07 diciembre 2019


Ante la muerte

Julio Sánchez Mingo

A Fanlito

Zakharchuk/Shutterstock.

La vida humana es un lapso infinitesimal en el devenir del cosmos. Aparecemos sin saber de dónde venimos, sin sentimiento o sensación algunos de cuándo se produjo el hecho del nacimiento, e, igualmente, desaparecemos como por ensalmo, dejando unos restos, unas cenizas o un cuerpo en descomposición que la naturaleza absorbe rápidamente transformándolos en polvo. Eso sí, queda un gran dolor en nuestros deudos y un recuerdo efímero del que en pocos años no quedará ni rastro. La muerte es un largo viaje del que no se vuelve y así se debe afrontar cuando desaparece un ser querido.
Ciertas culturas la asumen como algo natural, consuetudinario, y no la esquivan en sus pensamientos diarios, incluso la celebran.
Eso sí, casi todos nos asimos a la vida con gran afán, es nuestro valor absoluto: la certeza de estar vivos. El miedo al más allá, a lo desconocido, aunque sea tan normal y previsible, nos bloquea, nos espanta.
Yo, que soy optimista por naturaleza y me gusta disfrutar de las cosas bonitas de la existencia, creo que debemos esperar nuestro fin con serenidad y aplomo, ese fin que es nuestro sempiterno compañero de viaje desde nuestra aparición sobre la tierra.

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