26 marzo 2017

Mi amigo Carlos
Fernando Moya
Marzo de 2017
Hace unos meses, en enero concretamente, mi compañero de pupitre y amigo Julito, como yo solía referirme a él, compartía en su blog lo que él quiso que fuera un regalo de Reyes para Cesítar, entrañable camarada común.

Leer esas lineas me retrotrajo a la etapa quinceañera de mi vida, la teenager que dirían los ingleses, cuando en los días de las largas vacaciones veraniegas entablé amistad con quién sería el principal de mis amigos de juego y aventura de entonces, Carlos Sanz García.

Carlos era un vecino de la segunda planta del edificio donde yo vivía. Por aquél entonces nosotros no teníamos televisor, mis padres no podían permitírselo, y yo solía ir a su casa a verlo juntos.

Disfrutábamos con un programa documental de gran audiencia que llegó a alcanzar fama mundial, El hombre y la Tierra, producido por Televisión Española y dirigido por el naturalisa Félix Rodríguez de la Fuente, que llegó a ser conocido en España como el amigo de los animales.

Carlos y yo solíamos salir de mañana temprano y dar largas caminatas, dirigiéndonos a las afueras de la ciudad, recorriendo las riberas del Jarama, donde cazábamos pequeños animales que allí tenían su hábitat: serpientes de agua, ranas, insectos, pequeños reptiles, murciélagos…

Todavía sonrío al recordar el día que nos trajimos a casa unas ranas. Como si fuera la cosa más natural del mundo, se me ocurrió llenar la bañera de agua y meter una de las ranas dentro. Más tarde, cuando estaba en mi habitación, oí a mi madre llamándome a gritos: - Fernandoooo.... ¿qué hace ese bicho aquí? ¡ya te lo estás llevando fuera!
Cuando unos años más tarde comencé mis estudios en la universidad, perdí el contacto con Carlos. No le he vuelto a ver. Sé que terminó sus estudios de Biología y que se integró en el equipo de Rodríguez de la Fuente. De hecho, aparece en los créditos de una de las series de documentales dedicadas al lobo. Carlos era uno de los encargados de la atención de la manada que se utilizó para rodar la serie en su hábitat natural y, tras la muerte del naturalista, siguió ocupándose de su alimentación y cuidado.

Tengo entendido que vive en las montañas abulenses rodeado de naturaleza y animales, como siempre quiso. Le deseo ardientemente que sea feliz.