27 mayo 2016

Pequeñas historias que me contaron. El siglo XX en Madrid

Julio Sánchez Mingo
Mayo 2016

A mi abuela materna. In memoriam

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De soltero, Manolo vivía con sus padres en la calle Columela, la primera bocacalle de los pares de Serrano. Desde el balcón de su casa veía pasear, arriba y abajo, a Manuel Azaña, bajo las ventanas de Lola de Rivas Cherif. Así se cortejaba entonces a las mujeres. El futuro presidente de la República consiguió su objetivo, se casó con ella.


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Eran los años 20. Luis estaba casado con Concha, que por aquel entonces lucía una larga melena, que casi siempre llevaba recogida, al uso de la época. Pero las modas cambian y tiranizan lo suyo. De modo que un día Concha se presentó en casa con el pelo cortado a lo garçon. Su marido, sorprendido y estupefacto, sólo alcanzó a decir: - Pero Concha........


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Pepito y Julito eran dos mozalbetes que vivían con sus padres en la calle Monteleón, aunque los balcones de su casa daban a Sandoval.
Aquel día decidieron hacer diana con una patata en una de las ventanas de la casa de enfrente, que para más inri, era de la vivienda de la portera. Las porteras de Madrid solían ser de armas tomar.
Al primer intento el vidrio de la ventana saltó hecho añicos con gran estrépito. Al otro lado de la calle se oyó vociferar: - Seguro que han sido Pepito y Julito. Me va a oír don José - mientras los culpables permanecían tendidos en el suelo para no ser vistos, sorprendidos y asustados por el resultado de su buena puntería.


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Aquel domingo 23 de septiembre de 1928, Teresa quería ir a la función de tarde del teatro Novedades, acompañada por una de sus hermanas pequeñas. Finalmente no pudieron, afortunadamente, acudir a ver la obra en cartel. En mitad de la representación se declaró un incendio en el escenario. El público, despavorido, intentó desalojar el local en estampida. Hubo 67 muertos y unos 200 heridos. Muchas de las victimas lo fueron por aplastamiento, arrolladas por la marea humana que intentaba alcanzar la calle.
La copla del suceso dice así:

El Teatro de Novedades
espíritu de Madrid
y de los más principales
ha dejado de existir.
Quiso la fatalidad
que un fuego devorador,
trajera a esta capital
luto, llanto y dolor.
Y miles de espectadores
al final de la función,
en gritos desgarradores
buscasen su salvación
.................................
¡Qué angustias no pasaría
toda madre que a su niño
al ver de que fallecía,
abrazaba con cariño!
¡ Y en aquel inmenso fuego
cual ninguno comparado,
despedirse desde luego
sobre el ser para ella amado.
.............................................
Presos de grande locura
porque las llamas surgían,
era dolor y amargura,
salvándose el que podía.
La confusión fue espantosa
el pánico se aumentaba,
era una hora angustiosa
por si se carbonizaban.
Por las columnas caían,
se dejaban descolgar,
y un gran tropel se sentía,
allí dentro del local.
............................................
Horrorizaba de ver,
era terrible, espantoso,
de los artistas correr
presos de ataques nerviosos.
El que salvarse podía
o le podían salvar,
casi asfixiado salía
de aquel volcán infernal.

Y cuando hacerse del fuego
ya pudieron conseguir,
respiraron los bomberos
y también todo Madrid.
.....................................
Lloremos por los que han muerto
por niños abandonados
que en los terribles momentos
quedaban desamparados.
Entre las penalidades
y el grito desgarrador,
lloremos por Novedades
que el fuego lo destruyó.
Y por los que amontonados
en este acto imponente,
se ven del pelo agarrados
por las ansias de la muerte.


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Concha nació en 1876. En 1901 se casó con Luis, en la iglesia de San Ginés de la calle Arenal, y tuvo 12 hijos. Sólo seis de ellos la sobrevivieron cuando falleció, en 1961. En la Guerra Civil uno de sus hijos combatió en el ejército sublevado, que cercaba Madrid. En el transcurso de la contienda asesinaron a su hermano Pepe en una de las sacas de la cárcel Modelo y dieron el paseo a un hijo de éste, Juan, un joven estudiante, soldado de cuota, que había escapado de la toma del cuartel de la Montaña. También perdió, de muerte natural, a Luis y, al poco de terminar la lucha fratricida, a su cuñado Félix, hermano soltero y socio de su marido, que convivía con ellos. Además sufrió el bombardeo de su casa y tuvo que refugiarse con su familia en el domicilio de unos parientes. En la posguerra, con el negocio familiar perdido y grandes estrecheces económicas, pasó mucha hambre y tuvo que malvender casi todo el ajuar doméstico y las pocas joyas que tenía. ¿Se puede sufrir más? ¿Puede ser la vida tan dura con una persona?


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María Luisa vivía con su familia en un último piso de un edificio de la calle Colón, semiesquina a Fuencarral. En la Guerra Civil los bombardeos aéreos y de la artillería del ejército rebelde eran frecuentes sobre esa zona, situada a espaldas de Telefónica, objetivo estratégico de los facciosos y sede de la Sección de Prensa y Propaganda de la Junta de Defensa de Madrid. Cuando empezaba la fiesta, sonaban las alarmas y los vecinos bajaban al sótano, habilitado a modo de refugio contra los artefactos explosivos y sus efectos devastadores. Un día, al volver a su vivienda tras cesar el fuego, se encontraron la cocina sin techo ni tejado, al raso, con la cubierta del inmueble medio derruida y un obús sin explotar sobre la cama de su tío Félix. Avisaron a los artificieros que retiraron el proyectil. Toda la familia tuvo que evacuar su hogar, abandonando sus pertenencias, y refugiarse en casa de unos primos, en la calle Claudio Coello, en la manzana del mercado de la Paz, nombre paradójico en aquellos momentos, en el barrio de Salamanca, zona juzgada más segura y que no era blanco de las bombas. Se consideraba que su vecindario era afín a la causa de los rebeldes.


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El mayor de los hijos varones de Concha hizo la Guerra Civil en las filas del ejército rebelde, como médico militar. Cuando tomaron Madrid, a finales de marzo de 1939, se presentó en la casa familiar a ver a su madre y al resto de la familia y les llevó el más preciado de los regalos: unos chuscos. ¡Habían pasado tanta hambre durante el asedio de la ciudad!


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En Madrid, en la Guerra Civil, los milicianos realizaban frecuentes registros domiciliarios. Un día se presentaron en el piso de Concha y su familia. Aporrearon la puerta y se les franqueó el paso. Uno de ellos se coló en los dormitorios y al poco volvió portando una imagen de la Inmaculada Concepción, que tenía la dueña de la vivienda, diciendo: - Son carcas. Mirad lo que he encontrado. - A lo que Concha replicó: - Hijo, ¿acaso su madre no tiene un santo o una virgen en su casa? - El miliciano calló, bajó la cabeza, devolvió la talla de la Inmaculada, reunió a sus compañeros y se fueron.
Años después una de las nietas pequeñas de Concha, de no más de tres años y que por aquel entonces vivía con sus padres en casa de la abuela, acostumbraba a pasearse por la vivienda acunando – ea, ea, ea...ea, ea, ea...ea, ea, ea... - la figura de la Concepción, una talla de madera de unos cincuenta centímetros de alto, que, milagrosamente, nunca cayó al suelo. Concha dispuso que en el futuro la imagen debía ser para su nieta, que hoy día la luce orgullosamente en su casa.


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Los hechos narrados, así como sus protagonistas, son reales y me fueron relatados por ellos o por alguno de sus familiares directos.


Nota del autor. Una tarde de este mes de mayo de 2016, mi tía Paz, de 96 años de edad, me recitó las primeras estrofas de la copla del Novedades. Gracias a ello pude encontrar en Internet el texto, más o menos completo. Le estoy muy reconocido.

4 comentarios:

  1. Entre gol y gol de los dos equipos de Madrid, estoy pasando una tarde estupenda leyendo tu blog. Sigue con tus historias madrileñas que me encantan. Nunca olvidaré que gracias a tí conocí el Paseo del Cisne.

    Esperanza

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  2. En Mondéjar (Guadalajara), en la Guerra Civil, lejos del frente, mataron a los cuatro hijos varones de Celedonia. Se volvió loca y falleció un mes después. Su marido también murió al poco. A su hija Felisa, al acabar la contienda, le raparon la cabeza. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Tenía sentido tanta crueldad con sencilla gente de campo?
    Estos hechos me los narró el pasado sábado Sagrario, hija de Felisa, que a la sazón tenía tres añitos.

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  3. Esa misma historia, la del obús, me la contaba mi abuela Paz, diciéndome que ese día tenían arroz y muchas ganas de comerlo, y lo encontraron chamuscado por el obús. Desafortunadamente no he heredado su memoria prodigiosa y quizás, en mi mente de niña, me lo imaginaba en la punta del obús, o quizás fue así. Esas y otras historias, como cuando se escondió en un tren con su hermano Pedro para ir a las afueras a "coger" patatas e higos chumbos, que siempre disfruté escuchando.

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