15 junio 2017

LA LEONA

Carmen Picazo Hernández


Corrían los primeros años del siglo XX.

La Leona era una gachí la mar de maja del barrio de Lavapiés. Había nacido en la calle del Sombrerete y fue bautizada en la parroquia de San Lorenzo. Era tan castiza y retrechera como cualquiera de las protagonistas de las zarzuelas ambientadas en la capital del reino. No se perdía ni una de las verbenas que jalonaban todo el verano de la Villa, donde era muy solicitada para bailar los chotis, polkas y demás.


Su nombre real era Leonor, pero, dado su carácter independiente y algo fiero, acabó siendo conocida en el barrio como la Leona. De momento no tenía novio, aunque había un gachó que la encandilaba. Sin embargo, un randa del barrio que estaba achicharrado por sus huesos la perseguía. La Leona, cuyo sobrenombre no había sido puesto en vano, le respondía dando zarpazos a diestro y siniestro. Pero ni por esas se amilanaba el pollo.

Él, sin embargo, siempre andaba poniéndose moños, no fuera a ser que en una de esas la Leona se rindiera, aunque bien es cierto que la temía más que a un nublado. Y mira que la Leona le decía que no le buscase cuestión, que como ella atinara a atizarle bien en cualquier momento, no le iba a salvar ni la paz ni la caridad.

El randa, que se llamaba Gregorio, cometía todas sus fechorías fuera del barrio, no fuera a ser que algún guindilla que le conociera bien y supiera donde vivía acabara por echarle el guante. Los guindillas del centro eran más lentos que la tartana del Chirri y por eso el Gregorio siempre se las apañaba para alzarse con el santo y la limosna.

Un día el Gregorio, que había andado de jarana y pimplado más de la cuenta, se atrevió a cerrar el paso a la Leona a su salida de la buñolería, donde ésta había ido para aprovisionarse del desayuno con aguardiente de toda la familia. En su osadía llegó a echarle los brazos encima. La Leona se defendió como gato panza arriba, chilló y pataleó, y al final llegaron los del orden y llevaron al Gregorio a la Prevención. Allí le conocía un guindilla, que preguntó: “¿No es este el Gregorio, el del robo de Santa Ana, el pinturero de las Vistillas?” Rápidamente le metieron en chirona para unos cuantos años, por algunos trabajitos que hiciera en su momento.

Y así fue como una prometedora carrera en la delincuencia, la del Gregorio, se vio frustrada por no haber sabido nadar y guardar la ropa y por acoso sexual. Colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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