04 noviembre 2016

Lo stronzo o las salvajes gamberradas de mi colegio

Julio Sánchez Mingo

Noviembre 2016

A mis queridos compañeros que fueron, o se sintieron, objeto de acoso escolar

En italiano, stronzo tiene dos acepciones. La primera de ellas equivale al español excremento, hez. La segunda significa, según el vocabulario Treccani, persona inepta e incapaz, que en cualquier caso se comporta de forma criticable, es decir, nuestro gilipollas, que la RAE define como necio o estúpido.

En mi colegio había un stronzo integral, un individuo llamado Amedeo, amoral, casi un delincuente. Gallito y bravucón, sólo si iba acompañado de su alter ego, Gianni, pero sobre todo si le escoltaba también el resto de su cohorte de pretorianos, Remigio y José Moisés, palmeros siempre dispuestos a reírle las gracias y los comportamientos chulescos.
Escupía continuamente por todas partes y era el campeón incontestable de las batallas de lapos, actividad extraescolar lúdicodeportiva con gran predicamento entre el alumnado masculino, especialmente el de origen transalpino.
Corren rumores, no confirmados fehacientemente, de que, ya adulto, terminó en la cárcel en Italia.

Solo se le ocurre un día a semejante stronzo que, subrepticiamente, antes del recreo de media mañana, ponerle un stronzo en el bocadillo de la merendina (1) al infeliz de una de las personas más nerviosa e hiperactiva que he conocido en mi vida. El pobre, al ir a dar cuenta de su, para él, manjar, inocentemente dijo: - Qué bien, mi mamá me ha puesto mostaza en el jamón.
Al hincar los dientes en semejante delicatesssen la cara se le demudó y, al momento, empezó a echar espumarajos por la boca.

El grandísimo stronzo fue expulsado del colegio por una temporada.

Nota del autor. Los personajes y sus nombres y los hechos descritos en este relato son reales.

(1) Nombre que se da en italiano al desayuno de media mañana de los colegiales.


Comentario del autor

Este relato es, en sí mismo, una gamberrada. Y una provocación, por cuanto tiene de transgresión de ciertas normas de urbanidad, ya que a mucha gente le produce asco como efecto inmediato.
La mayoría no va más allá de esta sensación. No profundiza, no piensa en lo que hay detrás del aspecto estrictamente escatológico o de humor, más o menos soez, del texto. Por ejemplo, debería inducir a pensar sobre el acoso escolar. Tema que posiblemente volveré a tocar. Si lo hago, hablaré de El Solitario, el gran acosador de mi colegio.
También es un divertimento para el escritor. Yo me he reído escribiéndolo, recordando con cariño aquellos años de la adolescencia. Asimismo te abstraes, te liberas del entorno, una de las grandes virtudes de la escritura. Tendría que ser, igualmente, un recreo para el lector.
Y es un ejercicio intelectual, como hacer crucigramas. Juegas con la lengua. Con las palabras vas construyendo y moldeando una historia que quieres que tenga ritmo y fluidez y riqueza de vocabulario. En ocasiones, para que el resultado sea mejor, te ayudas con la consulta de diccionarios.
Además tiene un tanto de ajuste de cuentas, al someter a juicio público a los personajes malhechores. Alguno, seamos optimistas, es posible que ignorante, entonces, de su maldad.

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