Anna
Maria
Luisa Ciattei
Traducción
del italiano, introducción, documentación y notas de Julio Sánchez
Mingo
Hoy
se cumple el centenario de la debacle de Caporetto, la
disfatta di Caporetto,
de la Gran Guerra. Las tropas austro húngaras, reforzadas con
efectivos alemanes, hundieron el frente italiano, en la también
conocida como XII batalla del Isonzo, causaron 60.000 bajas a sus
enemigos, entre muertos y heridos, haciendo 265.000 prisioneros,
invadieron su territorio, conquistaron Udine, capital del Friuli, y
llegaron hasta las orillas del río Piave, donde las tropas
transalpinas replegadas consiguieron, finalmente, mantener la
posición. Caporetto es una herida abierta en el corazón del
imaginario colectivo de todos los italianos del siglo XX.
El
magnífico relato de la profesora Ciattei, crónica de unos hechos
reales acontecidos en días previos y posteriores al desastre de
Caporetto, es un reconocimiento a la abnegación, el temple, la
determinación, la valentía y el sacrificio de Anna, su abuela materna, la protagonista de la historia, paradigma de una raza de mujeres excepcionales que tuvieron que hacer
frente a las tragedias y los sucesos de un período muy convulso de
la historia europea, y un homenaje a su persona.
Es
igualmente una muestra de los horrores de la
guerra, de la brutalidad humana, de los comportamientos más nobles y
más ruines, del amor maternal, del miedo, de la solidaridad y de las
penurias
y atrocidades por las que deben pasar los refugiados, entonces
italianos, en su propia tierra, ahora de Oriente Medio y África, que
llegan a Europa a causa de los conflictos bélicos, las
persecuciones, los enfrentamientos étnicos, las hambrunas y la falta
de oportunidades para poder llevar una existencia medianamente digna
Dedico
toda mi labor de traducción, documentación
y redacción de
las notas y la introducción a la memoria de Carmen Peraita, mi profesora de lengua, literatura, historia y
cultura española, y Giovanni Notte, mi profesor de latín, lengua, literatura, historia y cultura
italiana, por su gran aportación a mi educación y,
por tanto, a lo que pienso y soy.
J.S.M.
Anna
tenía
23 años y vivía en San Rocco, lejos del centro, donde residían
sus padres(1).
Al tratarse de un matrimonio joven, con dos hijas de corta edad, su
marido y ella sólo podían permitirse un piso en la periferia.
Era
agosto de 1917, la guerra duraba ya dos años(2).
A pesar de que el frente estaba cercano, no se tenían noticias
precisas del desarrollo de la contienda. Eso sí, se veía pasar
trenes hospital atestados de heridos que se cruzaban con otros que
circulaban en sentido opuesto cargados de soldados.
Un
día, cuando regresaba a casa, se produjo un estampido atronador. El
polvorín había explotado sin previo aviso. Las niñas y ella fueron
arrojadas al suelo por la fuerza de la onda expansiva. No se entendía
qué diantre había sucedido(3).
La gente corría sin rumbo mientras una nube de esquirlas silbaba en
todas direcciones.
Sus
hijas gritaban aterrorizadas y Anna trataba de cogerlas en brazos
para huir de semejante infierno. Un carabiniere(4)
se dirigió hacia ellas con la intención de cargar con una de las
chiquillas, pero un fragmento de metralla le cercenó la cabeza. La
mayor de las crías dio un grito desgarrador cuando el cuerpo sin
vida del agente cayó de golpe.
En
ese momento comenzó la odisea de Anna y sus pequeñas. La
primogénita enfermó, sin parar de toser y vomitar y, al poco, se
puso amarilla. Se dirigieron al centro de la ciudad, a cobijarse y
buscar aliento en casa de su suegra, en la calle Sottomonte, donde
quedaron alojadas.
En
la paz y la serenidad de aquella casa las niñas se fueron calmando,
aunque la más pequeña permaneció, durante bastante tiempo, con el
estómago y el intestino alterados y todavía, dos meses después de
la tragedia, a veces no dormía por las noches. Entonces Anna la
tomaba en brazos y la acunaba, paseando de un lado a otro de la casa, cantándole tierna y suavemente balsámicas tonadas.
Una
de esas insomnes veladas transcurridas con su hija en el regazo,
escuchó, procedentes del cercano y sobrestante Castello, sede del
alto mando italiano, murmullos, movimientos y barullo a los que, en
principio, no prestó mucha atención hasta que oyó claramente una
voz masculina que repetía vehementemente: -Puntas de caballería
enemiga están entrando en Cividale(5).
¡Evacuad la ciudad, evacuad la ciudad! Puntas de caballería enemiga
están entrando en Cividale. ¡Evacuad la ciudad, evacuad la ciudad!
Corrió
a despertar a su suegra. Algo terrible se avecinaba. No había tiempo
que perder. Había que huir a toda prisa con las pocas cosas de valor
que se tenían. -Presto!,
presto!(6)
Cuando
accedieron a la calle principal que lleva a la estación, se toparon
con el apocalipsis. Una masa ingente de personas, cargadas con sacos,
bolsas, fardos y bultos de todo tipo, avanzaba en una sola dirección.
Era una riada oscura, desesperada y aterrorizada que escapaba en
busca de salvación, dejando atrás sus pertenencias y lo único que
conocían(7).
Grupos incontrolados se mezclaban con los tenderos, que arrojaban al
paso de los fugitivos pedazos de queso y embutidos, y rompían, a
golpes de hacha, los toneles de vino que corría a raudales a los
pies de la marea de gente enloquecida.
Anna
observaba dejándose llevar por la muchedumbre, con una de las niñas
en brazos y la otra agarrada a su amplia falda. -Agárrate, ninin(8),
no te sueltes, ten cuidado!- gritaba a su hija mayor que la escuchaba
con los ojos cerrados.
Tras
un lapso de tiempo que les pareció infinito, consiguieron subir a un
tren que partía hacia el oeste y ocuparon un compartimento junto a
la tía Eva, que mientras tanto se había unido a ellas.
El
convoy se puso en movimiento. Desde la ventanilla Anna miró hacia la
estación, ahora vacía de gente pero repleta de trastos abandonados
en el último momento. Afortunadamente estaban a salvo y se estaban
yendo. -“Adiós, Udine. Quién sabe que nos sucederá de ahora en
adelante. ¿Dónde estarán mi marido, mi padre, nuestros parientes,
los amigos?”-. Mil pensamientos se agolpaban en su cabeza en aquel
momento de despedida. Ellas habían tenido suerte porque muchos otros
huían a pie tratando de cruzar los puentes minados sobre el río
Tagliamento, que eran volados inmisericordemente mientas los
fugitivos, presa del pánico, los atravesaban.
El
tren se paraba continuamente, circulando lentamente en fila con otros
que le precedían, también atestados de prófugos que se dirigían a
occidente. Unas veces se detenía en estaciones intermedias para dar
paso a convoyes militares, repletos de soldados, que se dirigían al frente; otras muchas más para recoger
heridos que, por su estado, lograban escaparse de hospitales de
campaña diseminados a lo largo de la ruta.
También
Anna, llena de pena, acogió en su abarrotado compartimento a dos
pobres soldados. Uno de ellos con una grave herida en la espalda y
fiebre altísima. El otro era un ardito(9),
con los ojos fuera de las órbitas, como si estuviera loco.
Aquella
misma noche, este último tuvo una pesadilla pavorosa. Se alzó en
pie, amenazante, con la bayoneta en la mano, gritando como un poseso.
La tía Eva, aquejada de una profunda crisis nerviosa y que tenía
dificultades para dormir, lo vio, afortunadamente, y lo sacudió
gritando: -Joven, joven, ¡cálmese, cálmese!- Se despertó de
sobresalto y, desorientado, con las manos en la frente, cubriéndose
los ojos, sólo alcanzó a decir: -Dios santo, he tenido un sueño
terrible, señora….. Dios mío, qué alivio, estoy aquí, los
habría matado a todos.
El
tren avanzaba
renqueante, cada vez más lento. Se había detenido cerca del río
Piave y llevaba varias horas sin moverse. Por la ventanilla, Anna y
los otros ocupantes del compartimento observaban el caos reinante en
aquella pequeña estación. Otro convoy se estacionó para descargar
víveres y provisiones. Por la otra parte de las vías, un joven
oficial muy alto y delgado, con su pistola en la mano, tiroteaba a
los soldados y gritaba como un poseso: -Alineaos, bellacos, alineaos,
tenemos que montar una cabeza de puente al otro lado del Piave…
alineaos bellacos- y contaba -Uno, dos tres, cuatro...- y, al llegar
a diez, disparaba(10).
Alguno intentaba escapar y entonces el superior le descerrajaba un
balazo. En medio del estupor general de los pasajeros que no daban
crédito a lo que veían y aprovechando la confusión del momento,
Anna se apeó del coche de ferrocarril y, lista, ágil y veloz como
un hurón, alcanzó un vagón del tren de avituallamiento y, tras dar
un vistazo, se hizo con una panceta y una mortadela. Llevaban dos
días de viaje, sin nada que comer, y el hambre pudo con el miedo.
Pero cuando regresaba a su tren con el botín, el joven oficial de la
escena anterior, pistola en mano, le cortó el paso y se dirigió a
ella, encañonándola con la pistola: -Quieta. ¿Quién es usted?.
El
militar tenía la frente perlada de sudor, ojos feroces y
amenazadores que la examinaban de arriba a abajo y el brazo
extendido, listo para disparar. Anna respondió apresuradamente,
consciente de que podían ser sus últimas palabras: -Soy una pobre
prófuga de aquel tren, con dos niñas, dos señoras mayores y dos
soldados heridos. Viajamos desde hace días y nos estamos muriendo de
hambre- No la dejó continuar y, acompañando con un gesto de la mano
que empuñaba el arma, le gritó: -Váyase! Fuera de aquí! Per
la Madonna,
fuera de aquí, quítese de en medio!
Con
una tijera de uñas se cortó aquella comida tan deseada. Se alimentó
al soldado malherido, que comió con ansia. Las crías dejaron de
llorar y todos los ocupantes del compartimento, reunidos alrededor de
las chacinas, recobraron la serenidad y se olvidaron del infierno
desatado más allá de la ventanilla, de donde llegaban gritos,
órdenes y detonaciones de armas de fuego.
Cuando
Dios quiso el convoy se puso de nuevo en marcha y procedió hasta
Milán con una lentitud exasperante, dando continuamente preferencia
a los trenes hospital y a los trenes militares que circulaban en
sentido opuesto, hacia el frente.
Finalmente
llegaron a la capital lombarda en condiciones penosas. Estaban sucias,
maltrechas, despeinadas, arrastrando sus pobres pertenencias
preparadas deprisa y corriendo. Iban plagadas de piojos de trinchera
que seguramente les habían transmitido los militares del tren.
En
la estación, las personas se apartaban a su paso -¿Pero quién es
esta gentuza? ¿De dónde vienen? ¿Son gitanos?- murmuraban. En
aquello tiempos las telecomunicaciones estaban en sus albores(11)
y la información no fluía a la velocidad de ahora, por lo que la
población milanesa estaba sinceramente sorprendida ante la visión
de aquellas pobres mujeres, ya que desconocía la debacle de
Caporetto(12).
Anna,
molesta con aquellos comentarios, se paró y dijo: -Somos refugiados
friulanos, escapados de Udine, donde han entrado los enemigos. Hace
días que viajamos.
Ante
aquellas palabras la gente las rodeó afectuosamente: -Pobres, venid
a la cantina a tomar algo y nos contáis lo sucedido.
Más
muertas que vivas se dirigieron al bar de la estación. Estando allí,
su tía oyó a un hombre que decía claramente: -Desde luego, ir
allí, a matarse por aquellas cuatro piedras. ¡Cosa de locos!- A
Eva, que durante tres días y sus correspondientes noches no había
proferido vocablo por la crisis derivada del estado de choque en que
se encontraba, aquellas palabras le hicieron el efecto de un potente
laxante verbal. Pensando en qué parte del frente oriental estaría
su marido, trastornada por tantos días de viaje y los padecimientos
sufridos, se subió a una mesa y empezó a arengar al gentío con una
soflama patriótica que habría sido la envidia de D’Annunzio(13).
Anna, lívida, le tiró de la sucísima combinación, que colgaba por
debajo de la falda, diciéndole: -Tía, bájate por favor, cálmate,
te lo ruego- Eva no se apaciguó, pero tan bien debía haber hablado
que, cuando finalmente calló, una salva de aplausos vino a
reemplazar el silencio que se había establecido a su alrededor. En
ese momento, con el ruido de las palmas, salió del trance en el que
había estado. No entendía lo que sucedía y qué hacía ella sobre
aquella mesa. Se pasó el resto de su vida afirmando que no recordaba
absolutamente nada de haber pronunciado aquellos verbos encendidos.
Las
cinco mujeres se encaminaron hacia Monza, a casa de la tía, solas,
con unas pocas y pobres pertenencias, sin saber dónde estaban sus
hombres y, pacientemente, como han tenido que hacer las mujeres desde
tiempo inmemorial, trataron de sobrevivir a la espera de tiempos
mejores(14).
Notas
del traductor
(1)
La acción comienza en Udine, capital de la región italiana del
Friuli, en el norte del país, a unos 100 km de la frontera austríaca
en Tarvisio y 32 km de la frontera eslovena en Stupizza. Caporetto,
ahora Kobarid, se halla a 44 km.
La
ciudad cuenta en la actualidad con unos 100.000 habitantes, que
eran unos 47.000 en 1915, pasando a 67.000 en 1917, debido al devenir
de la guerra y al establecimiento en la ciudad, en el Castello, del
alto mando italiano, con el general Luigi Cadorna a la cabeza. El oficial sin piedad, de la disciplina a ultranza y de los ataques
frontales, que ocasionaron la muerte a decenas de miles de jóvenes reclutas.
(2)
Italia se incorporó a la guerra en 1915,
con el objetivo fundamental de lograr ganancias territoriales en el
norte del país y alcanzar la tan ansiada unificación nacional,
l’Unità
d’Italia.
Con la victoria aliada obtuvo Trentino-Alto Adigio y la península de
Istria.
(3)
El origen de la voladura del polvorín de Sant’Osvaldo, el 27 de
agosto de 1917, nunca fue aclarado. El mando italiano impuso la
censura. El barrio, donde vivían 1.900 personas, fue arrasado.
Ardieron y desaparecieron más de 100 casas, incluida la iglesia.
Toda Udine fue afectada, con desperfectos en 10.000 edificios. Hubo
26 víctimas mortales civiles y se habla de hasta 200 militares
fallecidos. La primera explosión se produjo a las 10:45 de la
mañana, prolongándose los estallidos hasta la tarde.
El
depósito de explosivos y armamento estaba camuflado como una
instalación sanitaria, cubierto con enormes lonas con la enseña de
la Cruz Roja. Se encontraba a unos 300 metros del manicomio, entonces
habilitado y utilizado como hospital militar.
(4)
Carabinieri: Cuerpo militarizado de policía, análogo a la Guardia
Civil española.
(5)
Cividale: Localidad friulana distante
15 km de Udine.
(6)
Mantengo el texto original en italiano, por ser muy gráfico. Es
término que existe en español, con igual significado, pero poco
usado y excesivamente literario. Se podía haber traducido por: -
¡Deprisa, deprisa! O ¡Venga, venga!
(7)
Hay que tener muy presente lo duro y difícil que es enfrentarse a lo
desconocido, máxime sin recursos. En 1917 la mayoría de las
personas no había salido nunca de su pueblo o ciudad. Imaginemos a
los pobres e ignorantes soldados de reemplazo camino del frente, del
matadero. No es de extrañar que el origen de la Semana Trágica de
Barcelona de 1909 fuera el envío forzoso de soldados de clases
populares a la guerra de Marruecos.
(8)
Diminutivo afectivo de nino,
bambino,
niño en italiano.
(9)
Ardito: En italiano, soldado de élite perteneciente a las unidades
especiales de Arditi,
fuerzas
de choque y asalto creadas en Italia durante la Gran Guerra, para
actuar en operaciones especiales. El término significa valiente.
(10)
Castigo extremo de disciplina militar, que consiste en ejecutar a uno
de cada diez soldados con el objeto de mantener el orden y la
obediencia. Lo aplicaban los antiguos romanos, decimatio,
y lo recuperó Cadorna en la Gran Guerra, en el Regio
Esercito, -para
erradicar la cobardía (sic)-. En italiano recibe el nombre de
decimazione.
(11)
En mayo de 1884 fue activado el servicio telefónico público entre
Milan y Monza, distantes unos 20 km. Es considerada la primera línea
interurbana italiana.
(12)
A lo que también contribuía la censura militar.
(13)
Gabriele D’Annunzio: Poeta, novelista, dramaturgo, militar y
político italiano, héroe del irredentismo italiano tras la Gran
Guerra, famoso por su ardiente oratoria.
(14)
En
un coloquio mantenido en Madrid en la Feria del Libro de 2014, Andrea
Molesini, autor de la novela Entre
enemigos,
ambientada en la Gran Guerra, y el historiador Daniele Ceschin
disertaron sobre la huella que la derrota de Caporetto ha dejado en
la memoria colectiva de los italianos. Además tocaron algunos temas
que Maria Luisa Ciattei recoge en su relato Anna.
El
24 de octubre de 1917, después de dos años y medio de guerra en los
que Italia había perdido medio millón de hombres, comienza la
batalla de Caporetto, que
pasó
a formar parte de una frase hecha utilizada para hablar de una
completa debacle. La aplastante derrota infligida por las tropas
austrohúngaras costó a Italia la vida de 40.000 hombres y fueron
hechos prisioneros 265.000
soldados. El profesor Daniele Ceschin recordó que “los
historiadores de la Italia fascista nunca citaron la batalla por su
nombre, intentaron ocultar un episodio vergonzoso en la joven
historia de la Italia unificada”. Sin embargo, no pudieron hacer
olvidar un episodio que significó “tanto para la sociedad como
para sus dirigentes, una herida profunda y también inmediata, según
reveló el suicidio de un senador, solución que también llegó a
contemplar Mussolini”. También gravísimas fueron las
repercusiones militares de aquella derrota: “Una vez las tropas
austrohúngaras tomaron Caporetto, hoy llamada Kobarid, en Eslovenia,
tenían el paso franco para avanzar por la llanura del Véneto”. El
ejército italiano, con la cadena de mando destrozada, se retira
hasta el río Piave y la población civil huye masivamente de los
territorios ocupados. “Hay que tener en cuenta que esa población
había dado toda la credibilidad a las que el historiador Marc Bloch
llamó noticias falsas, aquellas que hablaban de las mujeres violadas
en Bélgica; estaban convencidos de que eran verdaderas las imágenes
de niños belgas con las manos amputadas. Eran los recursos que
utilizó la propaganda para ilustrar la brutalidad del enemigo. Así
que los civiles huyeron despavoridos.
Daniele
Ceschin subrayó que aquellos refugiados, cerca de medio millón,
constituían “la imagen viviente de la derrota, que el Ministerio
del Interior intentaba ocultar”. Llegaron en tren, de noche, de
forma casi clandestina a sus destinos, en las regiones de Bolonia,
Lombardía y la Toscana. Este movimiento de población fue el que
permitió, en opinión de Ceschin, que “Italia, que acababa
de celebrar en 1911 el 50º aniversario de su unificación,
aprendiese a conocer las distintas partes que la componen durante la
Gran Guerra”. Comentando también las consecuencias de la guerra,
Andrea Molesini añadió que el conflicto “vino a liquidar aquella
sociedad decimonónica, aristocrática, con diferencias sociales muy
marcadas” (Tomado de la reseña del coloquio publicada por la Feria del Libro de Madrid).
Los
sucesos del frente italoaustríaco de la Gran Guerra en los días de
la debacle de Caporetto y la toma de Udine, según los números del
diario ABC de la época
Es
llamativo observar las distintas versiones de la realidad que, en sus
partes de guerra, van ofreciendo italianos y austroalemanes con el
transcurso de los acontecimientos. Escuetos, sin aportar datos, los
primeros y pródigos en detalles de sus conquistas los segundos.
Tampoco
ABC en sus crónicas habla en concreto de la debacle de Caporetto
(Kobarid) ni muestra la población en sus mapas esquemáticos del
frente. Caporetto está situado en el curso del río Isonzo (Soča),
a mitad de camino entre Saga
(Zaga)
y Tolmino (Tolmin).
ABC 28-10-1917 Pág. 8 |
ABC 28-10-1917 Pág. 9 |
ABC 29-10-1917 Pág. 12 |
ABC 29-10-1917 Pág. 13 |
ABC 30-10-1917 Pág. 11 |
ABC 30-10-1917 Pág. 13 |
ABC 31-10-1917 Pág. 7 |
Me ha emocionado la historia de Anna porque me trae recuerdos de la infancia como cuando la madre de María Luisa le decía a su hija en Veneto NINNI con cariño. Cuando leo o veo documentales de esa guerra aunque vivo en España desde hace muchísimos años me acuerdo perfectamente de una famosa canción cuya letra final dice: IL PIAVE MORMORO....NON PASSA LO STRANIERO. Y me emociono.Bacioni Marilu
ResponderEliminarComplimenti:é un bellissimo racconto.
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