando, con más o menos estilo y gracia, el twist, el baile de moda entonces, que no había joven que no lo bailara. sino que también nos adentrábamos en senderos nuevos de curiosidad y dudoso placer: los primeros bailes agarrados, rozando cuerpos con cuerpos; manos que se afanaban en abrir cárceles bien cerradas; bocas pegadas, sin camino que seguir; primeras caricias, torpes, después de derribar murallas de vergüenza y desconfianza; confesiones de amor, castas, paradas en seco por un no dicho sin mucho convencimiento, que te dejaban una luz a la esperanza; metro cuadrado pisoteado una y otra vez, en un giro interminable.

Aunque también es verdad que no todos eran los que triunfaban: los más nos quedábamos con el desaliento de no haber conseguido lo deseado, y no nos quedaba otra que conformarnos con pensar en lo que podía haber sido y no fue, y con la esperanza de alcanzar, la semana siguiente, no se sabía bien si el cielo o el infierno:

La meta estaba cercana y a la espera de cruzarla.

4 comentarios:

  1. Ambiente perfectamente descrito. Todavía me acuerdo de las canciones "Un sorbito de champán" (Los Brincos), "Mi calle" (Lone Star), "Nights in white satín" (Moody Blues; todavía la bailé este verano en un guateque de levante y azotea). No eran buenos tiempos para la lírica, por eso valoramos más aquellos oasis.

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  2. María Luisa de Córdova3 de diciembre de 2022, 18:58

    Preciosa descripción de una época que nos llenó de ilusiones amorosas envueltas en la atracción de lo prohibido.

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  3. ¡Oh qué tiempos! Siempre recordaré aquél, mi primer guateque de 1969 coincidente con la llegada del hombre a la Luna. En ese verano también creo que llegué a besarla...

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  4. Me ha gustado mucho tu relato y me ha traído a la mente bellos recuerdos de "aquellos bonitos días " de los gusteques. Yo también iba y me encantaba bailar, sobre todo el twist y el rock can roll. Poníamos todos una pequeña cantidad de dinero para comprar las bebidas; iba con mi primo y llevaba a mis amigas, unas veces el guateque se hacía en casa de él y, otras en la de algún amigo. También fui con mi hermano el mayor y más tarde a un local que se alquilaba para ese fin.
    Una de mis ilusiones, (porque tenía muchas), era que me invitara a bailar el chico que mejor lo hacía pero, como tenías que esperar a que él te sacara, no siempre se cumplía. Muchas de las ilusiones de "aquellos días", aún sobreviven en mí.

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