14 enero 2017

Sentirse español

Eduardo Fernández Galán

Enero 2017

La reciente campaña contra el cineasta Fernando Trueba por parte de la caverna mediática y las fuerzas vivas en las redes sociales, con motivo del estreno de su última película, “La reina de España”, me ha hecho reflexionar sobre mi propia identidad nacional.
La campaña llamaba al boicot a dicha película porque, hace un año, Trueba, al recoger el Premio Nacional de Cinematografía 2015, dijo que “nunca se había sentido español, ni siquiera 5 minutos”. Lo hizo en un contexto en el que, entre otras cosas, confesaba que era partidario de un mundo sin fronteras, sin nacionalidades. Recomiendo escuchar su discurso de aceptación en Youtube1, solamente los primeros 10 minutos, para comprender mejor lo que quería expresar sobre su antinacionalismo.
Y digo que me ha hecho reflexionar sobre mi identidad porque acabo de regresar de mi tercer exilio para disfrutar de mi jubilación, y de los telediarios que me queden, en un pueblo de la Mariña lucense, después de pasar nada menos que 29 años, casi la mitad de mi existencia, fuera de España. Dos en Inglaterra y ventisiete en los Estados Unidos de América.
Por un lado yo nací, crecí y me formé en España durante mi primer cuarto de siglo de vida. Mis padres eran españoles, mis abuelos, bisabuelos y tatarabuelos también, y tengo prueba notarial de que los ascendientes de mi abuela paterna, los De Diez Vicario, vienen del siglo XIII nada menos, y los de mi abuela materna, Alonso Díaz de Herrera del XV, eran españoles también. Vamos que soy español por los cuatro costados.
Sin embargo, como muchos otros compatriotas de mi generación, padecí mis primeros 23 años la dictadura franquista y, durante los 3 siguientes, 16 meses de servicio militar y una transición política bastante tensa y movidita. Habiéndome licenciado en Lingüística Hispánica, tenía además escasas expectativas de conseguir un empleo estable.
Para mí, hasta ese momento, ser español no había sido exactamente algo de lo que sentirse orgulloso. La bandera española me inspiraba, como mucho, miedo. Esa bandera con una gallina en el medio la asociábamos con la dictadura, la mili y, en mis años universitarios, con los Guerrilleros de Cristo Rey3, que aparecían por la facultad, o por Malasaña o el Rastro, buscando a cualquier melenudo con pinta de rojo para darle una paliza. Hasta el comienzo de la Transición no había habido libertad de nada: ni de asociación, ni de prensa, ni de expresión…De lo único que podíamos estar orgullosos los españoles era del triunfo de la selección ante Rusia en la Eurocopa del 1964, el de Massiel en el festival de Eurovisión en 1966, la victoria de Santana en Wimbledon, o la medalla de oro del esquiador Paquito Fernández Ochoa en Sapporo. Otro Ochoa, don Severo, era el único científico relevante a nivel internacional.
España era un país todavía muy aislado del resto de Europa, así que decidí romper el cordón umbilical y fui a probar fortuna en la entonces llamada por los ultras Pérfida Albión3, recalando en Londres como profesor en la Escuela Española de Portobello, hoy Centro Cañada Blanch. En Inglaterra me “sentí” español por primera vez en mi vida, pero no exactamente porque me sintiera orgulloso de mi pasaporte. Sentí que venía de un país con 40 años de retraso con el resto del mundo civilizado. En Londres los policías no solo no llevaban pistolas o porras: estaban allí para ayudar al ciudadano, no para reprimirle. La bandera era respetada y era de todos, no era patrimonio de ningún grupo en particular. En la televisión se hacían chistes sobre la familia real…En vez de a Fernando Esteso o a Andrés Pajares, tenían a Monty Python… Me sentí ciudadano de segunda.
También me sentí español cuando, después de un año de trabajo duro, preparando a los hijos de nuestros emigrantes a sacarse el bachillerato a distancia, en pleno verano, la administración sacó nuestras plazas de profesores contratados a concurso-oposición y enviaron a unos catedráticos de España a sustituirnos. Por supuesto no nos enteramos de ello hasta regresar a Londres en septiembre. A pesar del apoyo de los emigrantes, de una huelga de hambre de 5 días y publicación de ésta en El País, fuimos desalojados - eso sí, con unos modales correctísimos - por unos policías británicos, que además nos dieron la dirección de unos abogados laboralistas por si pudieran ayudarnos. La Agregaduría de Educación de la Embajada Española en Londres nos dio una pequeña indemnización y las gracias por los servicios prestados a la patria.
De esa experiencia lo poco que me quedaba de patriotismo desapareció por completo.
Como aún no éramos miembros de la Unión Europea, me fue imposible encontrar trabajo legal alguno en Inglaterra. Di clases particulares, algún seminario de lengua en el Centro Ibérico y poco más. Tuve que regresar a España donde, por verdadera chiripa, encontré rápidamente trabajo en un colegio-cooperativa bilingüe francés-español. Todo iba relativamente bien hasta que decidí montar un sindicato ya que la junta directiva empezaba a abusar de los enseñantes y otros empleados no docentes que no éramos cooperativistas. A los tres años mi relación con la administración se hizo insostenible. Pactamos un despido y volví a hacer las maletas. Esta vez decidí cruzar el charco.
En los Estados Unidos, excepto por un hiato de 5 años, he vivido los últimos 32 años de mi vida. Allí me casé con una americana, tuve a mis dos hijos, fui profesor y periodista y experimenté The American Dream4 durante buena parte de esa estancia. Allí me sentí español cuatro veces: por el Master y el British Open ganados por Severiano Ballesteros y los dos Master de Olazábal. Como ávido golfista que soy, disfruté viendo a dos compatriotas imponerse a los jugadores norteamericanos en un deporte que dominaban, y lo siguen haciendo, aunque menos, cuando en España jugar al golf era todo un privilegio.
Durante esos años me convertí en un ciudadano fronterizo: físicamente estaba en los Estados Unidos, pero mentalmente seguía pensando como un español.
Durante mis años de periodista trabajé, especialmente, para una revista deportiva española, Gigantes del Basket. Durante 8 años me encargué, desde mi casa de escribir casi la mitad de las páginas, ya que cubría la NBA. Me volví a “sentir” español cuando la revista pasó a manos de Unidad Editorial, y la gente de El Mundo empezó a colocar a los suyos en la cabecera. Recibí a los pocos días una llamada del nuevo gerente comunicándome que me iban a bajar un 40% de mi sueldo porque “ganaba mucho” y había que recortar gastos (Por supuesto había que pagar a Pedro J. un cuarto de millón de pesetas al mes por el simple hecho de figurar como Director Editorial de la revista, aunque nunca escribió ni una línea). Les llevé a juicio, lo gané y senté jurisprudencia, ya que, aunque técnicamente no estaba en la plantilla, llevaba 8 años como redactor corresponsal en USA y así figuraba en la cabecera.
En mi experiencia laboral trabajando para los americanos siempre se me han dado oportunidades de trabajo sin necesidad alguna de enchufes. Allí te reconocen tu valía y te la recompensan. Gané un Premio Nacional de Periodismo cuando edité un periódico en Filadelfia. En el condado de New Jersey donde vivía me nombraron Hispano del Año. Fui entrevistado varias veces en prensa, radio y televisión y tuve libertad para crear programas nuevos en las escuelas donde trabajé, tanto académicos como deportivos. No me sentí español precisamente…
Desde que este verano decidí prejubilarme y volver a España – porque me encanta mi aldea gallega y mis dos hijos viven en Europa, me he vuelto a sentir español muchas veces: desde las polémicas del Toro de Tordesillas, a los presidentes que envían mensajes de apoyo a los delincuentes, las vicepresidentas que aparcan en el carril asignado solo para autobuses y taxis, las facturas sin IVA o tener que esperar, sin calefacción, más de un mes a que Iberdrola me suba la potencia en mi piso, uno ¡se vuelve a sentir español!
En resumen, no sé si me siento español o ciudadano del mundo al que le ha tocado nacer en España. Soy ciudadano español y, desde hace menos de un año, también estadounidense, pero no he visto ningún artículo, en ninguna de las dos Constituciones que he jurado respetar, que te obligue a “sentirte español o norteamericano”.
Para mí Fernando Trueba es un gran cineasta español que además ha representado a España en muchos certámenes internacionales, incluido el Oscar que ganó por “Belle Epoque”. Me da igual cómo se sienta. Me hace reír, pensar y disfrutar y le estoy y estaré siempre muy agradecido por reunir a Chucho y Bebo Valdés.
De hecho es de los pocos españoles de los que me siento orgulloso de ser su compatriota.

1 https://www.youtube.com/watch?v=H9HugWbE7PY .Este es el enlace para ver completo el discurso de aceptación de Fernando Trueba del Premio Nacional de Cinematografía 2015
2 «La pérfida Albión» es una expresión utilizada para referirse al Reino Unido en términos anglófobos u hostiles. Fue acuñada por el poeta y diplomático francés de origen aragonés Augustin Louis Marie de Ximénès (1726-1817) en su poema L´ere des Français (publicado en 1793), en el que animaba a atacar a «la pérfida Albión» en sus propias aguas. En España los franquistas la usaban a menudo en respuesta a la situación del peñón de Gibraltar.
3 Elementos fascistas, violentos, que en los años 70 aterrorizaban a los progres en los campuses universitarios, pubs de Malasaña o en el Rastro madrileño. Solían llevar la banderita española en las cadenas de sus relojes de pulsera.
4 El “Sueño americano” se atribuye al ciudadano que ha conseguido llegar a un estatus que incluye buen sueldo, casa con una hectárea de terreno, ubicada en una buena urbanización y un buen coche.

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