María
Yáñez
María Yañez |
Un
día de febrero muy temprano, digamos que las 6 de la mañana, poco
común en su caso. Estaba presta, con la energía lista para quemar,
con las botas bien puestas y un gesto implacable. Más que nunca en
sus zapatos.
Con una misión tan clara como la luz de las
luciérnagas: matar a un hombre. A ese que se decía libre y salvaje,
así se presentó cuando se conocieron dos años atrás. Así la
conquistó, así la sedujo, así la embruteció.
Ella se enamoró
estúpidamente como se enamoran todas las mujeres inteligentes e
intensas, como diría la escritora mexicana Angeles Mastretta. Ese
amor casi de culto le quedaba cómodo al español. Una mexicana se
antojaba presa fácil, parecía deslumbrada, dócil y fascinada por
su personalidad y por la historia que llevaba a cuestas: recorrer el
mundo a pie.
Se conocieron a su paso por México y decidió
hacer una pausa.
Vivieron
un amor digno de novela, un idilio como pocos.
Sospechaba que
ella también era libre y salvaje, pero estaba ensimismado y el amor
que ella le profesaba lo hacía sentir seguro y confiado. La creía
incondicional. No había preocupaciones, su trabajo era brillar y lo
hacía muy bien.
Su corazón no mentía. Lo amaba como nunca
había amado en su vida, un amor que si tuviera color sería rojo
sangre, rojo pasión. Lo vivió así de intenso, pese a la ausencia
de certezas, salvo el fuego que despertaba en ella.
Era
uno de esos amores que alumbran al mundo que los rodea, tan solo con
existir. Con todo, ella tenía amor propio, tenía un camino antes de
conocerlo, un sueño con él y una vida sin él.
Él no lo
concibe, como suele pasar con esos hombres que destilan libertad, que
la quieren patentar, que les encanta protagonizar.. No soporta el
horizonte de ella a su lado y tampoco su andar seguro, desprendido,
fluido y orgulloso.
Al descubrir la traición, ella lo
cuestiona. Él lo niega, lo minimiza y hasta se ofende. La evidencia
no la deja ceder. Lo pone contra las cuerdas, a ese hombre que se
jactaba dando conferencias por el mundo sobre el amor, la paz y,
especialmente, la libertad.
A
él no le queda más que admitir su infidelidad y mentiras, no sin
dar las últimas patadas en su defensa con una acusación:
—Es
que tú eres demasiado libre.
—Eso
no me hizo serte infiel—
responde ella.
Él
insiste en su defensa llamándola injusta, pues recorrer el mundo
también implica soledad y necesidades.
A ella el dolor la hizo
fuerte para no conceder segundas oportunidades. Está convencida que
esas llegan casi siempre a un triste final.
En acción y en
intención cierra la historia, pero sanar su corazón sigue
pendiente. Sabe que la única salida es matar a ese hombre, ir a la
tierra que lo vio nacer para que lo vea morir. Y para eso se levanta
tan temprano de la cama. Se pone sus mejores botas, unas todo
terreno, con la determinación de habitar sus propios pasos.
Con
la mirada fija en su camino, comienza la misión.
Estremecedor.
ResponderEliminarMe deja intrigada, esta muy bien
ResponderEliminarAyer cuando lo leí me impresionó tanto que sólo pude escribir esa palabra; pero despues de pensar en ello, deseo que lo descrito sea ficción y que no hayas sufrido.
ResponderEliminarDejarse llevar por la pasión del amor es muy fácil. El amor para mí es la arquitectura de la vida.
Uno crece asimilando lo que deja atrás, pero cuando eso nos hace daño hay que tener la voluntad de trabajar para cambiarlo.
No sé que valoro más, si mi libertad o el amor, pero que me engañen... la muerte.
ResponderEliminarMi escritora contemporánea favorita, ojalá y algún día decidas escribir un libro al respecto, me quedé con ganas de saber más...
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