23 septiembre 2022

 

Perdido en el recuerdo

Pedro Navazo



¡Hola, papá!

¿La conozco yo de algo?

A veces soy tu madre, otras tu hija y otras tu mujer… ¡A ver que toca hoy!

 

Según llegaba ayer por la tarde a casa, me encontré en el portal con mi vecina Inés que volvía ligeramente desmadejada, como cada viernes, de visitar a su padre.

Al interesarme por Josemi así le llamamos en el vecindario, me dijo que seguía, más o menos, como siempre.

Recostado en la cama o en el sillón escuchando música, que es la terapía más efectiva y que más agradece, o durante el buen tiempo, con pasitos cortos, dejándose llevar cogido del brazo de un lado a otro por el jardincito de la residencia.

Con una fina y creciente película de agua cubriendo sus ojos, me explicó que el alzhéimer lo iba reduciendo poco a poco: que su mente operaba de manera discontinua.

Lo mismo pasa unos días callado, con la cabeza caída, incapaz de levantarse solo e incluso haciéndose sus necesidades encima, que comienza a regir de manera repentina remontándose a los veranos pasados en el pinar de su añorado pueblo, y dirigiéndose a mí como si yo fuera parte de sus recuerdos.

Sin importarle que la marea de lágrimas silenciosa rodase en procesión por su rostro, mejillas abajo, me confesó que cada día que iba a verlo era un anillo más en el árbol de su tristeza: que le daba mucha pena ver cómo la enfermedad lo iba envolviendo como una burbuja y reduciendo a una mínima expresión de lo que fue.

Y no es porque lo diga yo, pero mi padre además de ser un marido integro, un padre ejemplar y un buen veterinario, escribía también versos y pintaba que no veas. Si quieres un día te enseño su cuaderno de poemas y sus paisajes para que los juzgues tú mismo.

¿Quién es usted? -asegura Inés que siempre le pregunta al llegar.

Papá, soy Inés.

¡Anda!, como mi hija.

Es que soy tu hija, papá.

¿Y tu madre?... Hace mucho que no viene.

¿Pero no te acuerdas? La enviaste a por el periódico, verás como no tarda en volver le miente una vez más.

Me contó que entonces su padre enmudece, y que una lágrima le rueda por el párpado mientras deja caer la mirada al suelo. Porque, si cierto es que su padre disfrutó mucho con la poesía y la pintura más lo hizo junto a su mujer que apenas si tenía los cincuenta cuando murió: una mujer de rostro bello, con una bailarina sonrisa en los labios y unos ojos grandes y azules del mismo color que el cielo que pintaba en todos sus lienzos.

4 comentarios:

  1. Los que hemos estado cerca de esta enfermedad nos reconocemos en Ines.
    Que horror!

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  2. Qué enfermedad más dura, tanto para el que la sufre como las de alrededor
    Qué triste que no te reconozca tu padre y que triste tener a los tuyos contigo y no reconocerlos

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  3. Precioso relato de dos personas maravillosas en la belleza y la crudeza de sus vidas.

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  4. Confíemos en que aún recordaremos...!

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