25 enero 2025


La fiera humana

Julio Sánchez Mingo


31 de julio de 1942. Dane (Eslovenia). Soldados italianos fusilan a civiles eslovenos 

1° agosto — 5 septiembre 1942. Durante la ocupación italiana de Eslovenia y Dalmacia

Las represalias y matanzas se extienden a lo largo de todo el verano.

A principios de agosto, en una aldea infectada de partisanos comunistas, las milicias fascistas asesinan a una mujer combatiente. Es la primera vez que se produce este hecho. Don Pietro Brignoli, capellán castrense del 2º Regimiento de Granaderos de Cerdeña, ruega a sus soldados que sea sepultada con dignidad. Acatan su demanda y lo hacen, a criterio del cura, con la piedad debida a una madre.

Después son pasados por las armas otros once paisanos, denunciados, por su propio párroco, por comunistas. A continuación, los italianos prenden fuego a las piojosas moradas de los rebeldes, que se propaga a la iglesia del delator. Las llamas no hacen distingos y el viento que sopla desde las alturas las aviva. Entre las ruinas ennegrecidas, don Pietro contemplará a mujeres y niños, arrodillados, rezando el rosario junto a lo que fueron sus hogares.

El fuego lo arrasa todo. Hay fuegos por todas partes. Quemar las viviendas de civiles es la manera de destruir que adopta todo el mundo. Los alemanes incendian, los italianos los imitan, los británicos lanzan bombas incendiarias sobre las ciudades de Italia y Alemania. No hay protesta que valga. El mando de los Granaderos de Cerdeña considera que, quemando aldeas y villorrios, aterrorizarán a los civiles más de lo que puedan hacer los rebeldes comunistas para ganarselos a su causa. Creen que el miedo los hará italianos. Italianos y fascistas.

Siguiendo a las tropas, don Pietro atraviesa un pueblo de sólo tres calles. Todo está destruido, incluso la iglesia. No hay ser vivo a la vista. Solamente hay una veintena de mujeres y niños refugiados en la vivienda del cura local. El mando de la división ordena que se les dé un poco de pasta.

El 5 de agosto se dictan catorce condenas a muerte. Por lo visto, hay siete paisanos inocentes. Don Pietro intercede por ellos. El comandante le escucha pensativo: Hablaremos con el brigadier de los carabinieri.

No se suspende la ejecución. Como yo soy inocente, quiero ser fusilado el primero susurra una de las víctimas al padre Brignoli, mientras éste le venda los ojos. Otro, un instante antes de la descarga, en un intento por salvarse, grita en italiano: Soldados, viva Italia!. Tiene dieciséis años. Don Pietro corre a abrazarlo, con los fusiles en posición de tiro. A pesar de ello, seguidamente dispararán sobre el casi niño.

Por la tarde, para mostrarse inflexible, el oficial ordena nueve fusilamientos más. Don Pietro aprende otra amarga y cruda lección: jamás se debe interceder ante los masacradores. Algunos soldados del pelotón lloran. Todos disparan sin acierto. Un pobre desgraciado, alcanzado malamente entre el pecho y el vientre, manteniéndose en pie, suelta chorros de sangre por el abdomen. Nadie reacciona, nadie sabe qué hacer. El sacerdote y los verdugos permanecen atónitos, casi un minuto, mirando como se desangra. Finalmente cae. Se le da el tiro de gracia. Convulsiona mientras la pistola tiembla en la mano del militar al mando que, sintiéndose culpable, erra el disparo. Hacen falta tres impactos para acabar con la vida del moribundo. Don Pietro está al borde de la nausea. Nadie respira.

El 8 de agosto, en el mismo caserío, hay otros ocho lugareños que van a ser ejecutados. El pastor de almas los prepara para la muerte en la iglesia quemada, que se derrumbará con las primeras lluvias. Lo condenados lloran e imploran antes de caer abatidos por el plomo. Un mundo que, destruidos los principios divinos, arrastra al hombre a su ruina. Esta es la visión que tortura a don Pietro mientras dice misa por sus fusilados en el templo en cenizas, cuyo campanario ya no alberga campanas.

Afortunadamente, dos días más tarde, el mando de la división decide el regreso a la ciudad. Pero, al poco, el jefe del Cuerpo de Ejercito, Mario Roatta, célebre por su participación en la Guerra Civil Española, ordena reanudar las operaciones. Al parecer, Mussolini en persona, en su visita a Gorizia a últimos de julio, ha exigido a los altos mandos no interrumpir las persecuciones y los fusilamientos hasta el total exterminio de los rebeldes.

La trágica caza al hombre se retoma. El 17 de agosto, un fusilado y siete muertos en combate. El 18, otros siete civiles pasados por las armas. El 19 fusilan a un chaval, previamente herido. A final de mes, el 27 de agosto, ajustician a otras cuatro personas, una de ellas padre de ocho hijos.

Don Pietro refleja todo en su pequeño cuaderno. No conoce nombres ni lugares, ni entiende la lengua que allí se habla, pero toma nota de números, rostros, gestos. Escribe y bendice, hace el signo de la cruz sobre la frente de las víctimas y añade unas líneas en su diario, como si de un registro documental de los difuntos se tratara.

Siempre rezando y observando, antes de que se complete la primera fase de las operaciones, aprende otras cosas. Cuando son condenados a muerte dos ancianos campesinos por haber escondido armas de los partisanos, se da cuenta de que los viejos, ante una muerte violenta, son más débiles que los jóvenes. Igualmente, cuando nadie tiene el valor de anunciar a una mujer el final de su marido, ella, desesperada, sigue llevando la comida al padre de sus hijos, incluso días y días tras su desaparición. El cura, un enemigo para los lugareños, cuando dice misa en latín para un grupo de labriegos eslovenos incultos y les escucha unirse al rezo del Ave María en esa lengua arcana y arcaica, piensa que víctimas y verdugos no se entenderán entre ellos, pero Dios comprende a unos y otros.

Don Pietro, en sus oraciones, une a vivos y muertos, a sus soldados y a los fusilados en su presencia. A todos los atiende espiritualmente. A estos les pide mentalmente perdón por escuchar su llanto desesperado, por haberles vendado los ojos, cubriendo el pánico de su faz, por haberles visto caer sin vida. Cada día, en misa, renueva su promesa afirmando, al llegar al memento que, cuando dice mis muertos, los incluye a todos. Cada noche, antes de conciliar el sueño, confirma su fe y su pía ilusión: en el paraíso nos encontraremos todos, fusilados y fusiladores.

Con el regreso a la ciudad, el diario del padre Brignoli concluye el 5 de septiembre, lacónico, lapidario, como había empezado: —Hoy hemos vuelto al cuartel tras cincuenta días de vagabundeo”.

Estos hechos fueron anotados en una minúscula libreta, con letra diminuta, por el capellán castrense del 2º Regimiento de Granaderos de Cerdeña, don Pietro Brignoli. El escritor Antonio Scurati los ha incorporado a M. La hora del destino, cuarto tomo de su novela biográfica sobre Mussolini.

¿Por qué esos comportamientos atroces del ser humano? ¿Por qué esos cambios tan radicales, de ser víctimas a ser verdugos, como en el caso de los judíos, que, de sufrir el asesinato de millones de ellos a manos de los nazis durante la II Guerra Mundial, pasan a masacrar en los últimos meses a los palestinos, acaban con la vida de casi 50.000 de ellos, gran parte mujeres y niños, y arrasan sus poblaciones? ¿Qué despierta ese instinto de fiera en el hombre? ¿Qué sentido tiene que esta misma semana, con la tregua ya iniciada, un francotirador israelí haya disparado a la cabeza a un niño palestino que jugaba con una peonza? En tiempos modernos, ¿cuántas barbaridades no habrán cometido británicos, franceses, alemanes, italianos, gringos y españoles en sus guerras coloniales por ocupar un espacio que no les pertenecía, para explotarlo y esquilmarlo hasta la saciedad?

Ya dijo Plauto, en su obra Asinaria1, que el hombre es un lobo para el hombre, frase popularizada siglos después por Hobbes. Ese carácter tantas veces individualista, egoísta, violento, cruel, codicioso aviva la alimaña que llevamos dentro. ¿Qué logica tiene que estos días, en Vallecas, una aristócrata madrileña multimillonaria desahucie por una deuda de unos pocos euros a un pobre desgraciado, enfermo y sin recursos?

Todos los hombres somos iguales. Nuestro comportamiento depende en gran medida del contexto y el entorno en el que nos encontramos y nos movemos, del ambiente que nos rodea y tantas veces de la llamada presión social, que a modo de bola de nieve, se origina a partir del deseo o el mandato de un líder político, como Mussolini en Gorizia o estos días Trump en Washington. Así es la fiera humana.

1 Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit: Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro.


 

 

 

 

20 enero 2025

Plantando árboles

Julio Sánchez Mingo


Mirador de los Cronistas de España. Altea (Alicante). 2023.

En el prólogo de Arboreto Salvático, de Mario Rigoni Stern, dice Paolo Cognetti ganador del prestigioso premio Strega 2017 con Las ocho montañas que el paisaje es una forma de escritura, pues recoge la historia de la presencia humana sobre la tierra. Al modificarlo e intervenir sobre él, los hombres dejan su huella, ya sea en el entorno urbano o en el campestre y el medio natural. Y, añado yo, los árboles, siempre presentes, nos dan la medida de la calidad de esa escritura y, por tanto, de la condición de las personas que intervienen en esa historia. Al igual que hay gente a la que no le gusta leer y es incapaz de ligar unas palabras para crear un texto, hay sujetos a los que los árboles no gustan y argumentan que quitan luz, dan trabajo y lo inundan y ensucian todo con sus hojas caídas. Aunque hay para quienes son transparentes, como si no existieran, son seres vivos ajenos a su existencia. Tantas veces, ante un señalamiento mío me han contestado: “No me había dado cuenta, no me había fijado”. Eso sí, todo el mundo, en verano, agradece el frescor que emana de una arboleda o, en una acera madrileña abrasada por el sol, corre a refugiarse bajo su sombra mientras espera a que el tráfico se detenga y pueda cruzar la calzada. Sin olvidar que reducen el polvo y el ruido de la vía pública y renuevan el aire contaminado, aportando un oxígeno salvífico, como diría el citado Rigoni.

Lo árboles nos acompañan a lo largo de la vida. Unos ya existían cuando nacimos, muchísimos de ellos nos sobrevivirán. Hay una consonancia de vivencias y destinos entre las personas y los árboles, en los caminos paralelos entre el nacimiento y la muerte, la alegría y el sufrimiento. Tanto los hombres como los árboles están destinados a vivir más o menos tiempo pero condenados, en cualquier caso, a desaparecer y ser reemplazados. Quien planta árboles sabe que, aunque pueda asistir a su crecimiento, casi nunca alcanzará a verlos en su edad adulta. Son testigos mudos de nuestro devenir y padecen dolientes nuestro vandalismo, siendo, en muchas ocasiones, motivo de recuerdo de personas queridas que ya no están, de viajes, de lugares conocidos o de hechos que nos han acaecido o escenas que hemos protagonizado. Uno de mis proyectos actuales es plantar una encina como memorial de un ser querido, recientemente fallecido.

Su influencia en la cultura, en la literatura, en las costumbres y comportamientos humanos son sobresalientes. No hablemos de su belleza estética, cuya vista nos enriquece, alimenta nuestro espíritu y que ha inspirado a tantísimos artistas. Belleza que le es intrínseca como ser vivo que es. O que puede estar asociada a una cierta especie o un ejemplar concreto, como el árbol del Tule, un ahuehuete monumental, de dimensiones extraordinarias y edad milenaria, localizado en las proximidades de Oaxaca de Juárez (México).

En cada cultura, cada especie arbórea tiene una simbología, está ligada a determinadas virtudes. Incluso, muchas veces, un individuo concreto tiene un cierto significado para un colectivo dado. En general, podemos decir que el árbol representa la vida.

En un entorno urbano como Madrid y sus alrededores, de clima extremo, gran aridez y sequedad, suelos pobres ricos en escombros, donde la ignorancia y el vandalismo campan por sus respetos, la viabilidad de un plantón está muy amenazada, máxime cuando no se le puede dispensar el cuidado y atención que requeriría. Allá a principios de los años ochenta, planté, de estaca, mi primer árbol, un chopo, en una suave ladera del parque Roma de Madrid inaugurado por el presidente italiano Sandro Pertini en 1980—, una zona verde construida sobre una escombrera, que previamente había albergado los campos de fútbol del Campana, que eran de tierra, por supuesto, donde los chavales nos dejábamos las rodillas. La mala calidad del sustrato y las características de su origen, a pesar del abundante riego que recibía, en mitad de una pradera, condujeron a su muerte con no más de veinticinco años de existencia. Parece que un futuro más prometedor le espera a un algarrobo brotado en 2005 de un garrofín que traje del Ágora de Atenas. Y ello a pesar de las podas de copa a las que le someten los empleados del ayuntamiento de Altea (Alicante), donde está plantado en un bancal, a los pies del mirador de los Cronistas de España, nombre rimbombante donde los haya.

A mediados de los 80, en una población cercana a Madrid, planté un olmo siberiano, obtenido de sámara1. Por aquel entonces se había extendido la utilización de esta especie para sustituir a los olmos autóctonos, diezmados por la grafiosis, una enfermedad fúngica. También había ocupado el lugar de las robinias y sóforas, poco resistentes a la creciente contaminación de la ciudad y al hacha municipal que trocó todas las calles con bulevar de Madrid en vías de mayor capacidad para el tráfico rodado. Su tarjeta de presentación era inmejorable: crecimiento rápido y resistencia al hongo asesino. Nadie consideró su corta existencia y la multitud de plagas que lo atacan: galeruca del olmo, orugas defoliadoras, barrenillos y cochinillas. Todos ellos insectos que el frío de Asia Septentrional mantiene a raya. Sin embargo el futuro de ese árbol de notable porte, sin duda uno de los mejores ejemplares de la localidad donde está plantado, no es muy halagüeño. Los pumila2 en Madrid no suelen alcanzar más allá de los 60 años, mientras en su Siberia de origen son bastante más longevos, a lo que hemos de añadir que ha sido invadido y colonizado por la hiedra que cubre su tronco y casi toda su copa, ante la pasividad de los propietarios del jardín donde se asienta.

Querido lector, a pesar de los contratiempos y sinsabores, te animo a plantar árboles. Te merecerá la pena.


1 Fruto volador de los olmos que contiene una semilla única.

2 Olmo siberiano: Ulmus pumila.

09 enero 2025

Incendios: ¿Inconsciencia, estupidez humana o intereses espurios?

Julio Sánchez Mingo



El incendio más leve es aquel que es sofocado antes de que se propague y alcance dimensiones muy dañinas, como en la torre Grenfell (Londres) o en Campanar (Valencia) o incluso dantescas, como estos días en el condado de Los Ángeles (California). Lo ideal es que ni siquiera se llegue a declarar. Por estas razones son tan importantes las normas y recomendaciones antiincendio, los sistemas de prevención de incendios y todas aquellas medidas, la mayoría de sentido común, el menos común de los sentidos, que evitan que se llegue a producir o, en el peor de los casos, que se frene su avance y se limite su extensión.

¿A quién se le ocurre tirar a la calle un cigarrillo encendido desde una terraza o una ventana? Yo mismo me he encontrado colillas en la terraza de casa, afortunadamente ya apagadas. Una vez, una de ellas había agujereado la colchoneta de un sillón de mimbre. El caso no fue a mayores. En verano, en la playa, es peor. Por la noche, el espectáculo, con el mar al fondo, de pavesas de pitillos, como luciérnagas en picado, es demasiado frecuente. Cuantas veces, circulando en coche, hemos visto cometer esa misma imprudencia desde algún vehículo que nos precede. Menos mal, en este sentido, que las ventanillas de los trenes ya no son practicables. Cuando yo era chaval era tremendo. Podía entrar por la abertura hasta un casco de gaseosa, vacío claro. Previamente habían dado cuenta de su contenido. Obvio.

Pero, ¿cómo combatir la inconsciencia y la estupidez humanas? A base de educación y de… palos. Después muchos se quejan de que tantas normas, que no dejan de ser medidas de autoprotección para los ciudadanos que dicta la Administración, nos asfixian y menoscaban nuestra libertad personal o que las multas son excesivas.

Precisamente, cuando nos saltamos leyes, reglamentos y recomendaciones se producen grandes tragedias. En el incendio de 2023 de las discotecas del polígono industrial de Murcia, no saltaron las alarmas y las salidas de emergencia estaban bloqueadas con cadenas y candados.

En casa, un inmueble de doce plantas sobre rasante, con cuatro viviendas por piso, más un sótano con cerca de cincuenta trasteros, las vías de evacuación son el portal o dos puertas situadas en la última planta, en el descansillo del montacargas, que dan acceso a la cubierta no transitable del edificio. Hace unos años, el presidente de escalera, un fatuo y soberbio abogado, entonces socio de uno de los mayores despachos de este país, con la excusa de que la chavalería charlaba, bebía y fumaba en dicho descansillo, no tuvo mejor idea que ordenar a la administración de la finca para lo que según la ley carecía de competenciasla instalación de una reja con llave que impedía el paso a ese espacio, cegando así las dos salidas de emergencia superiores. El inconsciente y adulador administrador de la comunidad no le puso reparos e hizo instalar la cancela.

A pesar de las protestas de algunos vecinos y el correspondiente acuerdo adoptado en junta, los extintores de los descansillos de la escalera de mi casa no están a la altura sobre el suelo que marca la norma. Para no echar a esa joya de profesional, ciertos vecinos aducen que lleva muchos años con nosotros.

Una de las recomendaciones más extendida para casos de incendio es la de mantener la calma. Fácil de decir, pero difícil de cumplir. Aunque hay personas con un temple especial. En casa, mi madre apagó una sartén de aceite en llamas que llegaban al techo, poniendo, simplemente, un plato encima. Supongo que los obuses que lanzaban en la guerra desde el Cerro Garabitas contra el mismísimo centro de Madrid, donde ella vivía, la curtieron. Incluso la casa familiar fue alcanzada y uno de los artefactos, sin llegar a explotar, cayó en la cama de un tío suyo. La cocina voló y quedó sin techo, pues era el último piso. Afortunadamente todos ellos estaban en el sótano, que servía de refugio. Entonces tenía diecinueve o veinte años.

 

01 enero 2025

Un café frustrado

Julio Sánchez Mingo

 


Primero de año de 2025. A pesar de mi infinita galbana no me ha tocado más remedio que estar en la calle a las nueve y media de la fría mañana para ejercer mi tarea de paseador suplente de peludos. El escenario que me he encontrado ha sido el mismo que describí a mis pacientes lectores el pasado 28 de diciembre, relativo a las primeras luces del día de Navidad de 2024.

Y me he encontrado también al simpático joven venezolano que recoge hojas de la vía pública por cuenta de una subcontrata del ayuntamiento. He pegado la hebra con él.

Lleva un año en España. Ante mi pregunta, afirma taxativo que salió de su país por motivos económicos, no por razones políticas. Vive con su mujer en una habitación alquilada en Vallecas, no como Leopoldo López, el político venezolano líder de la oposición, que —recalca mi interlocutor— vive en la calle de Alcalá. Afortunadamente, su esposa —la dice así— tiene trabajo. A él se le termina el próximo seis de enero. Ha sido contratado como refuerzo para cubrir las mañanas festivas de estas Navidades, de siete a dos. He tratado de invitarle a un café, conforme a lo aprendido de mi amigo el dottorino Ugo, que trata de que las relaciones humanas sean, siempre y en todo lugar, incluso con desconocidos, cercanas y cálidas. Ha sido imposible. Los tres bares cercanos estaban cerrados. También el del hotel próximo, que solo ofrece desayunos a esas horas en el comedor a los pasajeros alojados. A las puertas del establecimiento, vidrios rotos y serpentinas reciben el año nuevo.

A ver si la mañana de Reyes tenemos más suerte y tomamos juntos una bebida caliente.

Mis mejores deseos a todos para 2025.