LA
LEONA
Carmen
Picazo Hernández
Corrían los primeros años del siglo XX.
La Leona era una gachí la mar de maja
del barrio de Lavapiés. Había nacido en la calle del Sombrerete y
fue bautizada en la parroquia de San Lorenzo. Era tan castiza y
retrechera como cualquiera de las protagonistas de las zarzuelas
ambientadas en la capital del reino. No se perdía ni una de las
verbenas que jalonaban todo el verano de la Villa, donde era muy
solicitada para bailar los chotis, polkas y demás.
Su nombre real era Leonor, pero, dado su
carácter independiente y algo fiero, acabó siendo conocida en el
barrio como la Leona. De momento no tenía novio, aunque había un
gachó que la encandilaba. Sin embargo, un randa del barrio que
estaba achicharrado por sus huesos la perseguía. La Leona, cuyo
sobrenombre no había sido puesto en vano, le respondía dando
zarpazos a diestro y siniestro. Pero ni por esas se amilanaba el
pollo.
Él, sin embargo, siempre andaba
poniéndose moños, no fuera a ser que en una de esas la Leona se
rindiera, aunque bien es cierto que la temía más que a un nublado.
Y mira que la Leona le decía que no le buscase cuestión, que como
ella atinara a atizarle bien en cualquier momento, no le iba a salvar
ni la paz ni la caridad.
El randa, que se llamaba Gregorio,
cometía todas sus fechorías fuera del barrio, no fuera a ser que
algún guindilla que le conociera bien y supiera donde vivía acabara
por echarle el guante. Los guindillas del centro eran más lentos que
la tartana del Chirri y por eso el Gregorio siempre se las apañaba
para alzarse con el santo y la limosna.
Un día el Gregorio, que había andado de
jarana y pimplado más de la cuenta, se atrevió a cerrar el paso a
la Leona a su salida de la buñolería, donde ésta había ido para
aprovisionarse del desayuno con aguardiente de toda la familia. En su
osadía llegó a echarle los brazos encima. La Leona se defendió
como gato panza arriba, chilló y pataleó, y al final llegaron los
del orden y llevaron al Gregorio a la Prevención. Allí le conocía
un guindilla, que preguntó: “¿No es este el Gregorio, el del robo
de Santa Ana, el pinturero de las Vistillas?” Rápidamente le
metieron en chirona para unos cuantos años, por algunos trabajitos
que hiciera en su momento.
Y así fue como una prometedora carrera
en la delincuencia, la del Gregorio, se vio frustrada por no haber
sabido nadar y guardar la ropa y por acoso sexual. Colorín colorado,
este cuento se ha acabado.
Muy castizo ...
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