09 marzo 2018

Máquinas de amor

Julio Sánchez Mingo

A Paloma Blanco Lorenzo

Les encanta subirse a los sofás. Se tumban al solecito cuando hace frío y a la sombra si el calor aprieta. En invierno, en casa, se arriman a los radiadores o se sientan en el suelo, por donde pasan las tuberías de la calefacción. Buscan el contacto humano. Son tremendamente mimosos y retozones. Cuando llegas a casa te reciben con grandes muestras de cariño, dando brincos de alegría. Les gusta la calle, excepto si está lloviendo. Si te vas de casa sin ellos, ponen cara de pena. Si te pones los zapatos para salir, coges las llaves y su correa, dan saltos de contento. Son los primeros en subirse al coche y los primeros en bajarse. En el paseo son incansables, van y vienen, vienen y van. Soportan estoicamente las perrerías paradojas del lenguaje de los niños. Son nobles y fieles hasta la muerte. Como decía el propietario de un hotel, no orinan en los lavabos ni se limpian los zapatos con visillos y cortinas. Son insaciables, un saco sin fondo, comen todo lo que pillan. Te persiguen tenazmente a ver si logran algo de la comida que estás cocinando. Tienen un olfato prodigioso y siguen cualquier rastro. Localizan sepultados por un alud o por los escombros producidos por un terremoto o detectan un alijo de droga en cualquier cargamento. Son los ojos de un ciego. Curiosos de carácter, cuando entran en una casa desconocida la recorren de cabo a rabo para ver quién hay y qué encuentran. Su sueño es ligero, no duermen, dormitan, siempre en guardia. Su oído es finísimo y son capaces de reconocer el ruido del motor de un cierto coche, distinguiéndolo de cualquier otro de igual modelo y cilindrada. Son una compañía inmejorable. No se quejan de nada. Son listos, divertidos y juguetones. Entienden cualquiera de tus gestos. No les suele gustar el baño. Son fácilmente adiestrables. Por naturaleza no son agresivos, pero les pueden hacer violentos, explotando su miedo. Su mirada te desarma. Son muy expresivos y gesticulantes; hacen uso de los ojos, el hocico, la boca, la lengua y las extremidades, como las personas, más las orejas y el rabo. Sólo les falta hablar. Son tu alter ego y, también, uno más de la familia. Necesitan al hombre y por eso, si lo tienen, le son infinitamente agradecidos. Generalmente son obedientes, humildes y nada rencorosos.
Sólo tienen dos defectos: viven poco y, llueva, truene, nieve, hiele, haga un sol primaveral o un calor tórrido, te hacen madrugar.

Este otoño pasado, un distinguido y culto parroquiano, compañero de mesa colectiva en un café, los definió señalando a mi peluda acompañante: Son máquinas de amor.


Lola, chuchita chilanga
Francesca, tusilla de estirpe leonesa




VIDEO

Para los más pequeños, de 0 a 100 años, amantes de los animales


El perrito del pescador


                                                                                

4 comentarios:

  1. Máquinas de amor incondicional, afirmó.
    El vídeo, una ternura.

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  2. Leyendo tu artículo me hace sentir deseos de conocer mejor a esos fieles amigos, con los que apenas he tenido contacto desde que era pequeña y después del encuentro con Francesca la curiosidad ha vuelto a mi pues me deslumbró la calma y paz que transmitía

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  3. Siento un respeto imponente por todos los animales. Para mí son criaturas inocentes como niños. La mayor parte de los seres humanos los cosifican, supongo que por razón de esa arrogancia aprendida directamente de la tradición judeocristiana, que nos considera a nosotros creados a imagen y semejanza de Dios y a ellos simples recursos, cositas que ni aman ni sienten, que simplemente viven, como lo hacen las plantas.
    Conocer el alma de un perro( o de un gato) es privilegio de pocos, otro gallo cantaría si no hubiera tanta ignorancia al respecto. Un buen ejemplo es mi amigo Javier M, a quien no le gustaban los gatos( no los conocía). Un día yo adopté a Renata y Federico. Hace ya un año. Mi amigo llega a casa y lo primero que hace es buscar a esos dos loquitos con pelo. Ahora ya va conociendo la naturaleza de estos niños sin voz y entiende la necesidad de dirigirse a ellos, buscarlos, saludarlos. Un ratito observando y " hablando" con Renata y Federico puede alegrar a cualquiera la tarde más gris.

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