13 mayo 2017

Comisión de servicio
César Rodríguez
13 de mayo de 2017
A mi hija, en el día de su boda


Corría el mes de abril de 1978. En marzo me había incorporado, como sargento eventual de Complemento, al Grupo de Artillería Autopropulsada APT XII de la División Acorazada Brunete, (la Brunete, tan tristemente célebre a raíz del posterior golpe del 23-F de Tejero y otros), para cumplir los preceptivos seis meses de prácticas. Estaba en el último ciclo de la IMEC (milicias universitarias), para completar mi servicio militar, entonces obligatorio. EL cuartel estaba en El Goloso, Madrid, a unos 20 km de casa.
Llevaba poco tiempo en la unidad y estaba intentando acoplarme a mi nuevo estado, situación y responsabilidades. Si yo daba una orden, todos los soldados obedecían inmediatamente. Ésto era totalmente nuevo para mí, nadie me había obedecido hasta entonces. Yo era “mi sargento…” Mis ocupaciones consistían en practicar con la tropa orden cerrado , es decir la instrucción normal (un dos, un dos, izquierda … derecha ..), dar clases teóricas y prácticas de armamento, el fusil CETME, el subfusil, la pistola, y practicar con los cañones que utilizábamos en la batería, que eran como tanques, bueno, carros de combate en la terminología militar. Para hacer todo esto previamente tuve que aprenderme bien todo el “temario” para salir airoso con los soldaditos que encima como me veían novato intentaban buscarme las vueltas.
La verdad es que se pasaban los días sin monotonía. Siempre había cosas que hacer, pero yo allí estaba “haciendo la mili” y lo que quería era que llegase lo antes posible el mes de septiembre para finalizar las prácticas, licenciarme y ponerme a buscar trabajo. También he de decir que en los seis meses de prácticas cobraba como sargento unas 17.000 pts al mes que, la verdad, me venían muy bien.
Un jueves, que discurría de forma normal, en un descanso de la instrucción (un dos, un dos, izquierda … derecha ..) aparece un soldadito de oficinas que pregunta por mí y me entrega una especie de carta/documento de estilo militar en la que alcanzo a leer algo como “Comisión de Servicio” ¡¡¡Toma ya!!!!. Abro el documento y entre extrañado y un poco asustado me pongo a leer “Por orden de … de acuerdo con …Vd ha sido asignado …. 40 mozos del remplazo …. Cuenca …… Campamento de Marines, Valencia ……. Lunes, Gobierno Militar de Cuenca”. Lo leí una y otra vez y siempre entendía lo mismo. “Esto no es para mí, no puede ser para mí, si yo estoy haciendo la mili y esto parece algo importante y serio” me decía.
- A la orden mi teniente. Por favor, mire lo que he recibido. Creo que debe haber un error, alguien se ha equivocado - le solté al teniente Alonso, mi jefe directo en la batería, hombre ya veterano, serio y con muy buen fondo.
- No hay error César, es para ti y está muy claro. Ésto es una comisión de servicio que se te ha asignado. El lunes te tienes que presentar en el Gobierno Militar de Cuenca, antes de las (no recuerdo exactamente la hora), para hacerte cargo de 40 reclutas y conducirlos en tren al campamento de Marines en Valencia. Te acompañará el cabo fulanito de tal (no consigo acordarme de su nombre), del Regimiento Alcázar de Toledo, una unidad de tanques, también ubicada en El Goloso – me contestó, creo que conteniendo la risa por la cara de primo y de susto que debía tener yo.

¡Madre mía! Se me cayó el mundo encima. “¿Pero cómo voy a hacer eso?”
- No te preocupes – me decían los veteranos sargentos profesionales de la batería, también muertos de risa.
- Es muy fácil y, además, te escaqueas unos días del cuartel. Vas a viajar y hacer turismo gratis – No me convencieron del todo.
A lo largo de la mañana se me presentó el cabo que me iba a acompañar.
- A la orden de Vd. mi sargento se presenta fulanito (sigo sin recordar su nombre). De acuerdo a lo que está escrito aquí – y me enseñó un documento similar al que había recibido yo – tengo que presentarme a usted y ponerme a sus ordenes.
- Vale … (no consigo acordarme del nombre). Según las ordenes, el lunes muy temprano nos vemos en la Estación de Atocha para ir a Cuenca en tren. Vete vestido con la ropa de paseo, llévate ropa para pasar una noche y, si quieres, llévate ropa de paisano para la vuelta – le dije.
- A la orden mi sargento.
- No te retrases.

El lunes, tempranísimo, el sargento Rodríguez, es decir el que suscribe, y el cabo fulanito (mira que no acordarme del nombre) se subieron a un tren camino de Cuenca. Por el camino, entre el madrugón y el traqueteo, el pobre cabo se quedaba dormido y yo le decía:
- Oye …… hay que tener mucho cuidado, que no se nos escape o pierda ningún chaval de éstos, que nos meten un puro que se nos cae el pelo.
- Sí, sí, no se preocupe mi sargento – me contestaba casi sin abrir los ojos y con la boina negra de la División Acorazada ladeada.
- Antes de subir al tren hay que reunirlos y decirles que ni se les ocurra bajarse en las estaciones en las que paremos. Mira, vamos a nombrar un responsable en cada compartimento del tren para que se ocupe de mantenerlos todo lo tranquilos que pueda.
- Sí mi sargento.- decía con la boina cada vez más ladeada.
- Cuando el tren se pare tú te bajas al andén para vigilar y yo lo hago desde una puerta del vagón. ¿Te estás enterando?
- Sí mi sargento. – y daba un respingo.

Llegamos a Cuenca y nos presentamos en el Gobierno Militar y allí “me entregaron” a los 40 mozos, reclutas, con sus correspondientes petates y pasaportes militares para el viaje hasta Valencia.
La documentación que me dieron era muy curiosa pues había una serie de listados completos ordenados alfabéticamente con los nombres de todos los mozos; pero había 3 o 4 listados genéricos que eran en los que se firmaba la entrega y la recepción en los que se decía que se entregaba, por ejemplo, a Abad Antonio, el primero de la lista, y 39 mozos más y 40 petates. Estos papeles a su vez me los debían firmar en el Campamento de Marines en Valencia en la “entrega” que tenía que hacer.
Subieron a los mozos en camiones y nos fuimos a la estación de Renfe de Cuenca. Allí en el andén pasamos lista para comprobar que estaban todos. El tren era un tren civil y nos habían asignado un vagón solo para nosotros, el de cola. “Mejor” pensé “todos juntos en un vagón, y que sea el último de la composición, hace que todo sea más fácil de controlar”
Antes de subir al tren, me fijé, con detenimiento, en los 40 chavales. Los había de todo tipo. Algunos estaban un poco alborotados, inquietos, nerviosos. Otros más tranquilos, casi tristes con la mirada baja; para algunos igual era la primera vez que salían de su casa. En todos lo que si había era incertidumbre con lo que les esperaba en los próximos meses Eran unos críos de 21 años, y me miraban con respeto ¡a mí que tenía 26 y que estaba casi tan nervioso como ellos! Entonces fue el momento en el que les solté “la charla” a los pobres, anunciándoles todas las penas del infierno si durante el viaje molestaban a “civiles o civilas” o si alborotaban y no te digo si “se perdían”. Prohibido totalmente bajar del tren en las estaciones en las que se parase. Subieron al tren y se distribuyeron en los compartimentos como les pareció. Una vez acomodados, el cabo y yo intentamos identificar en cada compartimento al más “espabilao” y le nombramos responsable de lo que allí pasara. Empezaron bien la mili los pobres.
- Oye – le dije al cabo – como ocupamos un solo vagón, cuando paremos no hace falta que bajes al andén. Nos ponemos cada uno en una plataforma y así los controlamos perfectamente.
El cabo y yo nos sentamos en nuestro compartimento y empezó el viaje. Cuando había pasado un cuarto de hora, o así, le dije al cabo que se asomara y echara un vistazo a ver cómo iban los chavales. - Muy tranquilos mi sargento - me dijo a la vuelta.
- Bueno, parece que va bien la cosa, a ver si llegamos pronto. Oye, a todo esto Carlos (por fin me he acordado, el cabo se llamaba Carlos). ¿En la vida civil, tú a qué te dedicas? – le pregunté, ya bastante más relajado.
- Pues yo, mi sargento, estudio y también soy payaso – me contestó
- ¿Qué dices? ¿payaso? – le dije, totalmente sorprendido.
- Sí, sí, mi sargento mire - y me enseñó una foto en la que aparecía el típico payaso con la cara pintada y a su lado un señor “normal” con un muñeco. En la foto aparecía el nombre artístico del “trío” y el número de teléfono – Yo soy éste y este otro es mi padre, que es ventrílocuo. Somos valencianos y actuamos en hoteles, fiestas, comuniones ….
- ¡Qué bueno! – yo alucinaba – ¿Y te gusta lo que haces? ¿De dónde eres? ¿De Valencia capital?
- Sí, mi sargento. Y me lo paso muy bien trabajando con mi padre.
- ¡Fenómeno! Oye mira, cuando estemos solos, tutéame y me llamas César. Si al fin y al cabo los dos estamos haciendo la mili - le dije, ya un poco azarado con tanto “mi sargento”.

Estaba Carlos detallándome sus habilidades cuando, de repente, “toc, toc” unos golpes y vemos a través de los cristales del compartimento a un chaval. - Es uno de los responsables que hemos nombrado-. Le hago señas de que pase.
- Perdone, mire, es que hay uno de mi compartimento que quiere ir al váter a mear. Que si puede salir – dice el pobre bastante nervioso.
- Sí, sí, que vaya desde luego, pero que no se despiste – le contesto.
Miré a Carlos y nos reímos, pobrecillos. Se corrió la voz de que podían salir del compartimento para ir al servicio y proliferaron las peticiones y luego ya salían sin ellas. Fueron cogiendo confianza y formaron algunos grupos en el pasillo, pero sin molestar a nadie. Y no se bajó ninguno en las paradas, que fueron bastantes.

Finalmente llegamos a Valencia. El último recuento y ¡seguía habiendo 40 chavales! Nos estaban esperando con camiones y nos fuimos para el campamento de Marines. Allí se repitió la operación de entregar/ recibir a Abad Antonio y 39 mozos más y 40 petates. Se firmaron los documentos pertinentes y la comisión estaba “casi terminada”. Nos ofrecieron un refrigerio, a mí en el bar de suboficiales y al cabo en la cantina de tropa.
Para dormir teníamos reservado alojamiento en el Gobierno Militar de Valencia, en donde nos teníamos que presentar.
- Oiga mi sargento, digo César, que como yo vivo en Valencia si te parece podemos ir a cenar y a dormir a casa de mis padres y así también los veo – me plantea Carlos.
- Me parece abusar un poco de tu familia ¿no? – le contesto, sorprendido ante la propuesta.
- ¡Qué va! Si es por ellos, encantados - replica con entusiasmo.
- Pues vale, vámonos – la idea de dormir en el Gobierno Militar no era muy atractiva.

En el Gobierno Militar de Valencia, con el capitán de Cuartel, el responsable a esas horas de la dependencia militar:
- Sargento, por nuestra parte no hay ningún problema si no quieren utilizar los alojamientos que tienen reservados. Pero le advierto que el cabo pasa a ser responsabilidad absoluta de usted – me comenta el responsable en el Gobierno Militar, muy solemnemente.
- No hay problema mi capitán – le respondí y, después de firmar un par de justificantes, nos fuimos.
Y nos fuimos a Valencia, a casa de Carlos. Allí me presentó a sus padres y a su hermana, que era más joven, gente muy amable y encantadora, y cenamos, muy bien por cierto.
- César, que yo tengo aquí a la novia – me dice Carlos después de cenar – ¿podría salir con ella a dar una vuelta esta noche?
Me volvió a sorprender Carlos con la pregunta y me acordé del Capitán del Gobierno Militar.
- Bueno, vale, vete con ella, pero no te metas en ningún lío que como te pille la Policía Militar nos empapelan a los dos. – Escenas algo parecidas a ésta las he vuelto a vivir años después con mis hijos, pero entonces era la primera vez que alguien me pedía permiso para salir o ir con la novia.
- Sí no se/te preocupe/s - me respondió Carlos más contento que unas castañuelas.
La verdad es que Carlos parecía buen chaval, tenía cara de buena persona y, jolín, era payaso, que son buena gente.
En esto me dice el padre de Carlos, el ventrílocuo:
- Oye César, yo esta noche actúo en el hotel Rey Don Jaime ¿porqué no te vienes conmigo? Te lo pasarás bien, ves la actuación y te tomas unas copas.
Y para el Rey Don Jaime que nos fuimos. Yo me encontraba totalmente relajado, vestido de paisano, después de las “tensiones del día” y disfruté de la actuación del ventrílocuo y de otros, me pareció muy divertido. El hombre era muy amable y atento y me presentó a mucha gente que andaba por allí y no hubo forma de que yo pagara una consumición. “Es el sargento con el que ha venido Carlos a Valencia, pero no es militar, en realidad es ingeniero “. Así me presentaba el buen hombre a todo el mundo. Fue una velada muy agradable.
Cuando volvimos a casa Carlos ya dormía plácidamente. El madrugón y la novia tendrían algo que ver.
A la mañana siguiente dimos una vuelta por Valencia con la novia. Carlos se empeñó en que fuera con ellos. Tomamos el aperitivo y fuimos a comer a casa de los padres. Compré un postre como agradecimiento por las atenciones recibidas.

Teníamos billetes de vuelta a Madrid en el TER. Yo en 1ª y Carlos en 2ª, así que le pagué un suplemento y volvimos los dos juntos en 1ª, recordando las incidencias de la “Comisión de Servicio”.
El día después volvimos a la rutina cuartelera.
Hasta que terminé mis practicas me crucé unas cuantas veces con Carlos por El Goloso. El me saludaba marcialmente, yo le respondía al saludo y le paraba “¿Qué tal te va? ¿Qué tal tu familia? Dales muchos recuerdos de mi parte cuando los veas o cuando hables con ellos.”
Han pasado ya muchos años pero sigo recordando con mucho cariño a los mozos de Cuenca, el tren, al payaso, al ventrílocuo … ¿qué habrá sido de ellos?
En fin, ¡Historias de la mili!

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1 comentario:

  1. Excelente relato un bonito canto a las cualidades de las personas y con ritmo, que no es fácil. A pequeña escala, recuerdo un viaje desde el campamento de Cáceres al Hospital Gómez Ulla de Madrid con parada obligatoria en el entonces Gobierno Militar: me nombraron jefe de expedición, por ser el de más edad, que comportaba ser responsable de la expedición y la interlocución y resolución de incidencias en el viaje en tren y en las dependencias militares antes citadas: !éramos solo dos pero así lo exigía el reglamento, un jefe de expedición en cada viaje !! Un cordial saludo

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