Impresiones
de México
Julio
Sánchez Mingo
Abril
2016
A
María Luisa de la Garza
Este
invierno he estado en México un mes largo. La mayor parte del tiempo
en Ciudad de México, con escapadas a Puebla y Teotihuacan, y una
semana en Yucatán.
Estas
impresiones son personales. Cualquier otro visitante puede tenerlas
muy distintas y pueden también diferir del sentimiento de cualquier
residente mexicano. La realidad absoluta no existe. Cada persona se
forja su propia realidad. Por eso las opiniones sobre cualquier tema
pueden ser tan dispares. Obviamente llama la atención aquello que es
distinto a lo que cotidianamente se ve.
A
mi llegada, al subirme al taxi en el aeropuerto para dirigirme a mi
residencia en Ciudad de México, mi primera sensación fue negativa.
Un tenue olor a sulfuroso lo invadía todo. El taxista lo justificó
diciendo que debían estar limpiando alguna instalación. El sentido
del olfato es adaptativo. En los días siguientes ya no olía nada.
Lamentablemente esta megaciudad de 20 millones de habitantes es
reconocida por sus altos índices de contaminación atmosférica. Me
llamó muchísimo la atención que por el mismo centro de la
población circulen enormes camiones con gigantescos remolques.
Atravesar
la ciudad, mirando por la ventanilla del taxi, te da una idea de lo
que te vas a encontrar. Para un madrileño como yo, es decir, un
paleto provinciano de una población grande al norte de la Mancha,
con todo lo que ello conlleva de ciudadanos con muchas ínfulas, poco
conocimiento y cultura y nada cosmopolitas, que
no paran de mirarse el ombligo, Ciudad de México es toda una
experiencia. Se siente uno abrumado. Una ciudad de ese tamaño, tan
poblada, mestiza, multicultural de verdad, impresiona. Es
apabullante.
Los
mexicanos son simpáticos, afables, amables, corteses, muy educados.
Su urbanidad es exquisita. Y les gusta mucho pegar la hebra. He
hablado largo y tendido con gente en el metro, por la calle, en
hoteles, restaurantes y cafés. Con taxistas, un policía federal, un
mariachi, unos carniceros del mercado de la Merced, con camareros, un
ama de casa de religión evangélica, alguna funcionaria,
profesionales, artesanos, comerciantes, visitantes de museos,
recepcionistas y porteros de hotel, vendedores ambulantes, cocineros,
celadores de museos, funcionarios de la Corte Suprema de Justicia,
regentes de puestos callejeros de comida, un ferretero, peregrinos a
Guadalupe y hasta pedigüeños. Encantadores. Además, aunque parezca
mentira, los españoles somos muy bien acogidos.
En
la plaza de la Tres Culturas, en Tlatelolco, hay un mural de piedra,
de notables dimensiones, con la siguiente inscripción grabada: “El
13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuauhtemoc, cayó
Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota,
fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de
hoy”.
Allí
mismo se produjo la matanza de 1968, que recuerda un monolito con su
correspondiente leyenda.
México
es un país de grandes desigualdades sociales, económicas y
culturales. La escala social va de personas, demasiadas, que viven en
el nivel de subsistencia a millonarios, pocos, que atesoran grandes
riquezas, ingentes riquezas, con una distribución de la renta
injusta y desequilibrada.
He
visto en Macario Gómez, estado de Quintana Roo, a hombres que
habitan en barracas y viven de recoger leña en la selva. También he
visitado El Palacio de Hierro de Polanco, centro comercial situado en
uno de los barrios más selectos de Ciudad de México, que aloja,
exclusivamente, tiendas de las grandes firmas de lujo, Hermès, Louis
Vuitton, Tiffany, Chanel, Cartier.... Todas ellas tienen una
superficie mayor que las de sus homólogas de Madrid y los precios
¡más altos!
En
Ciudad de México pasas de barrios como el referido Polanco o San
Ángel, plagado de mansiones, a grandísimas aglomeraciones de
infraviviendas.
Me
dolió enormemente ver golfillos descalzos jugando en la calle y
multitud de perros vagabundos. Estas imágenes no las había
presenciado en España desde hace más de cuarenta años.
Morelos,
uno de los padres de la patria mexicana, hace 200 años, en la
lectura de los Sentimientos a la Nación, declaró que uno de los
objetivos de las leyes era “....que
moderaran la opulencia y la indigencia”.
También
es un país de grandísimos contrastes. Conviven la semiaridez del
altiplano con la exuberancia de la selva tropical y la desolación de
los desiertos del Norte. En lo social, la modernidad más absoluta
con el atraso cultural más infame. Prueba de ello es la coexistencia
de movimientos por la dignidad humana, la liberación de la mujer y
los derechos humanos con el machismo más cavernario y las creencias
más retrógradas.
En
la puerta de muchos establecimientos públicos hay un cartel que
reza: “En este establecimiento no se discrimina por motivos de
raza, religión, orientación sexual, condición física o
socioeconómica ni por ningún otro motivo”.
El
Metro de Ciudad de México es una maravilla. Trenes con composiciones
de nueve coches y una frecuencia de paso de uno o dos minutos. Las
instalaciones están correctamente mantenidas. Ya quisiera Londres
tener un metro así. Lo usan muchedumbres. A las horas punta, en que
los coches van abarrotados, se reservan los tres de cabeza para las
mujeres y los niños menores de 12 años. Me produjo una ridícula y
chovinista satisfacción, deberíamos considerarnos todos ciudadanos
del mundo, ver que muchos de las unidades están manufacturadas por
CAF, la empresa de material ferroviario de Beasain, en Guipúzcoa.
¡Mis hacendosos vascos!
La
moda de la delgadez y el aspecto anoréxico que impera en España no
ha llegado a México. Allí las mujeres tienen curvas y ¡qué
curvas!
Un
viaje en Metro cuesta 5 pesos, unos 25 céntimos de euro. Un policía
federal gana 450 € al mes, un camarero 100 pesos al día, unos 5 €,
más las propinas, que, de alguna manera, son obligatorias, aunque su
importe es a discreción del cliente. Pagué 40 pesos, ¡2 €! por
una consulta médica de veinte minutos. El joven facultativo que me
atendió me pareció un excelente profesional. Y lo hizo sin prisa.
Una asistenta cobra 3 € la hora. Los treintañeros españoles
expatriados no bajan de los 100.000 € al año. El alquiler de un
piso de 100 metros cuadrados, con una hermosa terraza de 30 metros
cuadrados, en un barrio de clase media, asciende a 1.200 €. Un menú
a mediodía, en una digna casa de comidas, tiene un precio de 50
pesos, 2,5 €. Con la propina, 2,75 €. Una opípara cena en
Cipriani, un selecto restaurante en el exclusivo Polanco, costó 35 €
por comensal, propina incluida. Unos calabacines, en el Mercado de la
Merced, estaban marcados a 40 céntimos de euro, unos pimientos
verdes, rojos o amarillos a 90 y unos tomates pera a 0,65 €. La
cesta de la compra no es barata considerando lo bajos que son los
salarios. Con estas estructuras de precios la desigualdad está
servida.
La
sociedad mexicana es muy clasista. El dinero marca las barreras. Es
una herencia de la cultura española y de las estructuras políticas
y sociales que se implantaron con la conquista.
Los
españoles, hombres de bragueta fácil, se volvían locos por las
indias. No eran racistas pero sí clasistas. No tenían empacho en
desposar a una belleza local si era princesa. Eso sí, primero la
bautizaban. Por ello los aborígenes no fueron exterminados
sistemáticamente en la América Hispana y fueron utilizados como
mano de obra barata, siervos y semiesclavos, al contrario que en
Estados Unidos, donde la población autóctona prácticamente
desapareció. Todo ello dio paso al país mestizo y clasista que es
México. La gran tragedia fue la introducción de enfermedades contra
las que los mexicas, mayas y demás etnias no estaban inmunizados, lo
que provocó una gran mortandad. Por esta razón desaparecieron los
pocos habitantes del Caribe.
Recomiendo
la lectura de La
época colonial hasta 1760,
de Bernardo García Martínez, especialmente las pp. 75-79, en Nueva
historia mínima de México,
editada por el Colegio de México.
Las
carreteras mexicanas son un tanto chuscas,
tienen su gracia.
En la autopista de peaje, de cuota, dicen ellos, Valladolid-Mérida,
en Yucatán, me he cruzado con ciclistas y carros a pedales, cargados
de leña de la selva, circulando, para más inri, a contramano. En el
arcén de la autopista de peaje Ciudad de México-Puebla los camiones
de gran tonelaje, y demás vehículos, paran y aparcan en el arcén,
delante de restaurantes, colmados, tiendas y puestos callejeros. Las
autopistas no están valladas.
México
es el país de las estatuas. En cualquier lugar se levanta una
estatua en honor de alguien, o de algo. Son abundantísimas. Ello
denota que la clase dirigente, al menos, es culta, mucho más que la
española. He visto estatuas dedicadas a Cantinflas, a Agustín Lara,
al cantante Juan Gabriel. Ésta última está en una bocacalle de la
plaza Garibaldi donde, cada diez metros, en ambos lados, hay una
estatua de un artista popular. Las de Hidalgo y Morelos son
infinitas. El infame Carlos IV tiene una, a caballo, de gran tamaño,
en el Centro Histórico de Ciudad de México, que llaman el
caballito.
Lleva cubierta por un andamiaje varios años. También en Ciudad de
México, en el paseo de la Reforma, en los dos costados, cada
cuarenta metros, hay una estatua de un notable. Esta vía tiene
kilómetros de longitud. En la misma población, en la plaza de la
Villa de Madrid, hay una réplica de la fuente de la Cibeles a
¡tamaño natural! En otra plaza cercana te encuentras con el David
de Miguel Ángel. Los exiliados españoles en México, contagiados
del espíritu iconográfico de los lugareños, erigieron un monumento
en recuerdo del presidente mexicano Lázaro Cárdenas, que tanto hizo
por ellos y que protegió a Azaña y a su mujer de las garras
franquistas. Creo que en Madrid no hay ningún reconocimiento a la
figura de ese mandatario mexicano en forma de estatua o vía pública.
Eso sí, tenemos la plaza de Margaret Thatcher, en Goya esquina a
Castellana. Su decisión de torpedear y hundir el crucero General
Belgrano hace que muchos historiadores, analistas y ciudadanos de
todo el mundo la consideren una criminal de guerra.
En
las colonias, barrios, Polanco y Anzures, en Ciudad de México, las
calles están dedicadas a personalidades de la Ciencia, las Artes y
la Cultura mundiales. Yo he residido en la calle Víctor Hugo, entre
Leibniz y Shakespeare. El centro comercial El Palacio de Hierro está
situado entre Homero y Horacio y flanqueado por la calle Molière. En
el Centro Histórico hay una calle rotulada Calle de López-Vía del
Exilio Español y en Polanco otra con el nombre de Emilio Castelar,
insigne orador y parlamentario y presidente de la I República
Española.
La
comida mexicana es muy distinta a la nuestra. Los ingredientes son
muy variados y, como es de todos sabido, añaden picante a muchos
platos. En el Palacio Nacional, sede de la presidencia de la
República, antiguo palacio de los virreyes españoles, junto a los
murales de Diego Rivera hay una lápida con el siguiente epígrafe:
“EL MUNDO DEBE A MÉXICO: El MAIZ, TLAYOLLI – EL FRIJÒL, ETL -
El TABACO, PICIETL – El CACAO, CACAUATL – EL ALGODÒN, ICHCATL –
EL HENEQUÈN – EL TOMATE, TOMATL – EL GITOMATE, XITOMATL, EL
CACAHUATE, TLALCACAUATL – LA TUNA, NOCHTLI – EL MAGUEY, METL –
EL AGUACATE, AUACATL – LA PIÑA, MATZATLI – EL CHICLE, TZICLTLI –
EL CHICO ZAPOTE, TZICTZAPOTL – EL ZAPOTE BLANCO, IZTACTZAPOTL –
EL ZAPOTE PRIETO, TLILTZAPOTL – EL MANTE, COZTICTZAPOTL – EL
MAMEY, CUAUTZAPOTL – EL CAPULIN, CAPULLIN – LA PAPAYA, PAPAYAN –
EL CHILE, CHILLI – LA YUCA, CUAUCAMOHTLI – LA JICAMA, XICAMATL
[sic]”. Según te vas introduciendo en los vericuetos de la comida
mexicana descubres que es muy sabrosa y bastante natural y que puedes
comer infinidad de platos sin picante, algo a lo que estómagos como
el mío no están acostumbrados y no soportan. Lo que es difícil
para un panero como yo es prescindir de nuestro pan blanco y comer
todo con tortillas, ya sean de maíz o de trigo.
México
es un país laico, con separación absoluta de Iglesia y Estado. Sin
embargo los ciudadanos son religiosos y, en particular, muy devotos
de la Virgen de Guadalupe, cuya imagen, en su basílica, está
arropada por la bandera mexicana, la bandera de su pueblo. Me
emocionó especialmente ver a muchas familias completas, desde los
abuelos hasta los nietos, algunas muy humildes, muchas de ellas
indígenas, los desfavorecidos del país, acercarse con gran emoción,
con devoción infinita, a venerar a su Virgen. El papa Bergoglio
estuvo allí dos o tres días después.
Hay
altares y hornacinas con imágenes de cristos, vírgenes y santos por
todas partes. Por la calle, entre los puestos de los mercados, en los
pasos subterráneos. En un puesto callejero de comida corrida he
visto un gran panel donde se agradecía a Dios los dones diarios.
Todo ello con una estética muy kitch.
La
bandera nacional corona la Catedral Metropolitana de Ciudad de
México. Hay quien acusa a la jerarquía eclesiástica mexicana de
olvidarse de socorrer a los más necesitados, de las necesidades
espirituales de los fieles, de vivir demasiado a la sombra del poder
político y de ocupar su tiempo en intrigas. El primero, el propio
papa, como puso de manifiesto en su encuentro con el obispado
mexicano. Además, Francisco, en su discurso ante la presidencia de
la República, con Peña Nieto al frente, reprendió a la clase
dirigente diciendo: “Cada vez que buscamos el camino del privilegio
o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o
temprano la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la
corrupción, el narcotráfico, la exclusión, la violencia e incluso
el tráfico de personas, el secuestro y la muerte”. Le aplaudieron
como si esos problemas no fueran con ellos.
Yo
creo que la bandera mexicana representa al país, a los ciudadanos,
no al estado, como sucede en España, donde, además, es origen de
conflictos.
La
educación pública es laica. Tiene fama de escasa calidad,. En la
fachada de muchos centros educativos públicos unos grandes
cartelones dicen: “MADRE Y PADRE DE FAMILIA: ESTA ESCUELA ES
PÚBLICA, GRATUITA Y LAICA. La SEP (Secretaría de Educación
Pública) es responsable del pago de todos los servicios del plantel:
luz, agua, predial, teléfono, etc... Nadie podrá condicionar la
permanencia de tu hijo o hija en la escuela, exigiéndote un pago por
cualquiera de estos conceptos. SI ALGUIEN LO HACE, DENÚNCIALO AL
TELÉFONO 36017175”
Los
mexicanos, como buenos herederos de la cultura española, la cultura
de la desidia y la dejadez, son poco amigos de la cosa pública. Así,
generalmente, las calles y plazas están sucias y descuidadas, las
aceras y calzadas desportilladas, el mantenimiento de muchos
edificios no existe, lo que acelera su ruina y provoca que muchos de
ellos se caigan a pedazos, los parques y jardines lucen abandonados y
las instalaciones públicas se muestran en un estado lastimoso. Unos
urinarios públicos, de propiedad privada y de pago, en la calle
Seminario de Ciudad de México, a cuarenta metros del Palacio
Nacional, a un paso del Templo Mayor de Tenochtitlan, frente al
Sagrario Metropolitano, que forma parte del complejo de la Catedral,
son dignos de los que usaban, no los conquistadores del Imperio
Mexica, sino sus antepasados medievales extremeños y andaluces.
Sin
embargo, cuando se lo proponen, los mexicanos son capaces de
ofrecernos verdaderas maravillas de factura, utilidad y
mantenimiento. Para mí el caso paradigmático es el Museo Nacional
de Antropología, en el Bosque de Chapultepec. Una moderna y notable
construcción de 1964, que no ha envejecido, con unos fondos
excepcionales mostrados espléndidamente, limpia y bien mantenida. Es
uno de los mejores museos del mundo, que justifica un viaje a México.
Igualmente,
hay establecimientos públicos, tiendas y restaurantes, que destacan
por su tamaño y diseño. No los he visto iguales en Europa. Desde
luego es el país de los grandes contrastes, del lujo y la opulencia
a la miseria y la pobreza.
Algo
que impacta de México es la lacra de los desaparecidos, los
asesinatos masivos y los crímenes derivados del narcotráfico.
Una
lápida en el suelo, en la entrada del bosque de Chapultepec, resume
esta tragedia. Su inscripción dice así: “SOY NEPOMUCENO MORENO
NÚÑEZ FUI ASESINADO POR BUSCAR A MI HIJO EL 28 DE NOVIEMBRE DEL
2011 EN HERMOSILLO, SONORA. Soy amiguero y bromista, me encanta la
canción de Mi
Linda Esposa,
también cocinar mariscos, preparo una Cahuamanta deliciosa. Me
acribillaron por exigir justicia a funcionarios de la procuradoría
del estado de Sonora, para que investigaran y encontrar a mi hijo
secuestrado, él sigue desaparecido, mi asesinato sigue impune. Pido
que lo que me pasó a mí nunca te pase a ti, que mi muerte y la de
miles más no sean en vano y ustedes, la gente, luche con entrega y
valor para exigir al Estado Mexicano que se comprometa a revivir la
Justicia, la Verdad y la Paz en México. Como siempre dije: “¡¡Todo
pa' delante... nada para atrás...!!” NEPO 28 de marzo del 2014
[sic]”.
En
ningún lugar del mundo he encontrado tantos policías como en
México. Solos, en parejas, en grupos más o menos numerosos, siempre
ves agentes por todas partes. En la calle, custodiando edificios
oficiales, centros comerciales o de celadores en los museos. Pero no
parecen muy eficaces. No tienen reparo en estar charlando
plácidamente o comiendo en público. He visto a dos uniformados
platicando tranquilamente en una puerta lateral del Palacio Nacional,
abstraídos de su labor de vigilancia, mientras a uno de ellos un
limpiabotas le lustraba los zapatos.
He
contado varios cuerpos. Policía Federal, Estatal, Municipal,
Auxiliar y de Tránsito. En las ruinas de Chichén Itzá había
policías federales patrullando con traje de campaña, chaleco
antibalas, casco de última generación y fusil de asalto. En las
carreteras principales existen controles permanentes, con garitas
como las de los peajes de las autopistas, en las que unos pasivos
guardias dormitan, ajenos al flujo de los carros. La Policía
Auxiliar está financiada al cincuenta por la Administración y al
otro cincuenta por ciento por la entidad, pública o privada, para la
que, en un momento dado, presta servicios. Así, los miembros de este
cuerpo ejercen de celadores de museos o de vigilantes en centros
comerciales, armados hasta los dientes, con armas largas. También es
numerosísima la seguridad privada, especialmente en edificios de
oficinas y establecimientos de hostelería.
Una
de las peculiaridades de México es la infinita oferta comercial
disponible, basada, en gran parte, en la venta ambulante y en la vía
pública. Hay millones de puestos callejeros de comida, alimentos y
todo tipo de mercancías.
En
ciertas zonas de Ciudad de México los comercios se agrupan por
gremios y así, entre el Zócalo y el Palacio de Bellas Artes,
existen multitud de ópticas y joyerías, muchas de ellas localizadas
en galerías comerciales monotemáticas, de tiendas minúsculas,
muchas de ellas reducidas a un simple mostrador. Allí cerca descubrí
un mercado, de cientos de puestos, dedicado exclusivamente a
artículos de papelería y escritorio. Cerca de la basílica de
Guadalupe se encuentra otro donde se venden imágenes y objetos
religiosos.
El
mercado de la Merced merece una visita. Los puestos se cuentan por
miles y despachan todo tipo de mercancías y alimentos.
Todos
los días laborables, a mediodía, en la calle Miguel de Cervantes
Saavedra, frente a la gigantesca torre de oficinas de Telcel, los
museos Soumaya y Jumex, el acuario Imbursa y el teatro Telcel, todo
ello parte del imperio de Carlos Slim, se instala, en uno de los
carriles de la calzada, un mercadillo de puestos de comidas y
comestibles para satisfacer las necesidades alimenticias de miles de
empleados del magnate mexicano. Es digno de señalar el contraste
entre la modernidad y el lujo de los edificios y la sencillez extrema
de los tenderetes del mercadillo.
Los
mexicanos han heredado los vicios y defectos de las estructuras
territoriales y organizativas y de la burocracia del período
colonial. Un ejemplo: en la colonia Anzures de Ciudad de México se
encuentra la representación del estado de Oaxaca en la capital
federal. Como si de una embajada o consulado para oaxaqueños se
tratara, estaba llena de personas esperando para ser atendidas. Para
acceder a las ruinas de Chichén Itzá hay que pagar dos entradas,
una de la administración federal y otra de la administración del
estado de Yucatán. Si se paga en efectivo, una sola señorita cobra
y entrega dos boletos diferentes al visitante. Cuando se abonan las
entradas con tarjeta de crédito, una empleada carga en un datáfono
el importe de la parte federal y otra, en otro datáfono, la parte
estatal.
En
México, todo el suministro eléctrico de media y baja tensión es
aéreo. También el cableado telefónico. El resultado es que todas
las calles son bosques de postes sosteniendo marañas de cables y
cablecitos. Lo de Telefónica en España, con sus conductos dañando
todo tipo de edificios históricos y singulares, parece una
chiquillada. Bueno, Telefónica con la connivencia de los
ayuntamientos.
¿Será
que la alta sismicidad no permite el despliegue subterráneo o es
algo derivado de la dejadez mexicana?
En
Ciudad de México, en la puerta de muchos establecimientos
comerciales y restaurantes, unas palanganas llenas de agua esperan
para saciar la sed de los perros de clientes y viandantes. En la
terraza de un restaurante, el camarero nos trajo unos de esos
recipientes para Lola, la perrita callejera adoptada por mis
anfitriones que, es tan sociable, que se acerca a saludar a cualquier
persona con la que se cruza. Nunca nadie le hace un mal gesto. Parece
que los chilangos aman mucho a los chuchos.
El
viaje a México, y algunas lecturas complementarias posteriores, me
han hecho meditar mucho sobre las desigualdades sociales y
económicas, las estructuras políticas y los intereses de unos y
otros. También sobre el hecho de gobernar con arreglo a principios
de justicia y mirando por el bien común y nuestro medio físico o,
por el contrario, con el único objetivo de ejercer una gran presión
fiscal que permita mantener el entramado de los estados, sustentando
la corrupción y el provecho de los grandes grupos económicos y de
las multinacionales. Cuestiones, todas ellas, que afectan, en mayor o
menor grado, a todos los países y pueblos de la tierra.
No
quiero extenderme más y aburrir al lector con más impresiones
personales de México, que, por cierto, es un maravilloso país.
Muy interesante, Julio, qué ganas de conocer México
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