18 abril 2019



De Ramos a Pascuas.

Síntesis de arte y sentimiento


Julio Sánchez Mingo


Altea (Alicante). Semana Santa 2018. J. S. M..


Para unos la Semana Santa es el apogeo de la religiosidad española. Para otros, una tradición cultural que se plasma en un conjunto de celebraciones de innegable fuerza teatral y magia artística. Sin embargo, para muchos se trata simplemente de un período de asueto, de vacaciones.

A muchos niños pequeños las procesiones les dan miedo. No es de extrañar. El desfile, de noche, de unos Cristos ensangrentados de largas y negras barbas, nazarenos cubiertos de capirotes, penitentes que se autoflagelan, el sonar de los tambores… son representaciones que forzosamente los tienen que aterrar. Afortunadamente, de crío no asistí a ninguna de estas ceremonias.
Sin embargo, para los adultos, estos cortejos son manifestaciones de gran valor emocional y estético.

El pasado domingo de Ramos vi por la calle a un grupo familiar portando palmas y ramas de olivo. Supuse que venían de la parroquia del barrio, de asistir a la larga misa con la que se abren las celebraciones religiosas de la Semana Santa, en la que se lee el relato completo de la Pasión de Cristo.
La nostalgia se apoderó de mí. Me vinieron a la memoria aquellos días felices de la infancia inocente, llena de sencillas ilusiones, cuando me regalaban una palma trenzada, la propia de los niños, que, a la vuelta de la iglesia, sustituía a la del año anterior en el alféizar de la ventana de mi habitación. O cuando mi padre, el domingo de Pascua de Resurrección, nos obsequiaba con el correspondiente huevo de chocolate, tradición que después recuperó, de mayor, con su nieto.
Domingo de Ramos, quien no estrena no tiene manos— reza la tradición, a lo que algunos añaden —… y quien estrena se condena—. Ese día había que estrenar algo, aunque fueran unos prácticos zapatos, unos calzoncillos o una camiseta. En aquellos tiempos no estaban las economías familiares para grandes excesos.
Al parecer, ese dicho proviene de la costumbre de estrenar la nueva ropa de temporada en ese domingo, tan señalado, de primavera; gasto al que no podían hacer frente los que no tenían manos, es decir, no tenían trabajo.

En la España de Franco la religiosidad impostada lo inundaba todo. Eran tiempos de falsedad, fingimiento, de santurronería, de devoción hipócrita.
En Semana Santa, a los niños no nos dejaban cantar, ni siquiera reír en público. Las emisoras de radio solo transmitían música fúnebre o, en su defecto, clásica. Los cines programaban exclusivamente películas de temática religiosa, muchas de ellas insufribles para aquellas tropas de inquietos, ruidosos y traviesos chavales que llenábamos las salas los días de vacaciones.
Afortunadamente, en Hollywood habían inventado las películas de romanos —éstas sí nos gustaban y entretenían—, que siempre incorporaban algún aspecto piadoso, lo cual permitía su proyección. Ben-Hur, Quo vadis, Barrabás… son un ejemplo emblemático de aquella cinematografía de nuestra infancia, que, paradójicamente, mostraba grandes dosis de violencia, a pesar de estar dirigida a un público de menores. Recuerdo acurrucarme en el regazo de mi madre para no ver la escena de la cueva de los leprosos de Ben-Hur. Sin embargo, la carrera de cuadrigas entre el romano Messala y el príncipe judío protagonista me entusiasmó.
Fray Escoba, sobre la vida de San Martín de Porres, o Molokai, la isla maldita, biografía del padre Damián, nos aburrían soberanamente.

La noche en que una Massiel jovencita y minifaldera para el criterio de aquellos tiemposganó el festival de Eurovisión con la canción La, la la1, iba yo camino de Alicante, en el expreso, rodeado de otros pasajeros que seguían las votaciones por el transistor, a disfrutar de mis primeras vacaciones de Semana Santa en la playa, con la ilusión propia del muchacho que era.

Un par de años después comenzamos a acudir a discotecas, más a la caza y captura que a bailar. Obviamente, toda esa semana sin clases estaban cerradas, hasta el domingo de Pascua de Resurrección.
En la costa levantina, para hacer caja en fechas de tanta afluencia de foráneos, muchas de aquellas abrían a las doce de la noche del Sábado Santo, sorteando el precepto de cierre en los días de abstinencia lúdica. A la vista de esta circunstancia, un grupo de pardillos, entre los que yo me encontraba, se apostó en la puerta de la única discoteca de Altea, Gamma, esperando su apertura, hecho que no se produjo, para nuestra desesperación, tras más de una hora de incertidumbre.

He conocido, muy parcialmente, la Semana Santa de Sevilla y de Córdoba, donde se viven estas celebraciones con intensidad, con sentimiento, como su fiesta mayor, mucha gente con fervor religioso.

Oír cantar una saeta, mientras la comitiva se detiene y todos los presentes callan, pone los pelos de punta. Ver salir al Cristo de Molviedro así es conocida la imagen de Nuestro Padre Jesús Despojado de sus Vestiduras de la capilla del Mayor Dolor, con la muchedumbre que abarrota la plaza Molviedro en silencio absoluto, solo roto por las secas instrucciones del capataz a los costaleros que, presos del esfuerzo y la tensión tratan, a ciegas, de que el paso, ajustado al centímetro, no toque el marco de la puerta y se desmorone, forma un nudo en la garganta. Una explosión de júbilo y aplausos recorre la calle cuando lo consiguen, al tiempo que suena la música del himno nacional, tocada por una banda. ¿Quién no se emociona con escenas así? ¿Es religión o se trata de un soberbio espectáculo, de puro arte?

En Córdoba, en una tarde gris de Domingo de Ramos, los simpatiquísimos chavales de la Banda de Música de Pozoblanco, dicharacheros, parlanchines, graciosos en su discurso, alborotados y nerviosos no paraban de mirar al cielo, temerosos de que la lluvia frustrase su estreno acompañando un paso procesional. Finalmente, sus temores se confirmaron y las procesiones se suspendieron. ¡Qué decepción, qué disgusto, cuánta ilusión desvanecida, qué manera de llorar!

En un país donde muchos ciudadanos son no creyentes o no practicantes, aunque de tradición cultural católica, es llamativo que unas celebraciones de origen religioso sean seguidas con sentida emoción y grandísima afluencia de público.

1 Compuesta por el Dúo Dinámico, Manuel de la Calva y Ramón Arcusa. Serrat, inicialmente seleccionado para representar a TVE, había expresado el deseo de cantarla en catalán, lo que provocó una gran controversia y su posterior caída del cartel en beneficio de la cantante.

5 comentarios:

  1. Que meravilloso relato.que vivos recuerdos.gracias a quien lo ha escrito y a nuestro julio que lo desvela.in abrazo a todos vosotros querdos hermanos

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  2. Gracias Julio, me has llevado a esos años de mi infancia, aquellos días de domingo de ramos, con las bonitas palmas trenzadas. El estreno de algún vestido confeccionado con todo su amor por mi madre, o calcetines de perle calados.. La película de Ben Hur, que tanto me impresionó con las carreras de cuadrigas, y la que Mesala sale muy mal parado con su cuerpo en carne viva, se me puso tan mal cuerpo que no quería mirar. Recuerdo que en una de esas semanas santas, mi Tita, la hermana mayor de mi madre y de mis tíos, me llevo al cine, a ver San Isidro Labrador, cuando llegamos a casa, había una sorpresa, la primera televisión, una maravilla en blanco y negro, que tenía ya los dos canales, que tarde más completa, cine y tele, que más pedir.... Seguro que esa noche no dormí bien de tanta emocion....Gracias por llevarme a esos rincones escondidos llenos de magia e ilusión.

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  3. De la Semana Santa nos siguen emocionando las procesiones, por la belleza de algunos pasos, por la música de los tambores y trompetas, por la pasión con que algunas personas las contemplan que por su intensidad llegan a transmitirlo a los que a su lado estamos, o por todo ello.
    Yo también recuerdo estrenar zapatos de charol y calcetines blancos de perle, y con el resto de mis hermanos ir a coger ramos de olivo a la puerta de la iglesia, que luego subíamos a casa con toda nuestra ilusión.
    Si con tu escrito nos transmites nuevamente la dicha que sentíamos cuando éramos pequeños y teníamos al lado a nuestros queridos padres

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  4. Pues ya ha llegado La Pascua, pero no hay que preocuparse, en Andalucía, el corazón de la SS, ya se preparan para el Rocío y en muchos otros lugares, santos y vírgenes protagonizarán multitud de festejos místico-folclóricos. La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía que dijo Machado.

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  5. De un "plumazo", con tu artículo, también a mí me has llevado a mi niñez. Sin nostalgia pero con un poso de ternura, me viene a la memoria cuando, como muy bien relatas, no podíamos cantar porque era pecado. No puedo por menos que sonreír recordando las ganas que nos daban de cantar y como lo hacíamos secretamente creyendo que así no se enteraría nadie y no pecaríamos. Y esas sesiones de cine de sesión continua a las que nos llevaba mi abuela a todos los primos juntos. Como era tradición, cada domingo de ramos, estrenábamos siempre alguna prenda y aún conservo alguna de las fotos que siempre nos hacíamos con las palmas que luego se ponían en la ventana o en la terraza de casa hasta el año siguiente. Mi madre siempre tenía alguna promesa y recuerdo un año acompañarla en la procesión del Silencio de Madrid, ella descalza durante todo el recorrido. Me quedó un regusto amargo hasta que, ya de mayor, conocí y viví la Semana Santa de Málaga y Sevilla. En esas tierras andaluzas, descubrí la emoción y el arte de conjugar el sentimiento religioso con la alegría de disfrutarlo. Gracias por compartir y permitir expresarnos.

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