Navidades
Julio Sánchez Mingo
A Sydoniia Iakymchuk, cuyo país está asolado por la guerra
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| Luminarias navideñas 2025 en Gaeta (IT). J. S. M. |
En unos pocos días estaremos de lleno sumergidos nuevamente en las Navidades, que terminan abruptamente tras la festividad de Reyes, dando paso a la fría —por temperatura, en nuestras latitudes, y poca actividad económica— cuesta de enero. Ya desde finales de noviembre estas celebraciones vienen asomando y tomando cuerpo con los encendidos de las luces navideñas de tantos pueblos y ciudades, con un notable incremento de la actividad comercial, y por ende el gasto familiar, y con las comidas y cenas de fraternidad de amigos, compañeros y familiares.
Siempre se ha oído decir que son fiestas para niños pero todos, cualquiera que sea nuestra edad, nos dejamos arrastrar por ese paroxismo consumista que las vertebra y por esa obligada dicha, que es más bien ficticia, que las identifica. Nos felicitamos por doquier, aunque sea nuestro peor enemigo el destinatario de nuestros parabienes. Han perdido casi todo su carácter de celebración religiosa y así han vuelto a parecerse a sus orígenes, las Saturnales de los romanos, donde se decoraban las casas, se intercambiaban regalos, se organizaban banquetes y se transgredía, más o menos, el orden establecido, en un ambiente de juerga y desenfreno.
A muchas personas no les gustan las Navidades. Obligan a divertirse a fecha fija, gastar lo que a veces no se tiene, incluso a acompañarnos de quien aborrecemos. Tantas veces salen a la luz nuestras miserias personales y domésticas, se manifiestan la soledad, las malas relaciones familiares, nuestros fracasos y, sobre todo, nuestra hipocresía y nuestro egoísmo. Y, muy importante, echamos mucho de menos a los ausentes.
El espíritu cristiano, caracterizado por su mandato de compartir y ayudar, revienta echo trizas. ¿Quién se va a acordar, bajo los efluvios del espumoso o los ardores de una cena opulenta —nubladas las entendederas—, de Gaza, de la miseria invisible de las 3.500 personas de los asentamientos irregulares de Níjar —que en las semanas anteriores se habrán afanado en producir las frutas y verduras de nuestro ágape pantagruélico—, o del desalojo de los inmigrantes del antiguo instituto público B9 de Badalona, mientras su alcalde compite con el de Vigo por ver quién planta el árbol de Navidad más alto y voluminoso, imitando a dos inmaduros machitos que rivalizan por mostrar el falo más grande?
Permeados por la cultura dominante que llega desde el otro lado del Atlántico Norte, perdemos nuestra identidad y nuestras esencias, algo que las Navidades evidencian apreciablemente. Mientras, los salvapatrias acusan de ello a los más débiles, indefensos y humildes, los inmigrantes, que comparten con nosotros cultura y tradiciones. ¿Se nos ha olvidado que somos hijos del Mediterráneo, es decir, de Oriente Medio y el norte de África, y padres de casi toda América?
Al igual que los regidores de Badalona y Vigo, todos nuestros gobernantes y dirigentes se afanan en el pan y circo navideños—otra vez los antiguos romanos salen a relucir—, más circo que pan, desviando fondos de inversiones estructurales —Educación, Sanidad, Medio Ambiente, Vivienda, Lucha contra la desigualdad, Ayuda al tercer mundo— a actividades lúdicas desmedidas, ocultando sus propias limitaciones, su incapacidad e incompetencia para satisfacer la necesidades reales de la ciudadanía.
Las Navidades no deben hacernos perder el foco sobre el mundo que nos circunda, con todos sus retos y exigencias.
Qué seáis felices y hagáis felices a los que os rodean. ¡Es lo que importa!

Tienes toda la razón Julio olvidamos lo más importante que es el que todo el mundo sea feliz pues es lo que nos enseña el Niño que nace estos días y tenemos que contribuir para que así sea
ResponderEliminar¡Feliz Nadidad querido Julio! Totalmente de acuerdo. La hipocresía de los que dicen creer en la Navidad frente a los que no creemos en ella como fiesta del consumo opulento y autodestructivo, pero ponemos nuestro belén cada año para recordar que dios, si acaso existe, está entre los humildes, los perseguidos y los pobres.
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