02 febrero 2018

En pantalón corto

Julio Sánchez Mingo

A las supermujeres españolas de la posguerra, en reconocimiento a su trabajo, sacrificio personal, plena dedicación y contribución a la sociedad

Ahora la ropa es de usar y tirar. Sólo así se entiende el éxito económico que ha alcanzado una gigantesca tienda de ropa de mercadillo que han montado unos irlandeses en la Gran Vía, en uno de sus edificios más emblemáticos. Allí estuvieron los Almacenes Madrid-París, que yo no conocí y que dieron nombre al inmueble, Sepu, popular comercio de oportunidades y el cine Imperial, donde, en sesión continua, de chaval, vi, cuando la estrenaron, Lawrence de Arabia, una de mis películas favoritas.

Nuestra ropa, la de los niños, mi hermana y yo, la confeccionaba mi madre, incluso los abriguitos. Por este motivo, eran continuas las visitas a pañerías como Zorrilla, de Serrano, 2 y Preciados, 18, ó Palao, de Tetuán, 23, esquina a Carmen, donde se encuentra ahora una tienda del Real Madrid, que vende las camisetas de Cristiano Ronaldo a 135 €, mientras un niqui de algodón lo comercializan los irlandeses por 3,5 €. ¡Disparatada sociedad de consumo!
Recuerdo un buen corte de lana de cuadros príncipe de Gales con el que me hicieron unos pantalones cortos. Era un diseño que estaba muy de moda entonces. De hecho, no hacía tantos años que el errante duque de Windsor lo había popularizado con sus impecable trajes, siendo príncipe heredero, antes de ascender al trono y abdicar, al poco tiempo, para casarse con Wallis Simpson.

Para marcar las prendas de abrigo infantiles, y evitar cambiazos en el colegio, mi madre les cosía una etiqueta con la marca Julima. Tanto es así, que una tía mía fue a su suegro, mi abuelo paterno, con el cuento: -Ay que ver. Compran ropa de marca a los niños. ¡Qué lujos!
Sin embargo, las camisas de mi padre las hacía una camisera de la calle del Barco, que tenía el taller en su propia casa, una infravivienda en un primer piso, donde yo, siendo mozalbete, casi tocaba el techo con la cabeza.

Los trajes de caballero eran tarea de sastre, aunque, por aquel entonces, los grandes almacenes empezaban a introducir sus modelos de confección en serie, obviamente mucho más baratos.
La hechura de blusas y faldas de las señoras era faena doméstica y las agujas de punto, con las que se tejía todo tipo de vestimenta, eran ¡omnipresentes¡ La cantidad de veces que habremos ayudado a nuestras madres, con los bracitos extendidos en paralelo, a deshacer las madejas de lana y devanar los ovillos.

Chaqueta de punto tejida a mano. J. S. M.

Había muchas mujeres muy aficionadas al ganchillo y al bordado, con los que creaban verdaderas obras de arte, empezando por el embozo de las sábanas, que se hacían también en el hogar, con la ayuda de la máquina de coser. ¡Ay, la Singer de mi madre!
Ella se hacía sus propios vestidos, tomando el diseño de los modelos y patrones de la revista Burda. Calcaba éstos sobre papel seda, adaptándolos a sus medidas, y cortaba la tela, prendida con alfileres. Después a hilvanar y coser, a mano o con la Singer.

J. S. M.
También diseñó, compró la tela e hizo su propio vestido de novia, un modelo espectacular, de larga cola. Una cuñada la ayudó a coserlo.

Qué guapa estaba la novia con su vestido de cola larga, hecho en casa. Madrid, 1948
Todos recordamos el cartel de Se cogen puntos a las medias, en las puertas y escaparates de las mercerías. ¡Qué manera de dejarse la vista en aquella ingrata y mal pagada labor!

Los chicos íbamos en pantalón corto, nevara o tronara, y gastábamos calcetines. Excepto un querido compañero, lamentablemente ahora un poco distanciado, que vestía medias azules hasta justo debajo de las rodillas. Quizá por ello ha alcanzado el Olimpo de la clase empresarial, como consejero de un gran banco.
No estrené pantalón largo hasta poco después de cumplir los trece años, un día del mes de septiembre en que acudí al cine Coliseum a ver La familia y uno más.
En mi colegio, hasta los diez años, nos cubrían con un babi, blanco en la escuela materna, azul marino en la escuela elemental. Las niñas usaban babi en la infancia y, pobres, un monjil uniforme, de un horroroso azul grisáceo y ridículo corbatín, en la adolescencia. Lo mismo que ahora, que, cuando empieza a arreciar el calor, acuden a las aulas con un pantaloncito corto y una camiseta de tirantes, mostrando, ufanas, el canalillo.






Mi madre me hacía los pantalones cortos sin bolsillos, para abreviar y por la dificultad añadida que comportaban. A los chavales nos encantaban para poder guardar todo tipo de tesoros y caminar, como pequeños facinerosos, con las manos en las faltriqueras.
Aún recuerdo: -Anda, mamá, los próximos házmelos con bolsillos.
¡Cuánto la echo de menos!

9 comentarios:

  1. Todas mis compañeras de clase, las niñas de la foto, se incorporaron a un trabajo remunerado al terminar sus estudios y no lo abandonaron al casarse. La generación de nuestras madres, salvo alguna excepción, lo dejó al contraer matrimonio.

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  2. También nosotras íbamos de faldita o vestidito, con calcetines cortos, en pleno invierno… A mi casa venía todas las semanas la modista Modesta, a coser nuestra ropa al alimón con mi madre. Llegó a ser una institución en la familia y aún ahora la recordamos con cariño todos los de casa.

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  3. Acaba de confesarme una muy querida amiga y compañera del colegio, insigne doctora jubilada, que aparece en dos de las fotos de más arriba, que ella sigue utilizando los patrones de Burda, hace ganchillo, bolillos y punto y que tiene tres máquinas Singer, una de ellas eléctrica, que usa asiduamente.

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  4. Yo era de las de ese uniforme negro con cuello blanco de plástico. Pero por supuesto con calcetines hasta que cumplimos los trece.Tambien venia una modista, Modesta se llamaba por cierto, a coser y dar la vuelta a la ropa era una mas de la familia.Por eso ahora me encanta ver coser a mi hija ropita para sus hija y su casa y decirme que es el mejor regalo que le he hecho.

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  5. Julio me ha gustado mucho tu escrito sobre todo, por el amor que se ve que le tienes a tu madre y que se aprecia a lo largo de todo el relato, se ve que te sientes orgullosa de ella y eso dice mucho a tu favor

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  6. Genial el post. Curiosamente venía yo pensando lo mismo hace un tiempo, cuando fui a comprar unos metros de tela para unas de mis manualidades a una famosa tienda de telas en la calle atocha, me llevo bastante rato pues estaba maravillada no solo del género que tenían, sino de las señoras que buscaban entre esos rollos.
    Internet ha traído cosas buenas, desde luego, cómo si no iba yo a leer estos relatos tan interesantes, pero también ha hecho mucho daño respecto a la manera en la que invertimos nuestro tiempo en estos tiempos. Ropa que dura una temporada cuando antes duraba para varios niños, ahora a la segunda me llega todo deformado o con agujeros y cuando hacemos la maleta tenemos demasiadas cosas, en lugar de tener menos pero de mejor calidad.

    Espero que poco a poco se vayan recuperando los valores que hemos perdido en ese aspecto, y también que hayas conservado alguno de esos pantalones cortos ;-)

    Blanca

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  7. Es muy bonito julio. Me han venido muchos recuerdos. Que artistas han sido nuestras madres.

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  8. ¡Qué recuerdos, Julio! En casa eran mi madre y mi abuela las encargadas de hacer la ropa de "los niños", la suya y de la obra de ingeniería faraónica : darles la vuelta a los abrigos y camisas de mi padre y mi abuelo.
    Cuando las camisas no tenían más vuelta posible, nos confeccionaban con ellas unos babis para estar en casa que se abrochaban por detrás.
    Usaban los patrones del Burda tal y como describes.
    Se zurcían los calcetines, las sábanas, se ponían piezas ... todo valía y todo se aprovechaba.
    Menchu

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  9. Gracias Julio, tan entrañable como siempre, buscando lo positivo de todo y esa capa humana que al final siempre existe. Tenía el encargo de comprar Burda con esos patrones que eran como problemas de Geometría de III Liceo. Hace poco le traje, retomando mi tarea de liceal, un souvenir atípico de Berlín: su !Burda! La pobre no sabía como decirme que todavía se vende en Madrid en cualquier kiosko ! Pero le gustó.

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