12 abril 2019


El cementerio de Villavieja de las Torres

Julio Sánchez Mingo

J. S. M.
Ha llegado un nuevo cura a la iglesia de Villavieja de las Torres.
Se ha encontrado toda la administración parroquial manga por hombro.
Su antecesor, un hombre ya mayor, que se ha jubilado, tenía las tareas burocráticas completamente abandonadas. De las labores del culto y la confesión se ocupaba mal que bien. Sus sermones eran insoportables, especialmente los pronunciados en las bodas. A veces, en las lecturas de la misa, donde lo ayudaban algunas de las beatas de turno, se quedaba medio dormido.

El cementerio del pueblo pertenece al curato y desde hace muchos años nadie se ha preocupado de su gestión, tanto que ahora es el mayor quebradero de cabeza del nuevo pater.
No hay registro de la fecha de vencimiento de la concesión de la mayoría de las pomposamente llamadas sepulturas perpetuas, que suele serlo por noventa y nueve años. No consta quién está enterrado en las más antiguas, ni quién es el titular actual. Tampoco se sabe nada de la capacidad de muchas de ellas y, por tanto, cuántos cuerpos puede todavía admitir cada una. Afortunadamente para el pobre sacerdote, el estado de incuria de las tumbas es responsabilidad de las familias de los difuntos.
Desesperado, ha pedido ayuda a la feligresía para que aporte la documentación que obre en su poder y así poder aclarar semejante embrollo. Y claro, se ha convertido en el motivo principal de conversación de los parroquianos, incluso de los que viven fuera.

En la plaza, Atanasia, en un corrillo: —Mi José quiere que nos enterremos juntos, con sus padres. Pero yo no quiero estar toda la eternidad con la arpía de Blasa, mi suegra. Menuda bruja, me hizo la vida imposible. Mi nieta Carla y su amiga Daniela me dicen que deje encargado que me tuesten.

El otro día, Félix, mi vecino, se acercó al cementerio a poner unas flores en la sepultura de su madre. Se llevó a su padre, que es un señor bastante mayor, que está bastante torpe. Con tan mala suerte que el pobre hombre se le cayó en una tumba vacía, abierta, sin cubrir. No podía sacarlo del siniestro hoyo, tuvo que pedir ayuda. Cuando consiguieron subirlo, el pobre abuelete estaba lívido, blanco. Menuda impresión se debió llevar.
Imagina lo que debe ser verse ahí abajo. A uno de la Diputación que yo conocía le pasó lo mismo. Salió descompuesto del agujero. Fue como una premonición. A los tres meses la diñó.

Yo quiero que me entierren con mi marido y mi hijo mayor. Pero no sé si cabré, porque también están ahí mis suegros, tu marido, mi hermana mayor y su propio, y el pobre hijito que se les murió con diez días. A mí no me hace mucha gracia que me incineren, más si de esta forma quepo...— decía comprensiva la semana pasada Tomasa, una señora cercana al siglo, a quien llaman la Flaca por su desbordante humanidad.
Su cuñada Amparo le respondía: —Yo nada de que me quemen. Me da miedo. ¡Mira que si me achicharran y todavía estoy viva! Por lo menos, la losa, ¿sabes que la nuestra es más gorda que la de Franco?, tardan dos o tres días en ponerla otra vez.

Antonio, no veas la que se ha montado en casa entre mi mujer y su padre. Hemos sacado los papeles del cementerio y resulta que en el panteón familiar, además de mi suegra, está enterrada una tal Eloísa Pérez Cartujano, que fue, hace más de cincuenta años, la querida de mi suegro, cuando Carmen estaba todavía en la tripa de su madre. Se pasa el día llorando y diciéndole que es un monstruo, que ha deshonrado la memoria de su madre y que arderá en los infiernos por tener en la misma tumba a una santa y a una puta. El cabrón no había dicho ni mu. Como en la lápida no pone nada de la tal Cartujano, nadie se había enterado. Debió hacerlo con nocturnidad y alevosía, con alguna funeraria de la capital. ¡Menudo pájaro!

¡La que ha organizado el curita en su afán por arreglar el estado de cosas del camposanto, más por miedo al vicario episcopal que por su propia apetencia!


4 comentarios:

  1. Muy propio para la Santa semana. Je je je.

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  2. No me gustan los cementerios, cuando paso cerca de uno de ellos los miro de reojo, como no queriendo verlos.
    Si alguna vez viene a mi memoria alguno de ellos, enseguida hago algo muy movido (me pongo incluso a bailar, si es ne esario) para quitármelo de la cabeza.
    Pero hay personas que sienten cusiosidad por esos lugares, cosa para mi sorprendente.
    Leí hace mucho tiempo que en Málaga hay una escritora americana, llamada bowles y que más de una vez ha aparecido caminando entre las tumbas, donde fue enterrada. Creo que el cementerio se llama San Miguel... a mi nunca me verán allí.

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  3. En este caso, el refrán: "Es peor el remedio que la enfermedad" es totalmente aplicable. jejeje

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  4. ¡Qué dinamismo en la narración!
    Para ir el tema de cementerios, resulta divertido. Casi da para un gracioso sainete
    Me gusta.

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