Lo
stronzo
o las salvajes gamberradas de mi colegio
Julio
Sánchez Mingo
Noviembre
2016
A
mis queridos compañeros que fueron, o se sintieron, objeto de acoso escolar
En
italiano, stronzo
tiene dos acepciones. La primera de ellas equivale al español
excremento, hez. La segunda significa, según el vocabulario
Treccani, persona inepta e incapaz, que en cualquier caso se comporta
de forma criticable, es decir, nuestro gilipollas, que la RAE define
como necio o estúpido.
En
mi colegio había un stronzo
integral,
un
individuo llamado Amedeo, amoral, casi un delincuente. Gallito y
bravucón, sólo si iba acompañado de su alter ego, Gianni, pero
sobre todo si le escoltaba también el resto de su cohorte de
pretorianos, Remigio y José Moisés, palmeros
siempre dispuestos a reírle las gracias y los comportamientos
chulescos.
Escupía
continuamente por todas partes y era el campeón incontestable de las
batallas de lapos, actividad extraescolar lúdicodeportiva con gran
predicamento entre el alumnado masculino, especialmente el de origen
transalpino.
Corren
rumores, no confirmados fehacientemente, de que, ya adulto, terminó
en la cárcel en Italia.
Solo
se le ocurre un día a semejante stronzo
que,
subrepticiamente, antes del recreo de media mañana, ponerle un
stronzo
en el bocadillo de la merendina
(1)
al infeliz de una de las personas más nerviosa e hiperactiva que he
conocido en mi vida. El pobre, al ir a dar cuenta de su, para él,
manjar, inocentemente dijo: - Qué bien, mi mamá me ha puesto
mostaza en el jamón.
Al
hincar los dientes en semejante delicatesssen la cara se le demudó
y, al momento, empezó a echar espumarajos por la boca.
El
grandísimo stronzo
fue expulsado del colegio por una temporada.
Nota
del autor. Los personajes y sus nombres y los hechos descritos en
este relato son reales.
(1)
Nombre que se da en italiano al desayuno de media mañana de los
colegiales.
Comentario
del autor
Este
relato es, en sí mismo, una gamberrada. Y una provocación, por
cuanto tiene de transgresión de ciertas normas de urbanidad, ya que
a mucha gente le produce asco como efecto inmediato.
La
mayoría no va más allá de esta sensación. No profundiza, no
piensa en lo que hay detrás del aspecto estrictamente escatológico
o de humor, más o menos soez, del texto. Por ejemplo, debería
inducir a pensar sobre el acoso escolar. Tema que posiblemente
volveré a tocar. Si lo hago, hablaré de El Solitario,
el gran acosador de mi colegio.
También
es un divertimento para el escritor. Yo me he reído escribiéndolo,
recordando con cariño aquellos años de la adolescencia. Asimismo te
abstraes, te liberas del entorno, una de las grandes virtudes de la
escritura. Tendría que ser, igualmente, un recreo para el lector.
Y
es un ejercicio intelectual, como hacer crucigramas. Juegas con la
lengua. Con las palabras vas construyendo y moldeando una historia
que quieres que tenga ritmo y fluidez y riqueza de vocabulario. En
ocasiones, para que el resultado sea mejor, te ayudas con la consulta
de diccionarios.
Además
tiene un tanto de ajuste de cuentas, al someter a juicio público a
los personajes malhechores. Alguno, seamos optimistas, es posible que
ignorante, entonces, de su maldad.
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